El delito no es arte

J.A.H.
15/4/2019

¿Puede una persona, sea médico, juez, artista o jornalero, implicar a niños en una acción violatoria de la ley? ¿Puede un artista, sea cual sea el rango que la crítica le ofrezca, intervenir a pleno albedrío en el evento de otro u otros artistas, colegas a los que debe al menos un respeto ético, por muy rival estético que se considere? ¿Puede un ciudadano, sea cual sea su nivel de entusiasmo por mostrarse creativo y transgresor, usurpar la identidad legal de instituciones y proyectos de trabajo de artistas y trabajadores diversos? ¿Puede esa misma persona, considerando que está en contra de la ley vigente, violarla con insistente impunidad?

 

Es obvia e invariable la respuesta a estas preguntas: en todos los casos, la persona se expone al menos a multas o arrestos temporales; aquí y en cualquier otro velorio de la geografía del Planeta.

¿Por qué buena parte de los comentaristas de redes sociales parten de obviar estas imprescindibles cuestiones? ¿Por qué se aceptan como verdades naturales los tópicos falseados de guerra cultural? La mayoría de los comentarios asociados al acto violatorio de la ley ciudadana de Luis M. Otero suelen ignorar olímpicamente estos detalles, vitales para comprender las acciones de control ciudadano que los agentes de la ley cometen. He visto en Facebook una filmación captada por sus propios acólitos que lo confirma: le ordena a los niños correr contra la patrulla portando banderas estadounidenses. Ese es el famoso performance que el canallismo mediático asume como censurado. Todos, por demás, asumen la falacia de que se trata de una acción colateral de la XIII Bienal de La Habana cuando el citado señor, ciudadano común como cualquier otro, no aparece en ninguno de los numerosos programas que conforman el evento. He visto además sus esculturas artesanales en algún que otro catálogo y son francamente elementales, escasas en valores artísticos y propuestas de sentido. Hay, eso sí, un deseo de figurar que ni siquiera se sostiene con las intenciones.

Si es tan obvio, ¿por qué se traslada el asunto al nivel de lo invisible? Tras la llamada post-verdad se aviene el uso de post-argumento. De cualquier modo, me parece falazmente incoherente proponer y defender un arte inteligente, complejo y muy acusatorio, como el que vemos en la mayoría de las numerosísimas muestras del programa central, las del programa colateral y las de los open estudios, para aparecerse en casos como este con razonamientos de alcance elemental, plagado de omisiones. ¿Es demasiado pedir que se conceda al menos que el delito no es arte, por favor?

Artículos Relacionados:
 
Construyendo lo posible: XIII Bienal de La Habana en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam
 
La XIII Bienal en la Biblioteca Nacional
 
“Mercado del arte”. Algunas interrogantes
 
Trazas de la memoria
 
Denuncia y resistencia contrahegemónica en la Casa de México
 
Otra historia de la vía férrea en Centroamérica