El enemigo de Eduardo del Llano

Laidi Fernández de Juan
29/4/2019

Una vez más, el incansable Eduardo del Llano nos deleita: su novela El enemigo, Premio Alejo Carpentier de Novela 2018, plagada del buen humor literario que caracteriza al autor, tiene como eje argumental el serio asunto de la aparición de El Diablo con forma humana, quien necesita confesar sus pecados, y escoge para ese fin al hasta entonces nimio sacerdote Nicanor, párroco del pueblo Maravillas, quien a su vez solicita ayuda a Rodríguez, el obispo que funge como su máxima instancia.

Además de las rocambolescas situaciones que suscita tal evento, con el consiguiente peregrinaje hacia El Vaticano en primer lugar, y la repercusión mundial del hecho, narrados con la formidable garra humorística de Eduardo, el trasfondo de la novela se basa en la hipocresía del poder eclesiástico, dominado por la ambición, el desmadre y el contubernio solapado con las grandes potencias  del mundo.

Eduardo del Llano
Ya conocemos la ironía que tipifica la obra de Eduardo del Llano, pero en esta ocasión se lanza sin tapujos
y denuncia el afán destructor de los imperios. Foto: Internet

 

Desde el título, el escritor comienza a involucrarnos en la misma aventura que corren sus personajes, martillándonos con la crucial interrogante: ¿Quién es, dónde está, bajo cuál disfraz se esconde el verdadero enemigo? Satán, ahora nombrado Yusniel, ansía despojarse de la carga de sus maléficas acciones, a través de una larguísima confesión que se inicia con el principio del mundo, y resulta interminable. Varias reflexiones del propio Lucifer colocan en duda el reconocimiento del Hombre como el más insistente pecador bajo los influjos de sus horripilantes tejemanejes.

Otro punto crucial en la trama de El enemigo es la propuesta de eliminar a El Diablo físicamente, ahora que se ha corporeizado. El inconveniente radica en que, si se lleva a cabo tal empeño, ¿a quién temerán los hombres a partir de entonces?, de lo cual se deriva la utilidad de contar con un culpable a mano que logre boicotear el argumento de que nosotros, terrícolas vivientes, solemos ser erráticos, responsables de las grandes catástrofes del mundo.

“Contando con el castigo en el Infierno, hay guerras, injusticias y pobrezas. ¿Cómo será si les revelamos a los mortales que en lo adelante tendrán impunidad, si no frente a la ley humana, sí ante la divina? Porque Dios podrá molestarse todo lo que quiera, pero lo cierto es que desde Sodoma y Gomorra y el Diluvio ha delegado en otros la punición directa”, se lee en la página 44, en el primer tercio de la novela. A partir de entonces, el lector simpatiza con El Diablo, toda vez que en el afán por capturarlo se desatan guerras a escala mundial, una verdadera pandemia de destrucción, con EE.UU. a la cabeza, para variar.

A pesar de que el escenario de la novela puede ser cualquier sitio, y que intencionalmente rara vez aparece el nombre de los países involucrados en la trama (salvo, como ya dije, Estados Unidos y El Vaticano, y más adelante Rapa Nui, la Isla de Pascua), y que en apariencia no hay toma de partido por ninguna ideología o tendencia política, lo cierto es que El enemigo es la novela más anticlerical, más antibélica, más antimperialista y más radical de cuantas ha escrito Eduardo del Llano.

Ya conocemos la ironía (incluso en términos ideológicos) que tipifica la obra de del Llano (por solo citar dos  ejemplos, las novelas Cuarentena y Bonsai, además de su extraordinario cuento “Una doble moral con hielo, por favor”), pero en esta ocasión se lanza sin tapujos, y denuncia (muy a su manera) el afán destructor de los imperios.

El humor, por su parte, no solo está muy bien logrado en El enemigo como en toda la obra de Eduardo del Llano, sino que esta vez se imbrica con los cuestionamientos de índole filosófica a los que ya hice referencia. El hecho de que el Diablo en sí nos comunique su versión personal de cuán malignos podemos llegar a ser los humanos, nos mueve a risa, pero sin dudas, nos deja meditando, porque demuestra que siempre es útil contar con un enemigo intangible a quien culpar.

Sugiero la lectura de esta novela, muy justamente premiada, por lo que además de felicitar a Eduardo por regalarnos su delirante escritura, extiendo la congratulación al jurado del Premio Alejo Carpentier de Novela del año 2018. Fue un equipo osado al distinguir una obra humorística, con lo cual por primera vez un libro de dicho género alcanza la categoría que merece: la de Literatura seria, a no dudarlo.

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