El Estado fuerte y la fiscalidad excesiva

Enrique Soldevilla Enríquez
7/8/2018

Una cuestión fundamental de la transición socialista es el modo de interacción Estado-pueblo. Tal interacción es vehiculada inexorablemente por la comunicación y su sentido filosófico se pone de relieve en el corpus jurídico y en el accionar político, dos componentes que no pueden dejar de estar articulados dentro de una procesualidad dinámica sistémico-compleja como lo es la conducción social.


Fotos: Internet

 

El modo de interacción Estado-pueblo

El deber ser del accionar del Estado en el tránsito al socialismo es la voluntad de expresar en todo momento comunidad de intereses sociales con el pueblo al que representa, porque de él es parte indisoluble; se espera que, desde cualquier instancia, los representantes del gobierno —ámbito ejecutor de las políticas dimanadas del sistema estatal— proyecten en su desempeño laboral esa voluntad de servir al bien común, de lo contrario se produce una separación gobernantes-gobernados que debilita la cohesión social en torno al proyecto socialista mismo. De ahí la importancia de conferirle rango constitucional a la normativa sobre función pública, de la cual derivaría una ley particular referida a este asunto.

En la transición socialista el Estado desempeña un papel fundamental para que no se corrompa el curso del proyecto sociopolítico consensuado con el pueblo. El caso cubano tiene la particularidad de haber articulado la gobernabilidad política y el accionar del partido comunista, cuya presencia es transversal en los procesos de toma de decisiones. Se revela así la ontología filosófica del tipo de socialidad deseada, por lo cual puede afirmarse que el Estado es el control maestro del sistema y el gobierno es el subsistema ejecutor de las políticas trazadas. Y eso obliga a establecer un modo de interacción gobernantes-gobernados muy distinto al del paradigma capitalista.

En términos prácticos, la relevancia del modo de interactuar de un Estado con el resto de su sociedad mediante la praxis gubernativa reside en que a través de ese, según se manifieste o no la empatía hacia la otredad (el pueblo), se propiciaría el consenso “afectivo” y la adhesión o, por el contrario, la apatía, el rechazo y la doble moral, cuando no el disenso, dependiendo de la intención política subyacente. Cuando esa empatía no sea “valorada”, debe asumirse como una alerta sobre el desempeño político en sí e invita a indagarse sus causas y a corregir el rumbo.

El Estado “fuerte” mediante la hipertributación

Una de las amenazas[1] más sutiles de la gobernabilidad empática, que enrarece la interacción Estado-pueblo, es la infiltración —en la mentalidad sobre la economía— del concepto de “Estado fuerte” basado en una fiscalidad excesiva, tema controversial sobre el que vale la pena meditar. Es obvio que, en contraste con las del capitalismo, las políticas tributarias del Estado socialista están animadas por propósitos sociopolíticos de retribución social real y transparente. Y en plena congruencia con la ontología social del sistema constituyen una vía para lograr mayor equidad social mediante la planificación, dirigida a balancear lo mejor posible el desarrollo socioeconómico en todas las escalas geográficas de la nación.

Por tanto, no se pretende cuestionar la importancia que adquiere la fiscalidad, sobre todo bajo las condiciones de un país bloqueado financiera y comercialmente como Cuba, para poder sostener las políticas sociales que representan sus más preciadas conquistas. El punto a reflexionar es que para comprender con mayor integralidad la inconveniencia de tal concepción de “fortaleza” basada en impuestos sobredimensionados, el dilema de la hiperfiscalidad requiere un abordaje transdisciplinar, y en el caso particular de nuestro país debe verse articulada con la dualidad monetaria y sus implicaciones socioeconómicas y éticas, con el cambio generacional y su concomitante orientación de valores; con las dificultades de satisfacción de necesidades de orden material, etc., que en buena medida marcan con signo negativo la subjetividad social, propiciando la indeseada percepción en los ciudadanos de interactuar con un Estado “extractivo”, erosionándose así la adhesión “afectiva” al proyecto socialista.

Otra arista del problema es si el aludido exceso tributario resulta inteligente en esta etapa de maduración de las nuevas formas de actividad económica (cooperativismo, cuentapropismo), mientras continúan la ausencia de un mercado mayorista, la corriente emigratoria juvenil y otras demandas acumuladas, pendientes de solución. Cabe preguntarnos: ¿Las contribuciones tributarias excesivas pudieran asumirse por los ciudadanos como política empática del Estado socialista? ¿Favorece un exceso tributario a la mejor armonización posible de los intereses societales?

Si, como se ha planteado, es necesario generar a corto plazo la adecuada sinergia económica y social de los nuevos actores económicos articulados al proceso macroeconómico nacional, la hiperfiscalidad impide ese objetivo, pues contrastaría, de entrada, con lo previsto en el lineamiento no.59, que expresa: “Estudiar la aplicación de estímulos fiscales que promuevan el desarrollo ordenado de las formas de gestión no estatal”.


 

Por ejemplo, ¿esos nuevos actores económicos no estan siendo objeto de doble tributación cuando compran insumos en la red minorista estatal, cuyos márgenes de ganancia superan el 200%, y luego cuando tributan a la ONAT por haber vendido en la red minorista esos mismos insumos previamente gravados, en caso de que no sean deducidos como gastos operacionales? Esta realidad se contradice con el lineamiento no.57, que plantea: “El sistema tributario estará basado en los principios de la generalidad y la equidad de la carga tributaria. En su aplicación se tendrá en cuenta la capacidad económica de los sujetos obligados a su cumplimiento y las características de los territorios. Se establecerán mayores gravámenes para los ingresos más altos, a fin de contribuir, también por esta vía, a atenuar las desigualdades entre los ciudadanos”.

A diferencia de la conducción política del capitalismo y de las formaciones socioeconómicas que lo precedieron, para la gobernabilidad empática del socialismo las políticas tributarias excesivas plantean un profundo dilema ético,[2] porque vulneran el principio de justicia social declarada en el discurso emancipatorio, justicia de la cual depende la legitimidad y por consiguiente la genuina adhesión popular al tipo de socialidad propiciada por el sistema.

¿Cómo impedir que esa concepción fiscalista excesiva subvierta con “ideas tecnocráticas” la mentalidad de los funcionarios públicos en una socialidad de nuevo tipo, sin clases sociales antagónicas, que intenta romper los paradigmas de las anteriores? El calificativo de “excesiva” nos ofrece una “pista” a tener en cuenta.

Y aquí es obligada una nueva pregunta: ¿Habría entonces otra vía de “fortaleza estatal” dimanante de una ontología empática de sustento a la conducción política? La respuesta es afirmativa si se concibe la gobernabilidad empática del socialismo desde una visión holística, donde del proceso mismo de gobernar dimana la “fortaleza” del Estado en la medida en que fortalezca a su contraparte social satisfaciendo necesidades en su tiempo generacional, pues lo históricamente paradigmático de la conducción política capitalista es procurar el fortalecimiento “autista” del Estado, mediante la voracidad fiscal, para solventar todo un entramado de intereses plutocráticos hegemónicos, o de clientelismo político, concibiendo ciertos programas sociales mínimos imprescindibles para evitar la inestabilidad política.

Por otro lado, el engañoso principio de “fortaleza estatal” vía fiscalidad excesiva dificulta la armonización entre los intereses societales generales, grupales e individuales, con lo cual se propicia —valga la reiteración— una menor cohesión social debido a una natural tendencia a la conformación de grupalidades burocráticas con intereses propios y al individualismo egoísta, que nada tienen que ver con las aspiraciones del Estado socialista. Perjudica con creces al ideal socialista la política de compensar con impuestos sobredimensionados la improductividad e ineficiencia empresarial.

En suma, la concepción burocrática-tecnocrática del “Estado fuerte” vía fiscalidad excesiva, al concentrarse en la econometría y tácitamente olvidar el carácter sistémico y dialéctico del Estado como parte indisoluble de la sociedad a la cual representa, enrarece la interacción Estado-pueblo y pudiera, aun sin proponérselo, condicionar una bifurcación de la dinámica gubernativa hacia escenarios sociopolíticos no deseados dentro de un proyecto socialista, que no es inmune a la sutil influencia de constructos sobre competitividad, reingeniería de procesos, principios modernos de dirección, etc., salidos del arsenal ideológico del sistema capitalista y diseminados bajo un disfraz académico, cuando en realidad son componentes de la batalla de pensamiento en el ámbito económico.

Lo previamente expresado reviste capital importancia no solo para la actualización del modelo socialista cubano, sino para su continuidad y sostenibilidad, y conmina también a que la prensa nacional, en su responsabilidad reproductora del pensamiento revolucionario, divulgue valores de cooperación y de solidaridad, a fin de evitar una desarmonía de intereses societales generales en favor de intereses grupales no legítimos (burocracia estatal “tecnocratizada”) e individuales (egoísmos individualistas), lo cual mina el sentido de pertenencia al proyecto social.

Estas cuestiones deben sopesarse también en su impacto sobre las subjetividades sociales, por lo que citamos a Raúl cuando argumentó:[3] “La batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro del trabajo ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social”.

Notas:

[1] Constitutivas de una mentalidad y/o propicias para la subversión política-ideológica enemiga.
[2] Ese dilema ético invita a reflexionar sobre la calidad “afectiva” del concepto de gobernabilidad y a argumentar en torno a un nuevo cauce posible de la dinámica sociopolítica reveladora de una gobernabilidad factiblemente holística, potencialmente generadora de simpatía desde la empatía.
[3] Por su importancia, esta cita encabeza el documento de los Lineamientos del VI Congreso del PCC.