El futbol, los mensajes automáticos, los ricos, el New Age y una cueva en Tailandia

Rafael de Águila
9/8/2018

Para que puedan
exaltar a pleno pulmón
las maravillas
estos siervos tuyos
perdona la falta
de nuestros labios impuros.

Himno a San Juan Bautista.
Pablo el Diácono. S. VIII.

 

El mundo actual reverencia el poder del dinero. Mario Vargas Llosa, no sin razón, sostiene que se trata de una sociedad de espectáculo. En realidad todo espectáculo es sostenido, y se sostiene, desde el poder del dinero. El mundo actual es una plutocracia. Una enorme vidriera repleta de objetos. Nunca han existido tantas vidrieras y tantos objetos. No bastan las reales y pululan las virtuales. No basta el dinero real y pulula también el virtual. Somos humanos. Urge decir que no somos enemigos de las vidrieras, ni de las reales ni de las virtuales.Tampoco de los objetos. Nadie puede decir que sea enemigo del dinero. Tenemos necesidades los humanos. Crecientes. Las necesidades, como la ética, como las maneras de ser bondadoso, mutan con las épocas. Pareciera que tantos objetos en tantas vastas vidrieras están hoy al alcance de todos. Que todos somos consumidores. Quien no posea dinero, sin embargo, no puede poseer. En sitio alguno. Las vidrieras no son para ellos. Los objetos no son para ellos. Nada es para ellos. Los espectáculos de esta plutocracia no son para ellos. El aire sí. Todavía el aire es para ellos. Al menos, aun hoy, pueden respirar. Vaya a saber si alguien en el futuro se atreva a patentar la idea de endilgar bills y taxes por respirar. Licitar el aire. Cobrarlo. Hasta ese día respiraremos los pobres.


Cristiano Ronaldo. Foto: Internet

 

Una noticia llega desde la BBC. Un genial futbolista portugués —134 millones de seguidores en Instagram y 75 millones en Twittercambia de equipo. Abandona el team con el que ganó cuatro Liga de Campeones y cuatro Balones de Oro. El equipo que ha adquirido al genial futbolista portugués pertenece a una familia italiana. Una muy encumbrada familia. Poderosa. Repleta de dinero. El equipo, tan solo por la compra del afamado futbolista, experimentó un aumento del 35 % en la bolsa de valores. Ya se sabe que el deporte, como todo en este mundo nuestro, se cotiza en Bolsa. El número en la espalda del jugador portugués es el 7. En Italia hoy se imprimen millones de camisetas con ese número. El 7. Tan solo por las ventas de camisetas con ese número —el 7— se esperan ganancias del orden de los 30 millones de dólares. Anuales. La familia dueña del Club que ha adquirido al genial futbolista portugués es dueña también de muy poderosas empresas del sector automovilístico. Esto es Fiat y Ferrari. El equipo receptor paga al equipo donador 117 millones de dólares. El genial futbolista portugués, de acuerdo al contrato, recibirá ganancias ascendentes a 140 millones de dólares. 140 millones en cuatro años. 32 millones al año. 613.698 dólares a la semana. 1.50 dólares por segundo. Un eminente físico nuclear trabaja en su laboratorioen un protocolo que haría más seguras la fisión y la fusión nuclear. Un estadista tiene su comparecencia ante la Asamblea General de la ONU en favor de la paz. Un afamado neurólogo descubre un medicamento prometedor para mitigar el Alzhéimer. O vencer al glioma, uno de los más mortíferos tumores cerebrales. Ninguno de ellos tendrá ganancias comparables. Ninguno de ellos tendrá tantos seguidores en las redes sociales. Ninguno de ellos será objeto de atención por parte de la familia dueña del Club comprador del genial futbolista portugués. Todos ellos, sin embargo —el físico nuclear, el neurólogo, el estadista—, dadas las labores que ejecutan, aquello sobre lo que deciden, las ramas de experticia en la que se esfuerzan, tienen mayor impacto social. Humano. Nadie podrá negar esto. Mayor trascendencia para el mundo. Nadie lo pondrá en duda. Para la sociedad toda. Nadie estará en desacuerdo. Para el mundo. Y es que el mundo puede ser otro si tales seres logran éxito. El mundo, sin embargo, no va a cambiar si el genial futbolista portugués hace llegar a la portería uno de sus muy soberbios balonazos. Seguirá igual el mundo. Tristemente igual. Los peligros serán los mismos. Amenazas tales como Chernóbil o Three Mile Island o Fukushima seguirán a la vuelta de la esquina. Siria o Yemen seguirán ardiendo, millones muriendo allí, millones serán lastimosamente heridos, o dolorosamente desplazados. El Alzhéimer, el SIDA o el cáncer seguirán asolando, por doquier. Pero el genial futbolista portugués meterá sus goles. Y nos pondremos de pie. Lo celebraremos, admirados. Y se pagarán todos esos millones por él. Y aquellos que han pagado esos millones recibirán diez veces más de lo que al genial futbolista se han comprometido a pagar. Se lo han ganado, me dicen, pagan porque lo vale. Y es que ese es el mundo nuestro. Un mundo en el que un futbolista y aquellos que pagan por él llevarán a sus arcas mucho más dinero que la sumatoria de los esmirriados bolsillos de millones de trabajadores de este pobre mundo nuestro. Ellos no se lo han ganado. A ellos nadie les paga. Y no se les paga, porque ellos, parece, no lo valen.

La BBC nos hace leer otra noticia. Una muy poderosa empresa estadounidense del sector de comercio electrónico procesa peticiones de pago en correo electrónico, en sitios web. Por ello, desde luego, cobra un porcentaje. Su sede principal se encuentra en California, Estados Unidos. Se trata de una empresa globalizada en un mundo globalizado. La BBC nos hace saber que la mencionada y muy poderosa empresa ha escrito una carta. Una carta a una mujer. Una usuaria. Hasta ahí todo parece normal. La poderosa empresa —de seguro— escribe muchas cartas a muchos usuarios. Usuarios en cualquier zona del mundo. Ya se ha dicho que se trata de una empresa globalizada en un mundo globalizado. Esta vez, sin embargo, la carta resulta algo… inmoral. La usuaria a quien la poderosa empresa dirigió la misiva ha fallecido. Ha fallecido de cáncer. La poderosa empresa dirigió la carta a la fallecida comunicándole que su muerte, precisamente su muerte, ha transgredido… ciertas pautas. Y es que la fallecida había contraído deudas con la poderosa empresa. En consecuencia, la poderosa empresa, y así pretendió hacérselo saber a la fallecida en la carta, tomará contra ella ciertas medidas de corte legal. La mujer hubo de fallecer el pasado mayo, apenas a los 37 años, tras luchar contra el cáncer y sucesivas metástasis. Pero murió sin pagar. Por fortuna, la muy poderosa empresa admitió la insensibilidad de la carta y se ha disculpado. En consecuencia, ha tenido la decencia de cancelar la deuda. Todo parece indicar que la tropelía fue la resultante de la emisión de un mensaje automático. Y es que el mundo de hoy no solo es globalizado. El mundo de hoy es también automático. Cobros y pagos son automáticos. Solo que hay millones de seres en el mundo para los que nada significa semejante automatización, son seres a los que ni se les cobra ni se les paga. Pero vaya, por Dios, enmendemos la digresión y regresemos a la historia que nos ocupa. Esa en la que una muy poderosa empresa estadounidense del sector de comercio electrónico se disculpa y cancela una deuda. Convengamos que pese a todo los humanos —ciertas veces— tenemos el pudor de no permitir la entronización del inmoral e indecente aquelarre.  

Al cierre de 2017 todas las agencias de noticias se hicieron eco de algo. Una vez más, pese a todas las crisis —los millones de hambrientos, los millones de niños famélicos, los millones de desempleados, los millones de enfermos—, los ricos se hicieron más ricos. Pareciera un escándalo, algo para discutir fervientemente en todos los foros, en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la UNICEF, en la OMS, en la UNESCO. Hasta en el FMI y el Banco Mundial. Y, hasta, ¿por qué no? en el Grupo Bilderberg. Nadie, sin embargo, movió un solo dedo. En el 2017 la fortuna de las 500 personas más ricas del mundo se cuadruplicó. Según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, ranking que monitorea ¡día a día! el progreso o retroceso de las mayores fortunas del planeta, se trata de un alza de un 23%. Ello cifra el incremento del peculio en USD 1 billón. De acuerdo con todos los expertos se trata de una de las season más exitosas en la historia reciente de las Finanzas mundiales. Vaya por Dios, ¡qué éxito! Jeff Bezos, el fundador de Amazon, por ejemplo, —eso también puede leerse en BBC—, fue el potentado que más atesoró: su fortuna creció en USD 34.200 millones. Bezos posee ahora USD 99.600 millones. ¡Albricias! Al cierre de 2017, las 500 personas más ricas del globo poseían USD 5.300 billones; en el 2016 poseían USD 4.400 billones. Afortunados que son, me digo. Entre los diez seres más ricos del mundo se ubican seis norteamericanos, dos españoles, un francés, un suizo y un mexicano. Ni el genial futbolista portugués ni la familia que lo adquirió aparecen en la lista. El hambre, la pobreza y la enfermedad también crecieron, sin embargo. Sobre el tema se publican no pocas listas pero no suele leerlas mucha gente. La pobreza no se cotiza en Bolsa. La pobreza no resulta buen espectáculo. Al menos todavía hoy no resulta muy atractiva de disfrutar. Tal vez algún día.

Dos amigos me hablan de un film para TV. El Secreto. El origen: un libro homónimo de autoayuda. Un bestseller publicado en el 2006, escrito por la australiana Rhonda Byrne. La autora se afilia a los trabajos de William Walker Atkinson. Según el texto los humanos debemos enfocarnos —mentalmente— en lo positivo en función de modificar los resultados que en la vida se desea obtener. Nada en contra, me digo. Ello se traduciría en mejoras en salud, riqueza y felicidad. Me afilio a la doctrina, sostengo, animadísimo. Mis amigos son seres inteligentes. Seres que quiero y admiro. Seres que respeto. Ello me lleva a acomodarme y disponerme a ver el film. Todo se basa en una supuesta Ley. La Ley de la Atracción, uno de los postulados fundamentales del New Age. Los pensamientos, de acuerdo con estos postulados, detentan energía. En función de controlar y encauzar dicha energía deben seguirse cuatro pasos: identificar lo que se desea para poder pedirlo ¡al universo!; enfocar pensamientos en el objeto deseado; comportarse como si el objeto deseado ya hubiera sido obtenido, y estar dispuesto, desde luego, a recibirlo. Parecía una burla. Pensé en las vidrieras del mundo, esas llenas de objetos, las reales y las virtuales. Pensé en los millones de seres que en el mundo no tienen un solo centavo. Esos que no pueden adquirir objetos. Que no pueden adquirir nada. Si ellos, los millones de seres que en el mundo mueren hoy de hambre, de sed, de enfermedades curables, de falta de medicinas, víctimas de guerras fratricidas, los millones que tienen míseras covachas por hogar, los millones de seres que en el mundo carecen de lo más elemental para meramente malvivir siguieran tales pautas pues… todo quedaría resuelto. Bien pudieran adquirir esos millones todos los objetos que se exhiben en todas las vidrieras. Las vidrieras del mundo, tanto las reales como las virtuales. Tal vez pudieran tener una casa con piscina. Un jet privado. Un megayate de fiberglass. Casarse con Angelina Jolie. O con Meghan Markle, como cierto Príncipe. O irse de vacaciones a Hawái. O comprar —a la familia que acaba de contratar al genial futbolista portugués— un Ferrari. Puede que, incluso, esos millones de seres puedan convertirse en el afamado futbolista portugués o hasta fundar empresas, compañías del tipo de esa que ahora mismo ha adquirido al genial futbolista portugués. Quién sabe si hasta tal vez puedan mejorar el servicio de generación de mensajes automáticos en función de impedir que poderosas empresas reincidan en el dislate de reclamar deudas a clientes fallecidos.

Hay momentos, no obstante, en los que las noticias de cuanto acaece en el mundo hacen pensar que todo no está perdido. Son momentos de esperanza. Más de una decena de niños tailandeses quedan atrapados en una cueva de esa nación y el mundo se une en equipo multinacional con el objetivo de rescatarlos con vida. Emociona eso. Uno lee la noticia y se siente parte de una misma familia, no importa el sitio, la raza, el idioma, la cultura, la religión, importa el solo hecho de ser miembros —ya no de una muy adinerada y poderosa familia— sino miembros de la maravillosa y única familia humana. Importa sabernos hermanos. Importa la vida. Importa el accionar solidario y esperanzador de todos.     

Uno puede terminar creyendo que en este mundo nuestro, loco e inmoral, toda iniquidad es posible. Y no dejaría de tener razón.

Pero la bondad, la magnanimidad y la solidaridad no están muertas. Y en eso, por fortuna, tampoco se deja de tener razón.