En el aniversario 170 del natalicio de José Martí se nos hace oportuno relacionar la efeméride con el penúltimo aniversario que tuviera en vida nuestro Héroe Nacional y el regalo que recibiera en tal ocasión. Si bien este último es poco conocido, no por ello es menos ilustrativo de su admiración por las culturas ancestrales de nuestro continente. De hecho, desde su estancia en México y Guatemala, Martí aprendió a reconocer los valores identitarios que estas culturas le aportaban a las entonces jóvenes repúblicas del continente en cuanto a una más raigal noción de patria. El regalo en cuestión es nada más y nada menos que un hacha petaloide de la cultura taína. Veamos.

“Un regalo que le hiciera su entrañable amigo Fermín Valdés Domínguez el 28 de enero de 1894, con motivo de su cumpleaños 41”. Imagen: Cortesía del autor

Quien visite hoy el Museo Casa Natal José Martí, sito en calle Paula, número 314, en la Habana Vieja, observará sobre el escritorio que poseyera en su oficina de Front Street, en Nueva York, la citada hacha. La misma fue un regalo que le hiciera su entrañable amigo Fermín Valdés Domínguez el 28 de enero de 1894, con motivo de su cumpleaños 41. El hacha había llegado a manos de Valdés Domínguez cuando ejercía como médico en la región de Baracoa; profesión que llevó a la par de sus investigaciones arqueológicas relacionadas con las culturas agroalfareras del oriente de Cuba. 

A un año y meses de tan significativo regalo —el primero de abril, para ser más exacto—, desde la manigua redentora Martí le escribe una carta a su secretario Gonzalo de Quesada y Aróstegui, considerada su testamento literario, donde le dice: “De los retratos de personajes que cuelgan en mi oficina, escoja dos Ud. ―y otros dos Benjamín [Guerra]— y a Estrada [Palma], Wendell Philips”. [1] Y Aróstegui escogió el retrato de Carlos Manuel de Céspedes y el hacha taína.

Esta última elección de Aróstegui, a no dudar, debió estar regida por una decisión muy personal, en tanto no se ajustaba a lo que le proponía Martí en la citada carta. No obstante, para suerte nuestra, en lugar de elegir un segundo retrato optó por el hacha. Concebido en roca de diorita, romo por un extremo y puntiagudo por el otro —de ahí su forma petaloide—, no era un retrato ni colgaba; estaba sobre el escritorio de Martí, el mismo donde escribió buena parte de su correspondencia a amigos y patriotas, además de artículos para las publicaciones periódicas, en particular Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano.

El uso que le dio Martí a tan particular regalo fue el de pisapapel; función, por demás, que le permitía estar en permanente relación con este “sagrado” objeto de nuestras culturas ancestrales, concebido para ser usado tanto en la paz como en la guerra. En tales momentos, cuando Martí hacía uso del hacha —que no eran pocos, como comprenderá el lector—, decía Aróstegui que “lo acariciaba siempre, porque según confesaba, así ‘toco a Cuba’”. [2]

“El uso que le dio Martí a tan particular regalo fue el de pisapapel; función, por demás, que le permitía estar en permanente relación con este ‘sagrado’ objeto de nuestras culturas ancestrales”.

Esta expresión de verdadero amor filial por su isla natal pone de manifiesto la realidad otra de un gentilicio de nación que, a diferencia de las otras dos islas hermanas de las Antillas Mayores, y en oposición a los nombres de mujer con que quiso hacerla más suya el conquistador (Juana y Fernandina), mantuvo el que le dieron sus antepasados aborígenes. [3] [4]


Notas:

[1] José Martí. Obras completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 20, p. 477.

[2] Luis Hernández Serrano. “Donan reliquia de José Martí al Museo Casa Natal del Apóstol”, Juventud Rebelde, viernes 18 de enero de 2008.

El presente artículo recoge la entrevista que Hernández Serrano le hiciera al profesor Jorge Lozano Ros, a quien le confió Gonzalo de Quesada y Michelsen, nieto de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, la custodia del hacha taína, la que permaneció consigo durante veintisiete años. La pieza se hizo pública en la citada entrevista a Losano Ros, porque solo entonces pudo verificar la autenticidad de la historia oral, hecho que propició un documento recién hallado en el Archivo Nacional, escrito de puño y letra por Fermín Valdés Domínguez, en el que narra cómo efectivamente, se lo regaló a Martí en Nueva York, en su cumpleaños cuarenta y uno. A dos años de la publicación de la entrevista en Juventud Rebelde, o sea,el 22 de enero de 2010, Jorge Lozano Ros hizo efectiva la donación del hacha al Museo de la Casa Natal “José Martí”, de La Habana Vieja.

[3] El edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, inicia su guion visual con los primeros pintores cubanos del período colonial. No obstante, se hace oportuno recordar el proyecto presentado durante el período de reorganización de sus Salas Cubanas a mediados de la década del noventa, el cual propuso recuperar la Sala Permanente de Arte Aborigen que tuvo el Museo al trasladarse al nuevo edificio en 1955.

José Ramón Alonso Lorea. “Del fondo de Cuba una estética ignorada”, Revista Loquevenga, Publicación de Artes Visuales, Ciudad de La Habana, 1994.

[4] Los contenidos del presente artículo de Bermúdez, han sido tomados de su libro Presente aborigen del arte cubano, aún inédito. (N. de la E)