El jazz no se aprende de los libros

Karla Castillo Morét
30/1/2018

Yosvany Terry reside en el extranjero (Estados Unidos) desde el año 1999, pero revisitar su país siempre es una experiencia renovadora, y más cuando el objetivo es compartir con el público su gran pasión, el jazz. Reconocido por la fusión que realiza entre los ritmos afrocubanos y el jazz, encuentra en sus raíces una vía para la renovación espiritual y musical.  


 

Ha participado en varias ediciones del Jazz Plaza, pero desde que vive en New York no lo hacía, por tanto, esta edición 33 del evento le permite una especie de reencuentro que considera importante porque ha realizado trabajos con disímiles músicos que muchas personas han podido seguir, pero no verlos ni escucharlos en vivo, por tanto, considera este Festival una oportunidad única para compartir con el público cubano lo que ha estado haciendo.

El interés por la música no es algo que adquirió con los años, se puede decir que nació con él:

“Primero que todo, la música me viene directamente de familia, mi padre fue músico, violinista y compositor, y es considerado actualmente como una de las leyendas de la música cubana, su nombre es Eladio Terry, más conocido como Don Pancho. Mi madre era enfermera de pediatría, pero crecer en una casa con ese ambiente musical no daba muchas opciones, debías seleccionar la música. Desde pequeño fui expuesto a muchas oportunidades cuando la orquesta de mi padre venía a la ciudad a tocar y lo que vivimos realmente nos impresionó a mí y a mis hermanos que también son músicos, de hecho, tenemos un grupo en la familia, Los Terrys.

“Las raíces afrocubanas y el interés que siempre he tenido por ellas, están en mi familia también, por ambas partes se practican los cultos sincréticos, es decir, las prácticas religiosas y por ende las tradiciones musicales religiosas que se mantienen aquí como todas las de raíces lucumí. Creo que antes de aprender a hablar ya estaba participando en ceremonias de ese tipo y eso resulta muy impresionante para un niño, porque es una combinación perfecta con música, representación y toda una magia, por lo que de pequeño tuve una impresión muy fuerte con ello y ahora me gusta aprender de mi cultura y profundizar los conocimientos de las tradiciones que existen en el país.

“Mi instrumento es el saxofón que estudié en la escuela igual que el piano, pero mi padre nos enseñó desde muy pequeños a mis hermanos y a mí a tocar el chequeré, algo que no entendíamos en ese momento, pero él no nos dio muchas opciones tampoco, y nos dijo que algún día eso nos iba a ayudar a alimentar a la familia. Así, bajo esas condiciones, aprendimos a tocarlo y a mí me fascina porque tiene una función rítmica muy balanceada y trae estabilidad a cualquier situación rítmica que esté sucediendo en un grupo, y de la forma en que lo tocaba mi padre, que fue como lo aprendimos nosotros, puedes tocar cualquier música, y si eres virtuoso y sabes utilizarlo con buena técnica, puedes hacer cosas inimaginables.

“Otros instrumentos que toco son las tumbadoras y el bongó, siempre he sido muy curioso con los instrumentos de percusión, si no lo conozco me lanzo a aprenderlo, y esa actitud me ha ayudado a desinhibirme para aprender cosas, que tal vez la mayoría de los saxofonistas y otros músicos que van a la escuela no han tenido la oportunidad de aprender, a no ser que vengan de un background familiar donde su cultiven estas tradiciones”.

Sobre sus experiencias en los escenarios extranjeros y con los músicos de otros países expresó: “Es bueno conocer que hay un respeto muy grande por los músicos cubanos en todas partes del mundo. No importa adonde tú llegas, si es a Roma, Indonesia, Austria, New York, París, Japón, hay una admiración grande, y es por todas las contribuciones que ha hecho a lo largo de la historia la música cubana, por la que hay gran respeto al igual que por los músicos y por la escuela de música cubana.

“No pienso que exista una escuela de jazz cubano, sino más bien una forma de hacer que a veces tiene que ver con cómo se hacen las cosas acá, y eso está condicionado por una serie de factores como son la información, la variedad de tradiciones musicales que aún prevalecen en Cuba, y también el interés de los músicos jóvenes de mirar hacia afuera y tratar de identificarse con esas cosas, todos esos factores más la influencia de jazzistas que son de aquí y han dejado su legado como Emiliano Salvador, ya fallecido, Bobby Carcassés, Chucho Valdés, y  la lista es inmensa, siempre ha habido una forma de hacer más allá de una escuela.

“Definitivamente, hay muchos jóvenes haciendo jazz, y me alegra saber que hay mayor aceptación dentro de la escuela y gente haciendo jazz que cuando estudiaba acá, que realmente estudiarlo era algo que hacías en solitario, escondido porque no se permitía prácticamente, pero tuve la suerte que uno de mis profesores de saxofón fuera Alfredo Thompson, que perteneció a Havana Ensemble y quien es un jazzista increíble del que aprendí vocabulario, lenguaje, armonía.

“El jazz es una cultura que al igual que la música folclórica y el blues, se ha pasado de las viejas generaciones a las nuevas oralmente, y que aun cuando se estudia en conservatorios y academias en gran parte del mundo, las grandes enseñanzas son orales, es como realmente se transmite, no es que puedas coger un libro, estudiártelo y ser jazzista, no se aprende así, me parece que es una de las grandes cosas que lleva este tipo de música. Esto permite que no solamente que aprendas el instrumento, sino que también aprendas ética, composición y cómo tratar, respetar y aprender de los mayores, además de aprender a comportarte en un escenario y a vivir como miembro de una comunidad cuando estás de gira”.