El piano es, para la música popular cubana, uno de los instrumentos imprescindibles que ha aportado gran cantidad de posibilidades y matices sonoros al panorama artístico de la Isla, tanto desde el punto de vista técnico como interpretativo.

Grandes ejecutantes de las teclas, como Luis Martínez Griñán —Lilí—, Rubén González, Antonio María Romeu o Bebo Valdés…, han legado formas de asumir códigos que encuentran una vigencia impresionante en instrumentistas que prestigian el actual pentagrama musical cubano.

Si a ello sumamos los amplios procesos de síntesis musical que se materializan en la producción creativa de los músicos cubanos, cuya capacidad de asumir manifestaciones o géneros, apegados o no a nuestras tradiciones, les hacen acreedores de un alto y exquisito grado de ingenio en el logro de mixturas de elevada factura de realización, encontraremos un caudal de posibilidades que abren su diapasón hacia una riquísima experiencia sonora, desde y hacia la música cubana.

Luis Ramón Valle Sánchez es capaz de brindarnos una visión resemantizada y contemporánea de clásicos de la música cubana, desde un lenguaje apegado al latin jazz.

Quiero compartir mi experiencia como oyente y admirador de uno de los más versátiles músicos que sobresalen hoy en el panorama musical cubano e internacional. Debo confesar mi sorpresa al descubrir a un ejecutante del que casi no se habla; pero transpira cubanía en cada una de las interpretaciones, y en cada improvisación que nos entrega. Luis Ramón Valle Sánchez es, a mi juicio, un fiel defensor de las raíces más profundas que definen nuestra música.

Entre la discografía de este importante músico se encuentran: The time is now (2018) con las colaboraciones de Jamie Peet y Omar Rodríguez Calvo, The art of two (2016), donde se une a Orlando Valle —Maraca— en un dueto inigualable, Take off (2015), Memorias–Piano Works IV (2005), Danza negra (2002), Casa Jamboree (1998) y Levitando (1996), entre muchos otros. A los anteriores se suma su más reciente producción titulada Inner State (2020).

Si revisitamos a vuelo de pájaro el catálogo discográfico de Ramón en busca de marcadores estilísticos y puntos convergentes, podremos identificar, como hilo conductor, la defensa de los valores y códigos identitarios que definen a nuestra música. Con un desbordamiento interpretativo en aspectos técnico-musicales, estilísticos y genéricos, el músico es capaz de brindarnos una visión totalmente resemantizada y contemporánea de grandes clásicos de la música cubana, desde un lenguaje particular apegado al latin jazz.

Ejemplo de lo anterior es el disco Danza negra, un homenaje desde el lenguaje jazzístico actualizado a una de las figuras más relevantes del pianismo cubano del siglo XX: Ernesto Lecuona Casado (1895-1963). El empleo de armonizaciones e instrumentaciones actuales amplía las posibilidades acordales, sonoras y tímbricas de las piezas a partir del empleo de las tensiones superiores de novenas, oncenas y trecenas, como expresión de talento y creatividad a la hora de ejecutar las improvisaciones.

Luis Ramón esboza desde su piano toda una suerte de melodías que si bien recuerdan a los temas principales, les otorgan una nueva vitalidad a las danzas, fundamentalmente, a partir del tratamiento del instrumento como un ente armónico-percusivo.

La relación del piano con la sección ritmática alcanza un influjo peculiar en la obra de Valle, y que en esta ocasión está matizado por las interpretaciones de Horacio el Negro Hernández, quien asume el set de percusión con la maestría y destreza que le caracterizan. Relacionado con ello está el tratamiento de los instrumentos de viento a cargo de Perico Sambeat (saxofón alto y soprano) y Carlos Puig (trompeta), quienes se unen a esta explosión rítmica que tiene lugar a lo largo de todo el fonograma. Como ejemplo se puede citar “Danza de los ñáñigos”, “En tres por cuatro” y “Córdoba”. De igual forma, sobresale la exquisitez en los arreglos e interpretaciones de los metales. Este hecho se hace evidente a partir del tratamiento de los unísonos, donde se deja entrever el alto grado de compenetración y la exigencia en el logro de una obra que trasciende fronteras para convertirse en un referente interpretativo.

Si revisitamos el catálogo discográfico de Ramón Valle en busca de marcadores estilísticos y puntos convergentes, podremos identificar, como hilo conductor, la defensa de los valores y códigos identitarios que definen a la música cubana.

Compartir escenario con diversas figuras de la escena musical internacional y con grandes pianistas cubanos como Emiliano Salvador o el maestro Jesús Chucho Valdés le han granjeado a Valle un gran reconocimiento, avalado por las dotes interpretativas que posee. Destacan en él, versatilidad, pasión y sensibilidad.

“Free al last” es una pieza que pertenece a su más reciente disco titulado Inner State, y nos viene a demostrar esa faceta más apegada a un jazz latino pausado, lleno de matices expresivos, sentimientos y sensaciones. Estos elementos están destinados, principalmente, a crear un estado, ya no de exaltación rítmico-armónica y de vitalidad, sino de cierto disfrute y deleite. Precisamente este trabajo fonográfico se distingue por la plenitud de melodías elaboradas y de un lirismo que, combinado con frases improvisadas, aporta un impulso rítmico evidente al discurso musical empleado (“Zwana” o “Hallelujah”, por ejemplo).

Como parte de esa síntesis que se evidencia en la interpretación del músico holguinero está el empleo de códigos que responden a la timba cubana, dado por la recurrencia al tumbao como elemento característico de nuestra música popular. Esa fiereza que trasmiten el tumbao y las frases ejecutadas por los metales, así como la ejecución del set de percusión en la timba, es traspolada a su estilo interpretativo en franco diálogo con un legado que forma parte de la identidad musical de su país natal y que encuentra en él un medio de realización idóneo. Para constatar lo anterior basta escuchar “Little, irreplaceable things” y “Mamita yo te quiero”. Igualmente se materializa esa síntesis en el tratamiento de géneros como el chachachá en la pieza “Te extraño”.

Otro de los discos que forman parte de su catálogo es The art of two, realizado a dúo con el flautista Orlando Valle —Maraca—. Sin temor a equivocarme, este trabajo fonográfico es una joya donde convergen dos grandes intérpretes; es un espacio donde la complicidad musical y la amistad se unen para hacernos partícipes de una sesión de escucha bellísima e íntima. Somos testigos, entonces, de una exaltación a lo cubano que parte del empleo de ritmos y géneros que integran el patrimonio sonoro de la Isla. “El guanajo relleno”, “Mi guajira con tumbao” y “Tú, mi delirio” así lo afirman.

La complicidad musical entre Ramón Valle y Maraca transmite una experiencia sonora bellísima e íntima.

La sutileza y dulcificación sonora que se experimenta al disfrutar de las interpretaciones de Maraca en piezas como “Monólogo”, unido a la maestría improvisatoria de Valle y la belleza de los motivos melódicos, son suficientes para que el oyente adquiera una experiencia sonora que mucho tiene que ver con ese mundo interior de ambos músicos.

Ramón Valle ha logrado establecerse como un reconocido compositor y arreglista, cuyo repertorio sobresale por su calidad y por la defensa, como ya hemos visto, de los valores identitarios que nos definen como cubanos. Si a esto añadimos las condiciones técnico-musicales e interpretativas de las que hace gala en cada interpretación, podremos asegurar que estamos en presencia de uno de los pianistas más destacados de su generación, y uno de los pilares fundamentales del pianismo jazzístico de nuestro país.

Un lenguaje peculiar, caracterizado por una mixtura entre la música popular cubana y el jazz latino, reafirma que las propuestas de este holguinero de pura cepa constituyen un punto y aparte en lo que se hace ahora mismo en materia jazzística, a partir del tratamiento de los ritmos y géneros cubanos, armonías plagadas de cromatismos y tensiones, el papel rítmico del piano, el manejo de las texturas complejas por superposiciones de elementos simples, giros melo-armónicos con cierto carácter folklórico y hasta místico. Todos estos ingredientes son mezclados por el pianista, consolidando una visión muy particular: su visión de la música popular cubana y del jazz como un todo orgánico y coherente.

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