El lado oscuro de los imperios (I)

Roberto Medina
5/5/2016
Fotos: Kike
 

Una atrayente exposición con el título Ascensión, curada por la joven especialista Shirley Moreira, ha sido presentada entre marzo y abril en la galería El reino de este mundo, en la Biblioteca Nacional “José Martí”. Bien pudiera someterse a concurso por el Premio Anual de Curaduría que otorga el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, debido al acierto en la selección de las piezas de varios jóvenes artistas cubanos que abordan los ocultos y sórdidos manejos imperiales, y su grosera acción de sometimiento de personas, culturas, etnicidades y naciones de todo el orbe a las cuales, en su prepotencia, consideran inferiores.


Glauber Ballestero / Mimas Sibaris-Gorva
 

Durante siglos, los imperios han representado en formas simbólicas la fiereza de esa sumisión. No han vacilado en caracterizarla ellos mismos con los actos desmedidos de un ave de rapiña —el águila heráldica—, que aparece inscrita en forma desafiante en sus escudos. Con una belleza y perfección de formas que connotan la sublimación legitimadora de la ira y la soberbia contenida en esos símbolos, la estetización de esas figuras es prueba de cuánto orgullo y exaltación hay en ese tipo conceptual de expresión de la naturaleza del poder imperial.

La pieza Selección natural (2016), de Alex Hernández, toca esta idea con un fino tacto al presentar las recurrentes imágenes heráldicas de varios imperios, ennoblecidos sus símbolos por la grandilocuencia y pulcritud formal. Son indicios de cuán superior es el ego de esas naciones y su manifestación histórica en todo el orbe. Incluye el símbolo nacional de México basado en la leyenda azteca que promulga cómo ese pueblo vagó buscando la señal indicada por sus dioses para fundar la ciudad de Tenochtitlán —actual Ciudad de México—, allí donde vieran a un águila devorando a una serpiente. Este es un signo ineludible del carácter guerrero de ese pueblo decidido a dominar y asentarse en nuevas tierras, conceptuándose a nivel mítico la justificación suprahumana de su destino.


ALex Hernández / Feng Shui Oval
 

No es casual que esos diferentes imperios hayan sido protagonistas, en distintos momentos de la historia, de procesos de colonización sobre amplios territorios a los cuales han sometido con implacable mano de hierro, impidiendo el ejercicio de la gobernación propia de cada una de esas regiones anexadas. La ambición lleva a los imperios a pensar en términos numéricos: mayor vastedad territorial, número de pueblos y naciones sometidos, mayor cantidad de población sobre la cual ejercer su dominio de una manera excluyente. Todo es bajo el signo del más-más.

Los ojos acechantes de las águilas heráldicas de las naciones imperiales quieren abarcar, desde lo alto, horizontes lejanos con la convicción de que todo eso les pertenece. No pretenden compartirlo con otras naciones-águila, porque entre ellas no hay sentido gregario: todas son enemigas. Muchas veces se enfrentan de manera prolongada. Si pactan alianzas o treguas bélicas es para dividirse las posesiones a depredar y evitar las colisiones desgastantes entre ellas. 

La idea de expansión, de afanosa observación en el vuelo panóptico del águila inalcanzable para las demás criaturas es, de por sí, un símbolo de demasiadas naciones imperiales para que su recurrencia sea un mero accidente. Vigilar, castigar, diría Foucault al referirse, en términos modernos, al ejercicio todavía más abarcador y devastador del poder; no solo sobre naciones y pueblos, también ejercido implacablemente a nivel de individuos y grupos sociales.

Los imperios pretenden ser omnímodos, aspiran a ese ideal aun cuando se encubran en formas de actuar menos despiadadas y brutales. Esa imaginería en su presentación, revestida insistentemente de nobleza, busca reducir la apariencia cruel. Se instrumentaliza en formas que provocan la admiración de sus súbditos y de no pocos de quienes están fuera de sus acciones directas. Ese reforzamiento en la estetización de sus maneras elegantes de actuar, solo es un recurso innoble para ejercerlo. De ahí que la inteligente pieza instalativa de Alex Hernández logre, con una economía de recursos trazados con voluntad minimalista, potenciar la naturaleza intrínseca del poder imperial en la magnificencia de sus modos de representación pública, expresada artísticamente con una precisa capacidad comunicativa de sobria belleza.

El carácter de encubrimiento de lo sombrío se da, además, en el recurso de la iluminación más particularizada de la pieza, cuando para favorecer ese tipo de observación semántica se apaga parte de las luces de esa área por la amable e instruida persona que se encarga de recibir al público, custodiar la sala, y dar a conocer a los visitantes cuánto ganan esa y otras piezas mediante este detalle. En ese momento de menor iluminación, las líneas dibujadas sobre acrílico de las imágenes de las diferentes águilas imperiales, proyectan una sombra sobre la pared que las soporta, en clara develación metafórica que sacar a relucir la naturaleza sombría del poder y su típico actuar oculto en el trasfondo misterioso de lo impenetrable. La imagen artística empleada es un recurso que apunta al modo aparencial, sutilmente ocultador en su manera velada hacia lo observado por el público, y permite apreciar cómo se comportan esas naciones, a diferencia de cómo se ejerce crudamente el mando en la realidad mediante procedimientos de encubrimiento por los cuales pretenden salir limpios en el perfil mostrado ante la sociedad.

Ese recurso de acentuación estética en la manera de presentar los imperios, tiene en otra de las piezas de Alex Hernández, Feng Shui Oval —correspondiente a la serie Levantamiento (2016)—, un notorio ejercicio de síntesis expresiva, al apropiarse de las imágenes conocidas de la Sala Oval, oficina principal del Presidente de los Estados Unidos de América, situada en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Aunque independientes, las dos obras se complementan y forman un díptico conceptual en la exposición.


ALex Hernández / Feng Shui Oval
 

El título de esta pieza —realizada en acuarela, pintura acrílico y pintura industrial sobre papel y cristal— alude a los saberes emanados en las concepciones del Feng Shui. Es así que busca encontrar, en el trazado de las líneas geométricas, la zona arquitectónica que actúa como el centro generador de un poder de control de la gran energía del chi, cuyo flujo se ve favorecido por la forma y disposición dada al espacio siguiendo determinados puntos cardinales. En la China imperial, el Feng Shui era asunto de estado, y solo construcciones nobiliarias tenían acceso a esta aplicación estética cuya concentración influía sobre la fortuna, la prosperidad y el poderío de quienes la habitaban y de sus sucesores.

El trazado de las líneas ovales de la Sala donde ejercen sus dictados oficiales los presidentes norteamericanos, es representado artísticamente como el lugar de acentuada presencia del chi, de centro fuerte donde se firman las acciones del poder político imperial norteamericano en su declarado propósito de perpetuación como centro gravitacional político, mercantil y financiero del mundo, que aspira a seguir siéndolo en las décadas por venir, como indica el realce de su uso por los sucesivos presidentes a lo largo de la historia moderna de esa nación.

En su trazado, esta instalación también hace recordar al esquema de las trayectorias elípticas de los planetas alrededor del sol dominante y majestuoso, con el buró presidencial de los Estados Unidos muy próximo a su centro gravitacional. De este modo, el artista connota de una manera sumamente mordaz, una legitimación natural a nivel cósmico de la nación norteamericana, jugando con esa superioridad tan propia de las soberbias legitimadoras de los imperios.

Ariamna Contino presenta la instalación titulada Ascensión (2016). A cierta distancia ofrece el aspecto grácil de una ligera composición abstracta y vacía de sentido. Escruta con sobrada crudeza el problema social que presenta, revelándose —al acercarse el observador— su oculta dimensión conceptual, profunda y terrible. Con la frialdad de los materiales empleados —mortero de cemento y polvo de mármol grabado— conforma unas placas en piedra a manera expresa de lápidas mortuorias, donde están grabadas las cifras de poblaciones en el mundo según su carácter religioso y étnico. Aparecen esas placas-lápidas como si se tratara de tumbas. En las piedras cercanas a esas placas están grabadas las cifras de muertos y reprimidos en actos de violencia contra diversos grupos de esas culturas, en su profunda desestimación por motivos de raza y religión a pesar de la enorme población que abarcan. Prueba de la despectiva manera de separar inmensos grupos sociales, en razón de ser los masivos representantes de culturas despreciadas por los poderes imperiales, sirviéndose en cambio de ellos para dominarlos, explotarlos y vejarlos.


Ariamna Contino / La ascensión
 

Este mapeo distributivo en el espacio de representación de esta instalación, prueba cómo la imagen es hermoseada al ser vista a distancia. Al acercarse el observador, se revela el carácter dramático y criminal de esa discriminatoria separación. El resultado artístico es casi un tributo simbólico hacia esas poblaciones y sus sufrimientos, a la manera sobria de los monumentos recordatorios de holocaustos.

La disposición espacial de esta instalación en el panel trasero, donde está ubicada la de Alex Hernández, Selección natural, establece una sabia distribución curatorial en forma de anverso-reverso con la pieza de Ariamna. La de Alex es la presentación del lado gratificante de lo imperial. La de Ariamna, el lado encubierto, el del desprecio hacia las poblaciones a las cuales los imperios observan desde una vanidosa altura. Implícitamente clama por el derecho que asiste a esos pueblos vejados de enfrentarse a la desidia y la indiferencia de los imperios pasados y presentes, ante el dolor de esa enorme parte de la humanidad. Con eso se ratifica la posición autoral de la curadora, basada en la existencia de dos lados del poder formando una unidad indisoluble de naturaleza dual: el visible asentado en una imagen edulcorada hacia las demás naciones, y el otro, cuidadosamente encubierto, por ser el lado infame de los imperios.

Su título, Ascensión, ha dado nombre a la exposición. Viene a ser, de alguna manera, una obra resumen de las intenciones de los artistas, que la curadora remarca al indagar, con una frialdad nada emocional, sobre la naturaleza y las consecuencias del ansia de ascenso desmedido del poder imperial. Analiza, además, cómo tras la apariencia agradable y hermoseada de su presentación ante el mundo, se encubren mecanismos despóticos de una crueldad sutil o despiadada, según le convenga asumir en un momento u otro.