Reitero: Martí es un género del arte cubano. Su ejemplar vida y obra sigue motivando a cada nueva generación de artistas, independientemente de las manifestaciones elegidas y las tendencias estéticas asumidas en la consecución de las mismas. El pasado 19 de mayo, una vez más, se pudo constatar esta verdad. En la Casa Natal, Armando Morales, restaurados del Museo Nacional de Bellas Artes, presentaba su reconstrucción pictórica del óleo Muerte de Martí en Dos Ríos, de Esteban Valderrama; como es notorio, destruido por su autor ante la crítica adversa que recibiera durante su presentación en el Salón de Bellas Artes de 1918.

“Martí es un género del arte cubano”.

En tanto, en el reparto Palatino, en las instalaciones de la Empresa Aguas de La Habana, esa misma mañana de mayo, tenía lugar el develamiento de la segunda estatua ecuestre de José Martí existente en nuestro país. Su autor, Antonio León Rodríguez, operario de moto-bomba y escultor autodidacta, se congratulaba de haber llevado a feliz término el proyecto que iniciara dos años antes, inspirado en la réplica del Martí ecuestre de la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington, inaugurado en el parque 13 de marzo, de La Habana Vieja, el 28 de enero de 2019.

“Es la primera escultura ecuestre de José Martí hecha por un cubano”.

La escultura ecuestre de Antonio, presenta a Martí erguido sobre sus estribos, con la mano derecha señalando el camino a seguir y portando las tres armas con que llegó a Cuba, para ser un combatiente más de la “guerra necesaria” que había alentado desde el destierro. A saber: el fusil Winchester, el revólver Smith and Wesson calibre 44, que Panchito Gómez Toro le regalara en República Dominicana y el espadón —armas que nunca llegó a empuñar contra nadie. Otro elemento que particulariza esta concepción escultórica de acento guerrero, es el sombrero que lleva puesto Martí, aunque sin el doblez del ala frontal que caracterizó su uso entre los miembros de la infantería y caballería mambisa. No obstante, cabe acotar que, vista la escultura desde cierta distancia, la presencia del sombrero, al conjugarse con la inusual identidad guerrera del Apóstol, podría relacionarlo con otros héroes de nuestras guerras de independencia y, por consiguiente, interferir en el proceso de recepción de la obra. Por último, Baconao, el caballo, el otro regalo que Martí recibiera días antes de caer en Dos Ríos, en este caso, de manos del Mayor General José Maceo, mantiene la clásica postura asumida para esta tipología escultórica, al representarse encabritado por el fuego enemigo, con las dos patas delanteras levantadas. A propósito, el hecho de que José Maceo le obsequiara Baconao a Martí, al margen de su posible admiración por el hombre a quien el mambisado ya reconocía como “el Presidente”, estuvo determinado por una necesidad imperiosa, por demás, propia de la guerra: desde su desembarco por Playitas de Cajobabo, el 11 de abril de 1895, hasta su llegada a la región del Cauto, un mes y días después, aproximadamente, Martí había recorrido a pie 360 kilómetros por entre los montes y elevaciones más agrestes de la geografía oriental. De ahí que no había razón alguna para que tal situación continuara.

La concepción escultórica que particulariza esta obra de Antonio León Rodríguez, por supuesto, fue un reto que encaró como obrero y artista anónimo —hasta hoy—, llevado de su pasión por la escultura y su devoción por nuestro Héroe Nacional. En consecuencia, su línea entre realista y cuasi academicista tuvo por única aspiración hacer realidad lo que, en sus sueños de artista, siempre al calor de la historia patria, sintió por el hombre de Dos Ríos. Y para lograrlo superó limitaciones y carencias resultantes de una iniciativa muy personal que, si bien tuvo el respaldo de la Dirección de su centro laboral, solo pudo materializarla en los días de descanso, a puro corazón —trabaja un día y descansa dos. De ahí que su Martí —lo escribimos en cursiva con toda intención—, con algún que otro “pero” que se le pueda señalar, como a casi toda obra de su tipo, es la primera escultura ecuestre de José Martí hecha por un cubano. Y esa verdad, estimado lector, ya es inamovible de nuestra historia del arte.

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