El Mejunje de todos, cumple 35

Mairyn Arteaga Díaz
30/1/2019

En el número 12 de la calle Marta Abreu, en Santa Clara, está El Mejunje, definido oficialmente como un centro cultural, pero que se puede trocar en lo que usted desee o necesite en el instante preciso en que decide llegar a él. Desde la numeración misma que ha elegido, hasta la forma en que se mueve el mundo cuando se entra allí, el Mejunje es, por naturaleza, transgresor: el inmueble que le antecede no lleva el número 10, así que el 12 le fue puesto aposta, dicen que por el significado que en la charada se le otorga a esta combinación de dígitos.

En el número 12 de la calle Marta Abreu, en Santa Clara, está El Mejunje. Fotos: Alexis Pérez Soria
 

En el exterior, una fachada que sirve de lienzo a un mural ya emblemático y una enredadera de uvas que cuelga al descuido por cualquier lugar son el indicio de que se está en el Mejunje. Adentro están el patio donde crecen los framboyanes y el patio de Teresita, dedicado a la trovadora para niños también hija de Santa Clara, una sala de teatro, un bar-galería…y así, los espacios se multiplican.

A la entrada del patio de los framboyanes, como un símbolo desacralizador, el santo patrono que ha escogido el Mejunje: San Mejuncio de los Desamparados, que tiene una imagen peculiar, mezcla de estilos y tribus urbanas y al que le ponen flores y le piden deseos que algunos aseguran son cumplidos por el susodicho. A los pies del investido santo la profecía que encierra los sentidos de este espacio: “el lugar se convertirá en un sitio famoso donde tod@s estarán juntos y revueltos y de tanta felicidad algunos tendrán hasta deseos de volar”.

Y el vaticinio se hace sentencia y se reafirma con cada día que pasa.

A la entrada del patio de los framboyanes, como un símbolo desacralizador, el santo patrono
que ha escogido el Mejunje: San Mejuncio de los Desamparados.

 

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Era 1984 cuando Ramón Silverio decidió regalar un sitio a su ciudad donde todas las personas y tendencias tuvieran cabida y el encuentro se diera a través del arte y el crecimiento espiritual. Futurista en su momento, luchador contra obstáculos materiales y mentales, renovador desde las entrañas de una idea pujada por el progenitor, el Mejunje supo abrirse paso y crecer y perdurar y supo, además, alcanzar un prestigio reconocido en Cuba y fuera de ella. En el Mejunje todo cabe, todo se acepta; todo, siempre y cuando se enmarque dentro del respeto y los principios más sólidos: no por liberal el Mejunje es libertino.

Veintiséis de enero de 1984, y le nacía a Santa Clara el rincón que no falta en las guías de turismo y del que todos saben aquí y allá, aunque no todos compartan sus códigos, la mayoría de las veces por desconocimiento.

Unos años pasaron hasta quedar instalado en el espacio que hoy ocupa: años de desandar caminos enmarañados, de sortear obstáculos, de peregrinar de un lugar a otro, hasta que en las ruinas de un viejo hotel se instauró su sede definitiva, la casa de todos, bajo la sombra de los framboyanes eternos.

Este 26 de enero cumplió el Mejunje 35 años. A los 35 años uno puede ser aún un joven idealista o haberse convertido en adulto recio obligado por las circunstancias de la vida. A los 35 años todavía quedan sueños y las ganas de cambiarlo todo que vienen con la juventud. A los 35 años puede que tu obra no esté hecha aún y puede uno pensar que queda tiempo para hacerla. Pero llega el Mejunje a los 35 años con una trayectoria consolidada, como un adulto que creció de golpe, obligado por las circunstancias de la vida. Mas no recio, no enmarcado por nadie ni cerrado a lo nuevo que siempre llega.

El Mejunje arriba a sus 35 muy renovado, dice Silverio a propósito del cumpleaños, precisamente la trascendencia que ha tenido el Mejunje es porque ha sabido renovarse y mantener un público que para nada es el mismo que lo fundó: están los hijos y los nietos de aquellos; y si hemos tenido alguna virtud es esa: la de atraer a las nuevas generaciones tal vez con las mismas propuestas, pero con la premisa de que se asimilen con otros códigos y otros elementos de comunicación.

El Mejunje ha sabido renovarse y mantener un público que para nada es el mismo que lo fundó.
 

Y dice, también, que siempre ve al Mejunje en futuro: para él vivir es hoy, es el presente y es también lo que se va a hacer.

Nunca he vivido de la nostalgia de lo que se hizo, dice, ni de cómo fueron esos primeros años, ya aquello, aunque yo quisiera, no podría ser. Ya el tiempo ha cambiado lo suficiente, las generaciones también y, como no lo miro con nostalgia, me parece que hago siempre el mejor Mejunje: hoy soy superior a lo que hice hace dos meses y mañana seré también superior.

A sus 35 años, el Mejunje no es una construcción, no son las paredes de ladrillos rojos, ni los bancos que esperan, ni el mural, ni el número 12: El Mejunje es su gente, la que ha hecho de él su hogar y la que pasa de vez en vez, como a reencontrarse a sí mismos.