El neoimperialismo. Del libro de Lenin a la espiral de Tatlin (I)

Noel Alejandro Nápoles González
29/10/2018

Caballos de Troya del opresor 
en la intimidad de nuestros cerebros

Ignacio Ramonet

 

La humanidad actual se enfrenta a un imperialismo de nuevo tipo que desborda los límites de la teoría leninista, pues su estructura económica ha mutado, y sobre ella se ha levantado una superestructura peculiar. A continuación, en una serie de tres artículos, serán abordadas estas mutaciones en la estructura del imperialismo clásico, así como su reflejo en la superestructura y la dinámica de todo el sistema.

 Fotos: Internet
 

En El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), Lenin definió sus cinco rasgos económicos, a saber: los monopolios, el capital financiero, la exportación de capitales, el reparto económico del mundo por las asociaciones capitalistas, y el reparto territorial del mundo por los Estados imperialistas. Sin embargo, hay razones para creer que, desde mediados del siglo XX, toda esta estructura sufrió transformaciones fundamentales en su genética, las cuales precisan de estudio si queremos entender totalmente a qué nos enfrentamos.

1. El capital global

El vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación durante la primera mitad del siglo XX contribuyó a acelerar la circulación económica. Si la utilización del vapor y la electricidad durante el capitalismo y el imperialismo, respectivamente, contribuyó a acortar la fase productiva de la rotación del capital, el auge de los medios de comunicación ayudó a reducir la fase circulatoria. Desde entonces el capital se produjo y circuló más rápidamente. Los comerciales radiales y televisivos desbordaron las fronteras nacionales e invadieron la intimidad de los hogares. La propaganda comercial se agilizó y contribuyó a la realización más ágil de las  mercancías, lo que propició la reducción del tiempo de circulación y, por tanto, la rotación más dinámica del capital.

Todo lo anterior potenció el rol del capital comercial en la economía, y poco a poco la función fue creando al órgano. En la esfera de los servicios y en la actividad comercial se vislumbraban jugosas ganancias, por lo que el poderoso capital financiero migró hacia ella. Los fabricantes y banqueros se volcaron hacia el comercio. El capital financiero —que según Lenin es la fusión del capital bancario y el industrial— empezó a establecer lazos cada vez más estrechos con el capital comercial, hasta formar un haz. De la unión de las tres formas del capital surgió lo que se denomina capital global, entendido como la primera mutación sufrida por la estructura clásica del imperialismo, apreciable claramente en las megafusiones de empresas capitalistas. Si el imperialismo es la época del capital financiero, el neoimperialismo es la época del capital global. Por primera vez en la historia de la humanidad, una oligarquía global acaricia la posibilidad real de gobernar el planeta y de imponer a toda la población mundial sus designios.

2. Los monopolios de la información

Sobre la base del capital global y su oligarquía, que tienen en sus manos los medios de comunicación social, surgieron monopolios de nuevo tipo. Los monopolios tradicionales (trust, consorcios, carteles) se caracterizan por controlar la oferta e imponer sus precios de monopolio a las mercancías que producen y venden. Sin embargo, con el capital global se crean las condiciones para que, mediante la manipulación mediática de la opinión pública, el control monopolista se extienda también a la demanda.[1] Ya no se trata solo de controlar la oferta, sino de crear artificialmente la demanda. No se vende lo que se produce, se produce lo que se vende. Esta es quizás la forma en que se manifiesta el protagonismo del capital comercial en el seno del capital global. Sobreviene así una segunda mutación en la estructura del imperialismo: el surgimiento de los monopolios de la información.

Esos monopolios de oferta y demanda son transnacionales que controlan las grandes cadenas de radio y televisión, los periódicos y revistas, así como el cine, las modas, las campañas presidenciales y los estados de opinión. Para ellos, la información no es mercancía, sino capital.

3. La exportación de ideas

Si el capitalismo de libre competencia se caracteriza por exportar mercancías, y el monopolista se distingue por exportar capitales, el rasgo esencial del nuevo imperialismo es la exportación de ideas. La producción capitalista se realiza de espaldas al mercado, dado el aislamiento de ciertos productores privados respecto a otros. Para superar esta limitación sistémica que conduce a las crisis periódicas de superproducción, lo lógico sería estudiar la demanda y las necesidades populares, y a partir de ello satisfacer el consumo de las personas. Pero la lógica del capital no parte del hombre para mejorar al hombre a través del dinero, sino del dinero para incrementar el dinero a través del hombre.

“Tal es la alternativa que encuentra el capital para afrontar las necesidades
impostergables del desarrollo humano, sin salirse de los límites del capitalismo”

 

El capital no estudia la demanda real para satisfacerla, sino que la crea artificialmente para manipularla a su antojo y conveniencia. Fabricar la demanda significa que el consumidor ha de ser manufacturado antes que la mercancía. Un mundo virtual y fantástico es creado por la propaganda comercial en aras de activar un patrón de consumo y un nivel de demanda artificiales. Tal es la alternativa que encuentra el capital para afrontar las necesidades impostergables del desarrollo humano, sin salirse de los límites del capitalismo. La exportación de ideas, por tanto, cumple la función económica de prefijar qué se come, qué se bebe, qué música se escucha, qué estética o qué ideales políticos priman en la sociedad, etc. Todo lo vendible es sometido al marketing: primero, se construye la demanda; luego, se hace la oferta.

4. El reparto cultural del mundo

Apoyados en las tecnologías de la información, amparados por el poderío del capital global, y enfilados hacia la exportación de modelos ideológicos, los monopolios de la información se dan a la tarea de repartirse el mundo culturalmente.

El planeta está dividido en zonas de influencia cultural. El reparto del mundo adquiere una nueva dimensión menos material y tangible, pero más profunda y amplia. Con ello el imperialismo, sin dejar de ser agresivo, se torna más sutil. Mientras los ejércitos de las potencias neoimperialistas invaden los territorios del tercer mundo, y las grandes empresas monopolistas penetran sus mercados, las transnacionales de la información compiten por el control de las cabezas. El principio neoimperialista es elemental: quien controla las mentes controla los territorios y los mercados. Esto no significa en modo alguno que se acaben las guerras imperialistas ni el saqueo económico de los países subdesarrollados; esto quiere decir que en las condiciones del neoimperialismo es posible, además, que el reparto económico y territorial del mundo se produzca a través del reparto cultural. De manera que el neoimperialismo contiene al imperialismo clásico, pero lo supera en complejidad.

En resumen, puede decirse que desde el punto de vista de su estructura, el neoimperialismo es la época del capital global, el cual utiliza los monopolios de la información para exportar su ideología y repartirse el mundo culturalmente. Información, ideología y cultura son términos usualmente ligados a la superestructura, que hoy forman parte de la estructura económica de un sistema regido por el capital. Ello indica que en la sociedad contemporánea, como nunca antes, la idea es poder.

 

Nota:
 
[1] “El marketing nació en Estados Unidos a raíz de la crisis de 1929, cuando los fabricantes, que hasta entones producían sin preocuparse de la demanda, tomaron de pronto conciencia de que solo se podían lanzar al mercado productos susceptibles de adquisición”. (Véase Ignacio Ramonet: Propagandas silenciosas).

 

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