El nuevo rostro de Caliban

Graziella Pogolotti
8/6/2020

El tráfico por la existencia humana ha sido equiparado a un viaje en el cual, hasta el momento de tomar la barca de Caronte, se vencen obstáculos y se va aprendiendo por el camino. Conocí a Roberto —lo he contado muchas veces— recién cumplidos los 15 años. A través de la mediación del pintor Víctor Manuel, había venido al apartamento de Peña Pobre con el propósito de conocer a mi padre. En aquella decisiva conversación, me hizo descartar el proyecto de estudiar arquitectura. Coincidimos ambos en la carrera de Filosofía y Letras. Estábamos emprendiendo juntos un camino compartido de afectos, amistades, inquietudes intelectuales y batallas políticas de las más diversas naturalezas. Por esa razón, me gustaría evocar aquellos difíciles años cincuenta, un tiempo de espera y de preparación para lo que habría de sobrevenir a partir del triunfo de la Revolución, “vuelta de la antigua esperanza”.

 “Nos corresponde empezar a saldar la deuda contraída, volver a sus textos y reinscribirlos
en un debate contemporáneo tan huérfano de pensamiento creador”.

 

Orgulloso de ser viboreño de pura cepa, al socaire de la Calzada de Jesús del Monte jugó pelota con los muchachos del barrio, estudió y trabajó en el prestigioso Instituto Edison, dio a conocer sus primeros escritos en hojas estudiantiles auspiciados por Emma Pérez. En ese entorno, crecieron el poeta, el ensayista y el revistero. A veces nos reuníamos en la pequeña sala con Tomás Gutiérrez Alea para diseñar publicaciones que nunca saldrían a la luz, mientras Roberto se mecía incesantemente en el viejo balance hogareño, sin imaginar que años más tarde volveríamos a unirnos en la atmósfera polémica de las revistas de la Uneac y, sobre todo, estaríamos con Ambrosio Fornet, Lisandro Otero, Ángel Rama y Julio Cortázar, entre otros, en la fragua de ideas de Casa, la más influyente revista latinoamericana de la época en un batallar que traspasaba los límites de la Isla.

Tal y como lo dijo en más de una oportunidad, el poeta debió mucho a Julián del Casal y a José Martí y fue siempre devoto de Rubén Martínez Villena, a quien dedicó su primer manojo de versos, Elegía como un himno.  En ese homenaje y en la devoción por José Martí se fundían el poeta y el pensador, doble vertiente en la que quisiera detenerme. Para el lector febril, los años cincuenta fueron decisivos. Tomó en serio sus estudios universitarios. Sentó en ellos las bases de una formación clásica con proyección universal. La visión tercermundista no podía sustentarse en la ignorancia de un legado histórico. Se trataba, por lo contrario, de apoderarse de ese saber y de valerse de un instrumental refinado para hurgar en el redescubrimiento de lo nuestro. Transcurridos varios decenios, su tesis sobre la poesía cubana contemporánea le impuso un exhaustivo examen de la producción cubana en el siglo XX. Sus valoraciones y el ordenamiento generacional de las personalidades mayores, sigue constituyendo referente indispensable. La estancia en Yale como profesor invitado le ofreció la oportunidad de examinar a fondo la creación literaria del continente.

La sólida formación académica no es desdeñable. Incorpora hábitos de disciplina y contribuye a sistematizar conocimientos. Encerrada en sus muros, puede conducir a un academicismo deformante. En los intensos años cincuenta, el enfrentamiento a la dictadura, el debate ideológico suscitado por la guerra fría y su correlato en el proceso de descolonización llevaron a los intelectuales más lúcidos a edificar un saber derivado de la inminencia de repensar el mundo y derrumbar las prisiones del dogmatismo. La lucha revolucionaria se trasladaba al tercer mundo. Estaba naciendo el nuevo rostro de Caliban.

El viboreño se había trasladado con Adelaida al Vedado. En una sala estrecha se reunía una tertulia de perfiles diversos. Allí se intercambiaban ideas renovadoras en todos los campos. En el sillón, Roberto no abandonaba el ininterrumpido balanceo. Retomaba en el diálogo sus obsesiones y los conceptos que iba madurando.

En los noventa de su nacimiento, la obra madura de Roberto es objeto de estudio en numerosas universidades. Nos corresponde empezar a saldar la deuda contraída, volver a sus textos y reinscribirlos en un debate contemporáneo tan huérfano de pensamiento creador.