El padre de las cuerdas espirituanas

Lisandra Gómez Guerra
25/2/2019

Sus manos conocen cada centrímetro del cuerpo armonioso que le acompaña desde hace cerca de 60 años. Al recorrerlo, con los ojos cerrados, descubre siempre un placer infinito que le hace levitar. Es una pasión que no encuentra puntos muertos. Por ello, desde hace mucho le declaró su amor íntegro. Una entrega infinita, aunque hoy los compases del paso del tiempo se empeñen en que la traicione.


Para Roberto Jiménez Tormes la guitarra se aprende tocando.
Foto: Cortesía de la autora
 

Pudiera parecer un amor de novela, mas resulta una relación fiel. Así lo ha afirmado en múltiples ocasiones Roberto Jiménez Tormes, director de orquesta y maestro, cuando se le pregunta por qué siempre se le ve guitarra en mano. Hasta su propia familia ha aprendido a lidiar con eso y reconoce que entre sus prioridades está esa curva remarcada y rodeada de cuerdas, traductora de los más puros sentimientos de uno de los músicos más importantes de la ciudad del Yayabo.

“Esta carrera comenzó cuando a mi casa empezaron a asistir los viejos trovadores de la villa. Me fui interesando poco a poco, hasta que un día me di cuenta de que estaba enganchado completamente”, dice como si pulsara una cuerda y la dejara sostenida para que nadie ponga en duda su originalidad.

Eran los días en que la casona de Pancho Jiménez, donde residió por muchos años, acogía a Los Hermanos Morgado para que su hermano le pusiera voz a las melodías.

“Fui y soy amigo de todos los trovadores. Me daba mis traguitos con ellos, me iba de serenata porque así transcurrían aquellos días. Tantos han sido quienes me han acompañado en esta aventura, como Orlando Marín Ibarra y Reinaldo Méndez, Machy, la lista es larga”, refiere, y al unísono se agolpan en su memoria las agrupaciones a las que ha pertenecido.

Pero su don, como diamante en bruto, fue esculpido por la maestría de Armando Zamora, Toto. Llegaba a su casa, y sentados como quienes no tenían prisa le sacaban tanta música a las guitarras que solo hacían un impasse cuando los batidos con el sello de su madre refrescaban el calor desprendido por el instrumento y se convertían en paga de las sui generis clases.

Una metodología educativa que heredó y, como a él, le ha dado muy buenos resultados a todas las generaciones que le han tocado las puertas de casa para domar las seis cuerdas y nunca han desembolsado dinero alguno como recompensa de la adquisición de esos conocimientos.

“Disfruto tanto enseñando como tocando. Desde que se ponen frente a mí los hago tocar porque es la única manera de que te embullas a no parar. Quizá, si nunca han cogido una guitarra en sus manos, cuando se vayan de aquí ya se sepan la guatanamera y el punto espirituano”, asegura con la misma fuerza que cuando pulsa la primera y segunda cuerda en cada golpe.

¿Por qué los tríos?

Cuando comencé en este camino lo que más había aquí era ese tipo de agrupación. Incluso, los carros anunciadores con sus grandes bocinas que iban diciendo lo que tenían las tiendas, alternaban sus alocuciones con música, sobre todo del trío Los Panchos. Esta ciudad era, verdaderamente, cuna de tríos.

¿Suficiente motivo para no quedarse atrás y subirse al escenario con ese formato?

Comencé acompañando a mi hermano y luego se nos unió Armando. Nos íbamos para el programa Tata Jiménez y sus guitarras, con duración de media hora los domingos en la emisora Radio Tiempo, en los portales del otrora cine Serafín Sánchez. Estoy hablando de antes de 1959. Al principio teníamos inestabilidad en el nombre porque no sabíamos cuál escoger hasta que llegamos al teatro Martí.

Todo un reto seducir en uno de los escenarios más exigentes de La Habana…

Fuimos allá para ir a Radio Progreso, pero nos invitaron para el teatro. Al llegar, nos presentamos como Los Chamacos. Entonces, el director del espectáculo nos dijo que aquello sonaba a película mexicana. Rápidamente, escogió el nombre de Los Villa porque éramos de esta zona de la Isla.

¿No se encandilaron con las “luces” de La Habana?

No, siempre fuimos por temporadas. Nos presentábamos en la radio, la televisión, en los centros nocturnos más importantes de esa época, incluso algunos se mantienen hoy. Pero siempre regresábamos. Aquí las noches eran otra cosa. Las descargas comenzaban a las ocho de la noche y no encontraban fin hasta el otro día. Hacíamos una rueda y llegaba alguien y pedía dar una serenata a su novia y para allá íbamos. Al terminar, otra persona nos solicitaba otra cosa y así, aquello no tenía nombre.

Reacio a ser considerado compositor, en el extensísimo currículo de Roberto Jiménez Tormes, donde descollan la Orden por la Cultura Nacional y la distinción Majadahonda 1936, sobresalen sus propias melodías instrumentales: “Brisas de otoño”, “Para Isabel” y “Homenaje a los Panchos”.

“Me apasiona ese tipo de música porque te permite tocar de inspiración y no estar sujeto a una partitura”, alega.

¿De ahí nace la Orquesta de Cuerdas Espirituanas?

Quería tener mi propio proyecto. Alguien expresó una vez que esa orquesta es un trío grande y tiene toda la razón. Quise ayudar a mis alumnos y por eso les dije: “vamos hacer un formato de esa manera y así los voy a poner a trabajar”. Éramos 14 y nos dimos a la tarea de ir a varios eventos fuera de la provincia. El maestro Jesús Ortega me dijo que había superado su orquesta porque era más grande que la de él. Ambos nos reímos porque tenemos confianza para bromear.

La casa, ubicada en Avenida de los mártires, donde reside este padre de las cuerdas más contemporáneas espirituanas, se ha hecho pequeña por un ir y venir constante de quienes quieren beber de su savia. Ya se ha hecho popular entre ellos la frase: “deja que Roberto te toque porque donde pone el dedo nace un músico”.

“Esto se ha tranquilizado un poco. Antes eran de un tirón 20 sentados por toda la sala. Ahora no hay jóvenes músicos interesados en la guitarra, sino en hacer sus canciones. Se hacen festivales de son y jazz para atraerlos, pero la realidad es que cuando aprenden y los involucras en los proyectos se van y te dejan solo”.

¿No le preocupa que perdamos las raíces?

Cada pueblo tiene su identidad. Lo que hay que trabajar en base a que puedan adquirir sus conocimientos sin necesidad de que vayan a una escuela especializada en música. Esos concocimientos tienen que llegarles de forma espontánea como parte de su educación integral.

Lo dice mientras la añoranza por aquellos días de total bullicio en su casa le roba la mirada cada mañana parado en la ventana de su hogar. Desde allí, se conjugan acordes precisos que a veces cuestan mucho más trabajo —por el paso de los años— que se pulsen con la misma espontaneidad que en los primeros abriles.

¿Por qué los nervios de punta durante el homenaje en la Feria Tecnológica La Guayabera 5.0, si otros muchos escenarios han sido dominados?

Me cogió de sorpresa. Sabía que había algo extraño en el ambiente, pero no que fuera de esa manera. Estaba congelado. Toqué por la experiencia. Lo mejor fue que todos los que estaban son mis amigos y los quiero mucho.