Volver sobre Madera antigua en 2022, para recordar, ¿por qué no decirlo?, sus siete años de publicación, le otorga a este “lanzamiento” una especial atipicidad. Porque lo que estamos lanzando, o más bien relanzando, con rostro de novela, es una afilada flecha de buen gusto. Por tal motivo, me veo en la necesidad de obviar el método tradicional de presentar un libro para concentrarme, única y exclusivamente, en el hecho de revelar diferentes aspectos que hacen de esta obra un obelisco al refinamiento supremo, tan necesario en estos tiempos de cólera, malas palabras y patrioterismo seudoidiomático.

Esta novela, donde lo nacional es abordado desde una dimensión de la realidad que no se permite abaratar la cubanía, demuestra con creces la existencia de una teología insular, anunciada por José Lezama Lima hace ya muchos años. Entonces un viejo caserón de Santiago de Cuba, que igual puede ser un viejo caserón de Bayamo, de Camagüey, de Santa Clara, de Matanzas, de Pinar del Río o de la propia Habana, queda convertido en un personaje entrañable.

Margarita Sánchez-Gallinal, a través de una historia que mueve el conflicto en tiempo circular, logra también que ese viejo caserón sea un templo de cubanidad. Pero todo ello con la grandeza de la sencillez aparente: costumbres, tradiciones, olores (en este libro son muy importantes los olores), fantasmas, flores, plantas, ruidos, recuerdos, lejanías, licores, creencias, miedos, cartas, soledades, polvo y algo esencial: la mujer, la capacidad de resistencia que tiene la mujer, ubicada en medio de un lento peligro, que no por ser lento deja de ser peligro.

“…Porque lo que estamos lanzando, o más bien relanzando, con rostro de novela, es una afilada flecha de buen gusto. (…) un obelisco al refinamiento supremo, tan necesario en estos tiempos de cólera, malas palabras y patrioterismo seudoidiomático”.

La autora, dueña de una fértil imaginación y de una singular elegancia de estilo, está todo el tiempo añadiendo elementos narrativos. Además de los personajes (hay tres que abandonan el libro para acompañarnos del otro lado. Me refiero a Gúdula, Honoria y Clotilde), sobresalen, por ejemplo, los diálogos breves, la presencia de lo insólito y los datos escondidos. Además de vasos comunicantes, descripciones, patrones de cambio, digresiones y monólogos, pero monólogos que viajan sin comas, sin puntos y sin mayúsculas, porque así de rápida y delirante es la mente humana, mucho más cuando esa mente humana pertenece a una familia de hombres y mujeres nacidos en Cuba.

En Madera antigua no es el tema lo que importa. Aquí lo que destaca, lo que redimensiona la atmósfera es el tratamiento del tema, una mixtura entre realidad y ficción que, de forma fascinante, favorece el desarrollo del punto de vista espacial y la intensidad de las acciones que van ocurriendo; lográndose que la novela, que la novela toda, aunque no lo parezca por la presencia del viejo caserón, tenga una perspectiva móvil. Mudas, saltos cualitativos o motivos recurrentes de lo mágico logran, al unísono, potenciar la llamada ley del interés: un comienzo que atrapa, un punto medio que abre los márgenes de la sugerencia y un final que permite el inicio de otra historia.

Si en Madera antigua hay que destacar la excelencia del lenguaje (un exquisito manejo y empleo del idioma), igual mérito alcanza su interés sicológico, donde juega un rol dominante la palabra tiempo: tiempo verbal, tiempos de la historia y tiempos de la acción. Si nos detenemos en los tiempos de la historia, cronológico y sicológico, observamos lo siguiente: el tiempo cronológico dura lo que puede durar el movimiento de una mecedora (símbolo de madera antigua) cuando alguien la impulsa para comprobar la perfección de los balancines. Y eso, en buena lid, no llega a los treinta segundos. Pero el tiempo sicológico es otra cosa, al punto de que nos permite hechizarnos con el paso de varias generaciones.

Madera antigua, algo así como tener el privilegio de leer la vida, nos propone un camino diferente para encontrarnos con nuestra identidad”.

Resumo ahora lo que yo sentí mientras leía esta novela: lo primero fue la magia del “cómo”. Es decir, la acertada decisión de contar la historia de la forma que está contada. Lo segundo fue el lenguaje, tan pero tan cubano en su esencia que no parece cubano. Y lo tercero fue la historia, la hondura de la historia, organizada para su comprensión en cuatro niveles: narrativo, dramático, discursivo y referencial. Dicho sea de paso: aquí no hay fechas que marquen épocas exactas. La inclusión de algún que otro hecho histórico de valía, solo como referencia, es la herramienta que tiene el lector para darle seguimiento a la historia… Una historia creíble, no predecible, intensa, desgarradora, sincera, familiar… Una historia que, por momentos, opta por la ruptura con lo real y le hace honores a la experiencia personal de su propia autora. Ella buscó, hasta encontrarla, la huella de una luz que le sirviera como ventana inicial: Es necesario que alguien venga a ordenar, a gritar, a cualquier cosa… Y esas palabras, presagio de lo que será el paso del tiempo, aparecen en la primera página.

Presentación en la Casa del Alba Cultural. De izquierda a derecha: Karel Leyva Ferrer, Waldo Leyva, Margarita Sánchez-Gallinal
y Fidel Antonio Orta.

Madera antigua, algo así como tener el privilegio de leer la vida, nos propone un camino diferente para encontrarnos con nuestra identidad. ¡Vaya homenaje a un viejo caserón!, colmado de imágenes, escenas y revelaciones inolvidables, esas que nos permiten sentir el éxtasis de la existencia misma. Volver sobre Madera antigua en 2022, para recordar, ¿por qué no decirlo?, sus siete años de publicación, le otorga a este “lanzamiento” una especial atipicidad, entre otras cosas porque estamos hablando de una novela cubana que se editó en México. Yo pregunto: ¿y Cuba?, ¿por qué no editarla también en Cuba? Pero mientras llega ese momento, perfilo el punto final de mis palabras repitiendo que Madera antigua es un obelisco al refinamiento supremo, dígase una forma profunda y perdurable de continuar dignificando la cultura cubana.

(Texto leído en La Casa del Alba Cultural, La Habana, Cuba, 15 de febrero de 2022)

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