El que no trabaja, ¿no come?

Ricardo Riverón Rojas
10/9/2019

Recuerdo, de mi remota infancia, una de aquellas canciones de sainete con que nos hacían reír Pototo y Filomeno, inolvidable dúo interpretado por Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar:

Filomeno: Ay, qué calor, parece que va a llover
               vayan trayendo las herramientas pa'cá.

Pototo: Segueta y viga, las dos de hierro son;
             dame la cuenta que yo no trabajo más.

Quienes vivieron la época (y muchos de más acá) seguramente recuerdan también La tremenda corte, donde el irrepetible José Candelario Trespatines se autopresentaba con un profético "¡A las rejas!" para protagonizar un amañado juicio donde trataba de burlar al juez y salía trasquilado.

Foto: Pinterest
 

No creo que ningún otro personaje del universo humorístico cubano haya tipificado al lumpen con tan exactas postura, vestuario, léxico, dicción y picardía. Aquel estrafalario Pototo, siempre enredado en sus propios embrollos y cuchufletas era, por mucho que nos lacere, un signo de la atrofia idiosincrásica adonde nuestra vida prerevolucionaria condujo a muchos. Sin dudas, el inmigrante gallego Castor Vispo, guionista de La tremenda corte, oyó con oreja muy fina (gracias, Félix Pita Rodríguez) los ritmos y giros del habla popular cubana, que puso en boca de Pototo.

Si acudo a aquella remota referencia es para ilustrar uno de los puntos de vista por donde ingresaban a nuestro imaginario aquellos que se negaban a trabajar y aspiraban a vivir del esfuerzo ajeno: el personaje en cuestión hoy nos parece casi subnormal. Pero no deja de resultar elocuente que una de las columnas donde se apoyaba su comicidad era la renuencia a doblar el lomo.

El arte sacaba partido de la hipérbole, y no solo aquellos personajes hilaban sus chistes con la evasión del curralo. Recuerdo otra canción, cuyo título mi memoria no logra atrapar (ni siquiera con el espaldarazo de internet) y que en uno de sus versos decía "Yo le di un tiro al trabajo / viva la holgazanería". Y sobre todo me viene al recuerdo aquel merengue, odioso también por racista, muy popular en la Cuba de los 50, aunque no fuera cubano "A mí me llaman el negrito del batey / porque el trabajo para mí es un enemigo; / el trabajar yo se lo dejo todo al buey / porque el trabajo lo hizo dios como castigo".

"En los dominios de la conciencia colectiva, y en términos absolutamente apegados a normas cívicas, fuera
de los libretos del humor costumbrista, ser vago en Cuba entrañaba entonces una condición vergonzosa".
Foto: Internet

 

En los dominios de la conciencia colectiva, y en términos absolutamente apegados a normas cívicas, fuera de los libretos del humor costumbrista, ser vago en Cuba entrañaba entonces una condición vergonzosa. Ser trabajador constituía una virtud; incluso, se exigía como condición hasta para obtener la mano de una novia.

La entrega responsable al trabajo, aparte de un apremio, delineaba una cultura. El entorno no daba muchas posibilidades para la calificación, y ni siquiera en las labores más rudas (corte de caña, construcción, saneamiento) la oferta laboral cubría la demanda de tantos desempleados. Tener "una colocación" era una fiesta; el trabajo legitimaba el consumo, lo investía de atributos morales. De entonces data el apotegma, aceptado por todos, que negaba el derecho a alimentarse a quien no rindiera labor.

Paradójicamente, tras el triunfo revolucionario y las primeras medidas que aseguraban el pleno empleo a la vez que multiplicaban las posibilidades de superación de manera exponencial, el que llamamos "trabajo honrado" fue perdiendo brillo en un proceso paulatino pero creciente. El Período Especial, que deprimió hasta el subsuelo los salarios, aceleró dicho proceso de manera vertiginosa, tanto que una de las frases más socorridas del imaginario popular llegó a ser "Yo no trabajo con el estado", o esta otra: "El Estado se hace que me paga y yo me hago el que trabajo". La reciente reforma salarial, de hecho, es un primer paso (importantísimo, pero no suficiente) para revertir tamaña disfunción.

Pero antes del maremoto del referido período, el trabajo en la Cuba revolucionaria ocupó el lugar que le corresponde, pues los salarios eran suficientes y avanzábamos en la construcción de un ideal de justicia nunca antes concretado por ningún otro país poscolonial. Tampoco faltaron los vagos, los reticentes a la incorporación, y para ellos se legisló la ley 1231 contra la vagancia. De dudoso enunciado conceptual en su tipificación de lo que es un vago, resultó, pese a todo, efectiva durante un tiempo.

El humor gráfico, de la mano de René de la Nuez, nos regaló en las páginas de Granma y el entorno del culto sinérgico propulsado por la zafra gigante de 1970, al personaje Mogollón, y luego a otro de apellido Mogollónez, ambos una especie de parientes de Trespatines, por sus desplantes, y también porque siempre terminaban aplastados por sus propias marañas. Eran años de limpia entrega a la fundación, con el trabajo como principal paradigma, del sueño posible.

Aún no tenemos claro hasta dónde se deterioró la capacidad de convocatoria del proceso revolucionario, representado por su Estado, para movilizar a las personas en proyectos donde no prime el interés personal. Las competencias del emergente sector privado, al que caracteriza, en una porción nada despreciable, la misma mentalidad especuladora de los patrones capitalistas, le ha planteado a las instancias estatales un pulseo en el cual aquellos cogieron tanta ventaja y fuerza que hasta se sienten con autoridad moral para la huelga. Cualquier medida dictada por el Estado a favor de la población, si les reduce los desmesurados márgenes de ganancia, tiene como respuesta el escamoteo del servicio, solapada o abiertamente.

La configuración de un amplio sector poblacional en el que se tipifican los rasgos del vago-pícaro, al estilo de los mencionados personajes, es muy frecuente hoy, como mismo lo fueran antes los que buscaban trabajo. La diferencia, hasta ahora mismo, es que no ocupan puestos de perdedores, sino de triunfadores. Trespatines siempre iba a las rejas, pero estos de hoy campean por su (i)respeto. Aunque no trabajan, sí comen —y comen bien— ostentan sus relumbres, a los que se añade una dosis creciente de marginalidad y bravuconería sazonada con gamberrismo alardoso y manierista.

Los poetas populares también se han inspirado en el fenómeno de la vagancia. Me propongo entonces poner fin a estos descargos con una composición de la autoría de Luis Compte Cruz (Mayajigua, 1937-2001), uno de los cronistas en décima más originales e ingeniosos de la generación que en Cuba comenzó su accionar en los talleres literarios de la década de los 60. El manejo de la ironía y el desdoblamiento, pese a que algunos referentes ya resultan pasados de época, dan fe del talento de este hombre de letras que supo, desde su humilde terruño, aportar notables composiciones al panteón de la poesía popular cubana.

 

El hombre problema

El lunes

¿Que tú dices: trabajar
voluntario una jornada?
Qué va, socio, de eso nada;
tú no me vas a embarcar.
Yo tengo que ir a cortar
el arroz que está maduro,
y si yo no voy seguro
que nadie va y me lo corta;
sí, claro, a ti qué te importa:
tú no eres el del apuro.

El martes

¿De guardia en el comité
a las dos de la mañana?
Pero eso es una jarana
tuya, por lo que se ve.
Hoy no han traído el café
como es lo acostumbrado;
yo creo que tú has fallado
en esta ocasión conmigo.
Bueno, viejo, ya te digo:
resuelve por otro lado.

El miércoles

¿A la caña? Tú estás loco;
sácame de esa guadaña;
por fin es que yo la caña
ni la sembré ni la toco.
Y yo no puedo tampoco
cortar, por más que quisiera;
iré otro día cualquiera
cuando yo me sienta bien
y pueda cortar también.
¡Compadre, qué jodedera!

El jueves

¿Cómo que de guardia hoy?
Estás loco de remate;
plantearme ese disparate
con lo jodío que estoy.
Pues mira que yo no voy
a hacer guardia ni un carajo;
dale abajo, dale abajo
a ese absurdo planteamiento.
¡Coño, que no hay un momento
que no me hablen de trabajo!

El viernes

 ¿A qué hora es la asamblea?
¿Que tú dices: a las tres?
Mira, mi hermano, tú ves:
yo no voy y lo que sea.
Pero ¿de quién fue la idea
de a las tres dar la reunión?
Qué desorganización;
qué forma de trabajar;
y no me dejan ni hablar;
¡me cago hasta en dios cabrón!

El sábado

¡Ah! ¿Pero el televisor
se lo dieron a fulano?
Eso estaba de la mano:
sí, claro, al empujador,
al súper trabajador
que no es borrachín ni chulo,
que es chicharrón como un mulo;
pero, qué va, mi hermanito,
cuando lo vea le grito:
¡métetelo por el culo!

El Domingo

Se terminó la semana;
hoy es domingo; verdad
que tanta tranquilidad
me hace la vida más sana.
Pero mañana… mañana
sí que no puedo inventar:
desde ahora voy a informar
de una gripe que cogí;
que pongan a otro por mí,
que no voy a trabajar.