El reto del Festival: no hacer de él una actividad rutinaria, sino un trabajo creativo

Thais Gárciga
19/12/2017
Iván Giroud, presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano
 

Las estadísticas gritan a voz en cuello que la población cinéfila en Cuba cae en picada; sin embargo, a contrapelo de los números o más bien a pesar de ellos, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL) persiste en su inclaudicable capacidad de convocatoria.

“¿Cuántas generaciones, fundamentalmente habaneras, tienen una experiencia de vida asociada de alguna manera al Festival? Este evento inundaba la ciudad en los años 80 e incluso en los 90”, recuerda Iván Giroud, presidente del FINCL. Efectivamente, el Festival fue resquicio y oxígeno para miles de cubanos, principalmente habaneros, en el decenio de los 90. Hoy, en la segunda década del tercer milenio, la edición 39 de la cita fílmica avanza frente a múltiples retos tecnológicos, económicos y sociales.

Son casi cuatro décadas del Festival de Cine, ¿hasta qué punto el Festival y, dentro de este, el concurso han sido y son aún un termómetro del cine latinoamericano y del nuevo cine latinoamericano, si todavía podemos llamarlo así?

Esa pregunta encierra dos interrogantes. El Festival es en efecto un termómetro, aunque cualquier selección o curaduría que se haga es discutible porque está sujeta a parámetros de un grupo de personas. Debo decir, primeramente, que la producción de cine latinoamericano es prolífica. Nosotros recibimos muchas inscripciones y solicitudes. El Festival no ha perdido, más bien ha ido ganando. Cada año se suman nuevos directores, nuevas generaciones.

La propuesta que hace el Festival para concursar es una selección de lo mejor que se ha proyectado de América Latina durante el año. Además de dirigir el evento, formo parte del grupo de programadores que escoge los filmes que se proyectarán, y creo que la selección es muy representativa.

Cuando menciono el concurso no solo me estoy refiriendo a los largometrajes de ficción, sino también a las óperas primas—18 primeras películas de nuevos directores, en el caso de este año–. Este apartado competitivo se creó en 2003 con el interés de descubrir y dar a conocer las nuevas voces. El concurso documental tiene un altísimo nivel desde hace muchos años, a tal punto que puede ser referencia en la selección de cualquier festival.

En el apartado de animación no diría que hay un estancamiento; tiene muy buena calidad, aunque no tuvimos que enfrentarnos este año a una selección tan amplia de propuestas como la que recibimos de documentales y ficción, por ejemplo. Lo que pasa a nivel global es que las películas de animación se demoran más, porque son procesos tecnológicos complejos.

En cuanto a la segunda pregunta, usualmente la respondo con un artificio, es nuevo cine porque siempre va a ser un cine nuevo. Claro, si nos basamos estrictamente en el concepto de lo que se llamó el nuevo cine latinoamericano, realmente está muy distante aquel cine del de hoy, y es lógico que así sea. Sería absurdo e imposible que los cineastas del presente trabajaran como se hacía en los años 60. Las sociedades latinoamericanas han atravesado por varios sucesos históricos, políticos, económicos y sociales, que las han transformado desde entonces; por tanto, es imposible que esos postulados fundacionales se conserven intactos.

¿Dónde distinguimos la unidad? En el sentido de ser y asimilarse como una cinematografía regional que tiene la necesidad de comprenderse en ese mapa, de mirarse como tal y no verse aislados. Se trata de un sentimiento sobre lo que significa Latinoamérica. El Festival lo refleja y lo sigue preservando.

Muchos de los fundadores del nuevo cine latinoamericano ya no están físicamente. Algunos no solo participaron en rodajes o escribieron guiones, sino que nos legaron una bibliografía valiosa en libros, ensayos, cartas, etcétera… ¿En qué medida continúa vigente la herencia fílmica e intelectual de esos iniciadores?

Los pensadores y fundadores del nuevo cine latinoamericano es un legado que sigue siendo el basamento nutricio de la cinematografía de la región. Fueron los primeros que sintieron esa necesidad de corporeizar el deseo de hacer y defender otro cine. Por ser contemporáneos definieron un grupo de ideas que eran necesarias en ese momento, pero no las defendieron como dogmas inamovibles. Uno tiene que reinterpretar ese pensamiento a día de hoy cuando los lee, comprender lo que ellos querían expresar en esas circunstancias.

El cine de hoy no puede ser igual —como te decía antes— porque América Latina apenas tenía cine en aquella época; solo en dos o tres países había cinematografías nacionales. La creación de las escuelas de cine en la región, el desarrollo de los medios tecnológicos y la democratización de estos han propiciado la aparición de nuevas oleadas de cineastas. De igual manera, los modos de distribución han evolucionado.

Al mismo tiempo, el cine no está ajeno a la globalización general de los medios; de hecho, está en permanente interacción con ellos. Las fronteras se han roto, difuminado, no están ni pueden estar definidas como en los años 60; por eso puedes ver un filme argentino con financiamiento español, ruso o de Corea del Sur.

Además, los esquemas de producción han sido modificados. Mucho o gran parte del cine que se realiza en el presente tiene que buscar varias vías u opciones de financiamiento si quiere salir a flote.

En fin, una cantidad de fenómenos están incidiendo e interactuando constantemente. El mundo ha cambiado y con él el cine, por supuesto. Lo que pasa es que, por lo general, el cineasta latinoamericano tiene una formación comprometida con su sociedad, su cultura, sus raíces.

¿Cómo dialoga el Festival con las motivaciones de los cineastas y los desafíos que le imponen la tecnología y los mecanismos jurídicos, de producción, distribución y exhibición?

El Festival recibió la inscripción de 1790 películas este año, aunque no llegaron todas las copias de esa cantidad, fueron más de 1200 las que tuvimos que visionar. Leía hace poco que el Festival de Mar del Plata recibió cerca de 3000 inscripciones. Claro, ese no es un festival latinoamericano, es un festival internacional, clase A, tiene otras características. Lo cito porque creo que este tipo de eventos debe proponerse un filtro más riguroso en el que se oriente más su curaduría en medio de un universo tan caótico por la profusión de películas que se producen, donde los costos se han abaratado y existen otras maneras de producir.

Lo anterior me conduce a plantear lo siguiente: ¿Cuál es el papel de un Festival de Cine? Bueno, en primer lugar, formar a los nuevos públicos, y también filtrar, proponer una mirada, tratar de ordenar, de organizar las expectativas de los espectadores en las diferentes secciones.

Es muy difícil el proceso de filtrar para quedarnos finalmente en 404 películas, que todavía creo que son muchas —en futuras ediciones deberemos afinar más—. El objetivo es que el público, cubano sobre todo, durante al menos esos 10 días pueda orientarse frente a un universo tan variado y desjerarquizado como el que impera el resto del año. Tratamos de mantener vivo el espíritu y el amor al cine, que no ha desaparecido, sino que se transforma, puesto que siempre están surgiendo nuevas propuestas, miradas, maneras de aproximarse a una realidad.

Ese es el reto que asume cada año el programa del Festival: no hacer de él una actividad rutinaria, sino un trabajo creativo.

¿Entonces la disminución de películas en esta edición responde a la afinación del proceso selectivo? ¿Va a ser esa la tendencia?

Es lo que estamos defendiendo. Trataremos de programar más veces las películas que consideramos mejores de modo que el público tenga más oportunidades de verlas. A veces hacíamos grandes esfuerzos para traer un filme que solo podíamos proyectar una vez. Y solo tuvieron posibilidad de verlo las personas que fueron a esa única función. En un festival que tiene tanto público como este eso es algo criminal, injusto. El programador tiene que pensar en el espectador, tratar de ponerse en diferentes pieles, en la cabeza del otro.

¿Cómo logra el Festival mantenerse cada año como un fenómeno cultural popular, a pesar de que la asistencia a la sala salas de cine disminuye?

Ese es uno de los problemas que más nos angustian. En el Festival no se nota de manera aguda, se mantiene estable con una ligera tendencia a la baja. Tiene que ver con muchos factores. El público crea hábitos de consumo y se acomoda. La gente dice: “veo la película cuando la estrenen más adelante o cuando salga en el paquete”. Se acomodan porque tienen otras posibilidades.

Eso es terrible porque el cine no solo es el filme, es el espacio de sociabilización donde coinciden el espectador, la película y el cineasta. El momento del Festival es parecido al teatro, no tienes a los actores reales pero sí al creador que presenta su obra, y lo puedes ver e intercambiar.

La calidad de la imagen en las proyecciones es superior con la tecnología digital. La sala de cine es un hecho irrepetible por sus condiciones de soledad, de perspectiva visual, de información acústica.

El reto está en cómo conquistar a las nuevas generaciones para que vayan al cine, sobre todo cuando el resto del año van menos, entonces se le hace más difícil al Festival sostener un público. Tenemos que brindar mucha información y convencer.

Existen también otros factores: antes logramos expandir el Festival a toda la ciudad, tener más de medio millón de espectadores. Hoy por los problemas antes apuntados, el Festival apenas abarca una calle, que es el circuito 23, y los cines de Infanta y el Acapulco.

Llegamos a tener cerca de 600 mil espectadores a principios de los 2000, hoy estamos sobre los 300 mil. Sigue siendo una cifra alta para las pocas salas de cine con que contamos. Esto es una tendencia mundial, los cines de barrio han desaparecido no solo en Cuba, sino en el mundo. El cine como espacio no ocupa hoy el lugar que tenía hace tres décadas en las preferencias del público, tiene que compartir ese espacio de preferencia con otras pantallas, con la pantalla del televisor, las tabletas, la computadora y del teléfono móvil.

Haciendo números, con diez cines para proyectar 400 películas, da para poner cuatro películas diarias en cada uno. El Festival sigue siendo popular, pero la tendencia al descenso continúa.

Siguiendo el slogan “Ver para crecer”, el Festival ha visto crecer en sus casi 40 años a muchas generaciones de cineastas, públicos, críticos, y se ha visto crecer a sí mismo, ¿se sienten ustedes formadores de un público con cultura cinematográfica latinoamericana?

Yo creo que sí. El equipo que organiza el Festival heredó un trabajo, un trabajo que tiene su matriz en las premisas y en la política preclara de exhibición que tuvo el ICAIC de comprar buenas películas en momentos muy difíciles en el país. A la vez que se formaba el público, y se tenían en cuenta las películas que podrían interesarle a los niños, los jóvenes, a la vez que no se dejó de exhibir los filmes de la Nueva ola, de la vanguardia artística del cine europeo de los años 60, los grandes autores del cine soviético, húngaro, polaco. Tuvimos la suerte de recibir una formación cinematográfica y de haber visto también cine japonés y el mejor cine independiente norteamericano, que nunca se dejó de exhibir.

El concepto de cine latinoamericano lo visualiza el Festival a lo largo de su trayecto. En la cuarta o quinta edición, los cineastas latinoamericanos que nos visitaban se quedaban impresionados de que aquí el taxista o la señora de la habitación que los atendía, les hablaran de la película que habían visto. Pasaba, por ejemplo, que una actriz argentina se sintiera más reconocida en Cuba que en su propio país.

El Festival ha jugado un papel fundamental en la formación y en la educación de públicos. Cuando el ICAIC no pudo continuar con el rol que tenía en los años 60, 70 y 80 de comprar películas para la exhibición comercial durante todo el año del mejor cine, el Festival, era el momento para actualizarse. El público cubano descubrió gracias al Festival, por ejemplo, al Movimiento Dogma de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, que fue un movimiento renovador del cine a mediados de los 90, un suceso que estaba dando qué hablar en el mundo entero.

Nosotros trabajamos en base a un prestigio heredado y sostenido de credibilidad, rigor y profesionalismo. Trabajamos pensando en traer lo mejor, tenemos ansias de armar un programa que vaya a marcar al público, que signifique algo en su crecimiento espiritual y cultural.

(Tomado de habanafilmfestival.com)