El Rey del Chequeré tocaba violín

Pedro de la Hoz
25/7/2018

En el mundo de la percusión afrocubana, las congas o tumbadoras ostentan la primacía. No hay rumba, ni salsa,  ni merengue que deje de contar con ellas.  Ni la vertiente latina del jazz, ni siquiera el bebop, bendecido por ese tipo de tambor desde los días en que Dizzy Gillespie encontró a Chano Pozo.

Protagonistas de los géneros tropicales también son  los timbales, por su urdimbre rítmica y su color peculiar; los bongóes, pareja de pequeños tambores de sonido seco, mientras que  en el orden de la percusión menor se hallan las claves, los güiros, las maracas y los sonajeros. En la familia de estos últimos, el chequeré —calabaza seca y hueca cubierta por una fina redecilla con cuentas o semillas  que al entrechocar generan sonidos— llegó de África,  desde las costas de la actual Nigeria, a las Antillas.     

De los usos litúrgicos y festivos, donde nunca pasó de ser un elemento más en el conjunto percusivo acompañante, llegó en los últimos años a un  primer plano y ello se debió  a la maestría de Pancho Terry, un cubano a quien músicos y aficionados le concedieron  el honroso título de Rey del Chequeré.


Pancho Terry
 

Eladio Severino Terry González falleció el último martes en La Habana a los 78 años de edad. Aunque estudió el violín y por muchos años  lo asumió  en orquestas de baile en su natal provincia agramontina, como Maravillas de Florida, y la Sinfónica de Camagüey, fue mediante la ejecución del  chequeré que alcanzó el más alto reconocimiento dentro y fuera de la isla.

Con su sombrero redondo de alas enormes y el chequeré en las manos, Don Pancho  sentó cátedra virtuosa y logró insertarse en la trama renovadora del jazz cubano.

“Es un instrumento muy llamativo, de origen vegetal, de una variedad que le dicen güira amarga —dijo al describirlo. Cuentan que durante la etapa colonial, a veces los amos  prohibían las fiestas a los esclavos con el propósito de que rindieran más en el trabajo. Entonces ellos sustituían el tambor por el chequeré porque percutía menos, al final hacían la fiesta. La mayoría de los que lo tocan lo aprenden en el marco folclórico. Es un instrumento con amplias posibilidades rítmicas. El día que los músicos conozcan y comprendan todas esas posibilidades se usará más”.

En su legado discográfico figuran grabaciones con Chucho Valdés, Bobby Carcassés,  Orlando Valle (Maraca) y Ernán López Nussa, así como su participación en  el  álbum doble Historias soneras, que reunió el año pasado a  buena parte de los actuales cultivadores del género. Impartió talleres de interpretación en Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Dinamarca, Italia y Holanda.  En 1998 grabó su disco más personal, De África a Camagüey, con una agrupación que denominó Don Pancho y Los Terry, integrada por sus hijos Yosvany, Yoel y Yunior, actualmente bien plantados en el panorama del jazz afrocubano en Estados Unidos.

Su  modo de improvisar llamó la atención de connotados jazzistas en diversos escenarios del mundo, al punto que el célebre trompetista Wynton Marsalis lo invitó a compartir faenas en el Lincoln Center, de Nueva York.

El año pasado Don Pancho integró la nómina de los artistas que protagonizaron en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso el Día Internacional del Jazz.