El romance de Florentino

Roberto Alfonso Lara
22/4/2019

Aquella escena fue, posiblemente, la más gris en el teatro de su vida. El anciano, casi octogenario, terminó llorando a los pies de un viejo edificio, sin otro consuelo que la mirada atónita de su amada Cienfuegos. No le concedieron entonces el título oficial de Historiador de la Ciudad; tampoco en las horas póstumas que llegaron tras su muerte. Pero ya lo era, y lo es, en ausencia de cualquier nombramiento.

En casi dos siglos, Florentino Morales Hernández fue el único cienfueguero en la membresía
de la Academia Cubana de la Lengua. Fotos: Cortesía del autor

 

Las más de 50 mil fichas recopiladas sobre la historia de este territorio, prueban la acuciosa y casi obsesiva labor de investigación de Florentino Morales Hernández, quien nació el 5 de enero de 1909 en Dágame, un pequeño poblado de la localidad de Yaguaramas, en el hoy municipio de Abreus. No obstante, Cienfuegos fue un flechazo a primera vista. Desde muy pequeño, cuando su padre lo traía a la ciudad, quedó cautivado por las fuentes del actual parque Martí y el ajetreo corriente en sus calles.

Así lo recuerda la escritora e investigadora Doris Era González (Premio Nacional de Radio 2006), una de las personas cercanas al “Flore”, como le apodaban sus amigos. “Tuve la suerte de conocerlo de niña, sin saber quién era. Mi papá mantenía relaciones de amistad con miembros del Ateneo de Cienfuegos y visitaban nuestra casa personalidades como Bienvenido Rumbaut, Samuel Feijóo, junto a otros escritores y artistas. Yo las veía allí, y entre ellas estaba Florentino, todavía un hombre bastante joven”.

“Supe más de él mientras estudiaba Filología en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. Era mi primer trabajo de investigación y fui a buscarlo al Museo Provincial donde trabajaba. Ya estaba mayor, pero continuaba siendo una persona sencilla, humilde, y enseguida me atendió con gran gentileza. En lo adelante, cuanto libro e investigación realicé, siempre consulté a Florentino. No solo por ser alguien accesible, sino por sus amplios conocimientos sobre la historia y la literatura de la ciudad de Cienfuegos”.

Pese a los escasos registros biográficos de su vida, consta que su primer texto poético (Fábula de un camello y un dromedario) lo escribió mientras ayudaba al padre en los trabajos agrícolas de la familia en la finca Angelina. Tiempo después, colaboró con el periódico La Correspondencia, ingresó en el Ateneo y llegó a convertirse, entonces, en el único cienfueguero miembro de la Academia Cubana de la Lengua. Para esa época, era un intelectual en su estado de gracia, con libros editados (Zig-Zags, Caracol), publicaciones en revistas extranjeras y más de tres décadas dedicadas al estudio de la historia local.

“Muy poco dejó por investigar —sostiene Lesby José Domínguez Fonseca, profesor auxiliar de la Universidad de Cienfuegos—. He tenido la dicha de ojear y leer su obra en los fondos de la Biblioteca Provincial y podemos considerarla prolífica. Analizó diferentes etapas, acopió datos relacionados con nuestra arquitectura e inmuebles patrimoniales, recopiló información sobre el inicio de las diferentes disciplinas deportivas. Los investigadores actuales le debemos mucho”.

“Tras su fallecimiento (el 26 de mayo de 1998), es casi imposible realizar un estudio histórico serio, sin acudir al legado de Florentino”, comenta Era González. “Él fichó cuanto documento apareció sobre Cienfuegos, porque tenía el propósito de escribir su historia. Por eso se dio a la tarea de indagar hasta en los archivos de la Biblioteca Nacional, de consultar periódicos y revistas.

“Uno de sus aportes más notables fue su libro sobre la poetisa cienfueguera Mercedes Matamoros. Durante largos años examinó su lírica y consiguió compilar toda su obra, pero este texto no llegó a los lectores. Lo entregó en Letras Cubanas y luego nunca apareció. Lo publicado por las editoriales locales es apenas una selección del propio Florentino, a partir de ese trabajo tan abarcador. Sin embargo, después vendieron un ejemplar de una escritora alemana, que compendiaba parte de la poesía de la Matamoros”.

La concreción de tantas estaciones consagradas al pasado de Cienfuegos, resultó, finalmente, en su Romancero de Jagua, testimonio absoluto de la devoción que sintió por la ciudad. A través de páginas escritas en forma de romances —no podía ser de otro modo—, legó para la posteridad una joya socioliteraria, desbordada en torno al espíritu, ideario e imaginario de los habitantes de esta urbe.

Portada del Romancero de Jagua, de Florentino Morales Hernández,
publicado en 2008 por Ediciones Mecenas, de Cienfuegos.

 

En el prólogo a la última edición del libro (2008), la investigadora Aida Peñarroche concluyó: “En él lo histórico se vuelve legendario y la leyenda se contamina de historicidad (…) Florentino no solo defiende la ciudad, sino que además la acuna y la besa. Se recrea en su sortilegio y canta su tiempo mítico, aquel que trasciende la historia, que guarda el aroma balsámico de las cosas recién nacidas, besadas por ángeles. (…) Cienfuegos adquiere voz plena en el Romancero (…) Allí está su ímpetu de pueblo joven, su afán de modernidad, pero también sus ansias por descubrirse un pasado, por dorarse un sueño de orígenes”.

Todavía, no obstante, no ha sabido la Perla del Sur corresponder a su amor. “Florentino es digno de un busto, una estatua; algo debe hacérsele”, afirma Domínguez Fonseca. “No podemos permitir que muera en el olvido, cuando se está a tiempo de salvarlo y de ponerlo en el sitial de honor que merece. Fue un hombre de su tiempo, y como tal actuó, escribió y nos dejó una obra perdurable”.

A los pies de aquel viejo edificio, la deuda de ese romance aún espera por ser saldada.

 

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