El secreto de Carlos Maciá

Félix Julio Alfonso López
20/4/2020

A la memoria de Juan Padrón
y su
alter ego Elpidio Valdés

 

El más importante de los jugadores de pelota del siglo XIX que se incorporó al Ejército Libertador en la guerra de 1895 fue Carlos Maciá Padrón. Maciá representa, como ningún otro, a toda una generación de jóvenes cubanos, habaneros y matanceros principalmente, que se apoderaron del juego de pelota e hicieron de este pasatiempo un símbolo de valor, integridad, hidalguía e inteligencia. En la temporada de 1885-1886, con apenas quince años, Maciá debutó como lanzador con el aristocrático y veleidoso Almendares BBC. Su estreno como pelotero en el béisbol amateur organizado fue impresionante: participó en cuatro de los seis juegos celebrados por su club y ganó tres, con una sola derrota. Al bate su promedio fue un excelente 333, producto de diez hits en 30 veces al bate, incluyendo entre sus conexiones un doble.

El joven Carlos Maciá. Fotos: Cortesía del autor
 

Llama la atención en su rendimiento deportivo, durante los cinco años que jugó en la pelota invernal cubana de primer nivel (cuatro con el club Almendares y una vez con el Cárdenas BBC), su notable estabilidad en el bateo, en un béisbol donde dicho desempeño no destacaba por sus números. Promedió en tres ocasiones por encima de 300 y otras dos quedó en 250, para un total de por vida de 309, desglosando entre sus 46 inatrapables cuatro dobles, un triple y un jonrón. [1] Al hecho de ser un excelente bateador, unía sus destrezas como pitcher, y su mayor hazaña como lanzador fue protagonizar el primer juego sin hits ni carreras en la historia del béisbol cubano, cuando venció al débil club Carmelita con desproporcionado score de 38 a cero, el domingo 13 de febrero de 1887.

Era tal su carisma y cordialidad, que en ocasión de una visita del club Almendares a la Gentil Yucayo, la prensa matancera se deshizo en elogios sobre el que llamó “Aquiles” de la pelota habanera: “Maciá es muy joven todavía, tiene una figura distinguida y resulta sin género de duda un jugador notabilísimo. Más que un pitcher me parece un artista: se conoce que su corazón, sus fibras todas vibran con los movimientos de la pelota y solo así se comprende la limpieza, la exquisita elegancia con que la maneja”. [2]

Al mismo tiempo que gran pelotero, Maciá era el líder natural de los jóvenes tacos que se reunían en la Acera del Louvre. [3] Su amigo de juventud Jesús María Barraqué lo describe “bromista si los hay, eterno guasón y siempre inteligente”. [4] En palabras del novelista Gustavo Robreño, Maciá era:

…sin disputa, la personalidad más saliente y simpática de El Louvre. Sus bromas eran siempre ingenuas y lícitas, dadas con oportunidad, inteligencia y gracia (…) afable, demócrata, sencillo, buen mozo y ocurrente, personificación genuina de la simpatía, era el niño mimado de la sociedad habanera, que se lo disputaba para el mayor esplendor de sus fiestas, juzgándole imprescindible en ellas. [5]

El coronel Justo Carrillo Morales, quien fue su compañero y conspiró a su lado antes del inicio de la guerra del 95, dio fe de que Carlos Maciá: “fue un humorista notable, pero no dejó nada escrito, pudiendo haber hecho una magnífica obra de «gracias e ironía» para que toda Cuba supiera que hubo un libertador gran humorista que se llamó Carlos Maciá Padrón”. [6]

Otro testimonio importante sobre la personalidad de Maciá lo dejó escrito el notable intelectual, político y diplomático cubano Antonio Iraizoz, quien afirma:

Carlos Maciá, que perteneció a una de las mejores familias habaneras, no fue, como acaso supongan muchos que no le conocieron, un tipo de gracioso sempiterno; ni mucho menos de los clasificados en la curiosa especie zoológica compuesta de los “que todo lo tiran a relajo”. Caballeroso, atento y fino en su trato, alegre, culto y animado en la conversación, sin pujar gracias, sin pretender papeles de cómico, con sencillez y naturalidad, sabía amenizar la charla con sus “cosas”, con sus ocurrencias, secundadas por el encanto de la oportunidad y de la ingenua expresión. [7]

En un ambiente como el del Café El Louvre, saturado de lances caballerescos, duelos, bromas y burlas de todo tipo, era fama que Carlos Maciá nunca se había batido, a pesar de ser hijo de un profesor de esgrima y ser un gran conocedor en materia de armas, amén de ser un consumado boxeador. Además, era muy conocida su amistad con algunos de los principales intelectuales habaneros. En noviembre de 1889 invitó a un almuerzo a un grupo de sus amigos poetas, tras el cual Enrique Hernández Miyares recitó poesías al mar, Julián del Casal “un neurótico sublime, conmovió a todos con una de sus poesías desbordantes de inspiración que, dictadas por la pasión, escribe con el alma” y el tenor Ricardo Pastor cantó “columpiándose en una barca sobre el tranquilo Almendares” la pieza Marina, una composición de Nieves Xenes dedicada a Manuel Serafín Pichardo. [8]

Su incorporación a la Revolución de 1895 se produjo como miembro de la primera expedición del vapor Three Friends, que bajo el mando del coronel Enrique Collazo desembarcó por Varadero, Matanzas, el 19 de marzo de 1896. Estuvo bajo las órdenes de varios jefes como los generales José Lacret Morlot, Juan Delgado y Lope Recio. Entre los cargos que desempeñó en la manigua estuvo el de jefe de los asuntos jurídicos en el Estado Mayor de la 1ª División del 5º Cuerpo de Ejército. Fue herido en combate en una ocasión. Terminó la guerra con los grados de coronel y se licenció el 24 de agosto de 1898. [9]

 

Sobre la participación de Maciá y otros muchachos de la Acera del Louvre en la guerra del 95 dejó páginas conmovedoras Justo Carrillo Morales, en su libro Expediciones cubanas:

No tengo para qué decir lo que fueron estos dos jóvenes [Alfredo Arango y Bernardo Soto], la historia de ellos es bien conocida, así como la de Ramón Hernández y Carlos Maciá. Se portaron bien, supieron resistir las miserias de la guerra, guerra sin precedentes en que se carecía de lo más necesario, pasando hambre y trabajo sin cuento, como todos los revolucionarios y peleando contra un enemigo formidable (…) siendo tan peligrosas y excesivas las fuerzas regulares españolas como las de los guerrilleros cubanos, traidores a Cuba y al servicio del Gobierno español. (…) Tuvieron que pelear tan pronto desembarcaron para defender la expedición contra las fuerzas españolas en un fuerte allí construido; pero afortunadamente pudieron salvar parte de la misma. (…)  Carlos sirvió bien a la Revolución. [10]

A su regreso de la manigua, Carlos Maciá solicitó concluir sus estudios universitarios, —iniciados en 1886 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Real y Literaria Universidad de La Habana, y continuados en la Facultad de Derecho en 1888—, lo que hizo el 21 de noviembre de 1898, obteniendo el grado de licenciado en derecho con una disertación sobre el tema “Razones que fundamentan el derecho de propiedad intelectual”. [11] Ya en la República, el otrora formidable pitcher ocupó el cargo de Capitán Auditor del Cuerpo de Artillería. [12]

Sentados Ramón Hernández y Bernardo Soto, detrás Alfredo Arango y Carlos Maciá.
 

De Maciá se referían incontables anécdotas, relacionadas principalmente con los fraseologismos beisboleros, de los que hacía gala con singular ingenio. Se cuenta que en ocasión de entrar a una iglesia y ver a una señora postrada ante una imagen religiosa que tenía las manos unidas le dijo: “Señora, no lo entretenga…está esperando un fly”. En un entierro dictaminó, solemne, que el finado “había sido out”. Se dice que en la manigua no era raro “oírle decir chistes y agudezas en una carga al machete o bien hacer el relato de una batalla sangrienta, sustituyendo los términos militares por los del base ball”. [13] Una de estas comparaciones beisboleras, referida a los cubanos que se unieron a la insurrección después del bloqueo naval decretado por Estados Unidos, nos revela en Carlos un sentido crítico al oportunismo de esas personas, pero rematado con una gracia que aligera el grave reproche: “Esos se incorporaron al Club, en el noveno inning, con seis carreras por cero, two outs, two strikes y oscureciendo”. [14]

Otras anécdotas suyas las revela Antonio Iraizoz, en cuya opinión: “¡Carlos Maciá utilizaba la literatura beisbolera, hasta para los actos más trascendentales de su existencia, plácida y bondadosa!”. [15] Un conocido que trató de arrugarle su impecable traje de dril blanco, recibió la risueña reprimenda: “Juega la primera base. Pisa y no toques”. Un colega le preguntó, siendo Carlos Capitán Auditor del Ejército, si dicho cargo era el de un “oficial de línea” y Maciá le ripostó: “No, yo soy de flay”. De un cadáver que fue enterrado en un lugar alejado dentro del Cementerio de Colón, Carlos comentó ocurrente: “Este pobre ha bateado para los files”. [16]

Iraizoz también narra que los últimos momentos de su vida fueron difíciles, al perder “la luz de su entendimiento, huyó la sonrisa de sus labios y aquel luchador animoso por los ideales patrios y aquel carácter que conquistaba francamente todas las simpatías cayó en la abulia, en la indiferencia, dejó de ser el mismo”. Sin embargo, ese desdichado final no le quita un ápice de encanto a la existencia de ese gran pelotero y mambí que “vivió una vida de perenne juventud. Fue su gran secreto: nunca ser viejo, ni triste, ni pesado”. [17]

Como homenaje póstumo a su fama inmarcesible como pelotero y patriota, Carlos Maciá Padrón fue elegido en 1944 para integrar el Salón de la Fama del Béisbol Cubano, acompañando a otra gloria de la pelota del siglo XX, el versátil y caballeroso jardinero Alejandro Oms.

 

Notas:
 

[1] Gabino Delgado y Severo Nieto, Béisbol cubano (récords y estadísticas) 1878-1955, La Habana, Editorial Lex, 1955, p. 156. Otras fuentes fijan su promedio histórico en 296, producto de 45 hits en 152 veces al bate.
[2] El álbum. Semanario ilustrado. Matanzas, 8 de octubre de 1887, p. 143.
[3] Los jóvenes de la Acera del Louvre, al decir del coronel Justo Carrillo “pertenecían a las mejores familias de la Isla, muchos de ellos eran ricos y todos formaban parte de la buena sociedad de La Habana, aparte de elementos prestigiosos de provincia”. Muchos de ellos se lanzaron a la Revolución como son los casos de Maciá, Ramón Hernández, Eduardo Machado, Andrés Hernández, Miguel Ángel Ruiz, Octavio Lamar, Waldemar Schweyer y otros. Véase: Justo Carrilllo Morales, Expediciones cubanas, Habana, Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Ca., 1930, p. 185-186.
[4] J. M. Barraqué, “Batazo mayúsculo”, op. cit., p. 39.
[5] Gustavo Robreño, La acera del Louvre. Novela histórica, Habana, Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Ca., 1925, p. 191.
[6] Justo Carrillo Morales, op. cit., p. 183.
[7] Antonio Iraizoz, “Ocurrencias de Carlos Maciá”, en: Lecturas cubanas, 2ª Ed., La Habana, Editorial Hermes, 1939, p. 211.
[8] El Fígaro, año V, no 41, 10 de noviembre de 1889, p. 7.
[9] Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo I. Biografías, La Habana, Ediciones Verde Olivo, 2004, p. 234.
[10] Justo Carrilllo Morales, op. cit, p. 183.
[11] Expediente de Carlos Maciá Padrón, Archivo Histórico de la Universidad de La Habana, no. 7735.
[12] Según la información que brindan Ramón S. De Mendoza, José María Herrero y Manuel F. Calcines en su El Base Ball en Cuba y América, Habana, imprenta Comas y López, 1908, p. 44.
[13] Gustavo Robreño, op. cit., p. 193.
[14] Ibídem.
[15] Antonio Iraizoz, “Ocurrencias de Carlos Maciá”, op. cit., p. 212.
[16] Ídem, pp. 212-214.
[17] Ídem, p. 215.