El socialismo y el hombre en Ernesto Che Guevara (II)

Juan Nicolás Padrón
9/11/2017

Tal vez dentro del pensamiento del Che, la zona menos visitada con nuevas lecturas ha sido la que trata sobre los problemas de la construcción del socialismo en Cuba. Se han publicado algunos libros acerca de su pensamiento económico, o sobre su actuación como Presidente del Banco Nacional de Cuba y Ministro de Industrias, pero todavía no hay suficientes estudios que relacionen su cultura política con los análisis sociales derivados de debates y confrontaciones concretas, no pocas de ellos con un punto de vista crítico.

Muchas polémicas se dieron en medio del nacimiento de la nueva cultura revolucionaria; se discutían con transparencia y sin temores diversos temas, entre ellos, por ejemplo, la necesidad del cosmopolitismo junto al afianzamiento de la identidad nacional, en los momentos en que se le otorgaba la ciudadanía cubana al Che, un punto no muy comprendido por algunos; o se esclarecía la responsabilidad del intelectual ante la sociedad, cuando el comandante argentino aportaba sus testimonios. Se contextualizaban lecturas de Marx, Engels y Lenin, un verdadero sacrilegio entonces, y también las de Mariátegui, Gramsci y Rosa Luxemburgo; se leía a Fanon, Luckács, Fischer, Garaudy, Sartre… sin prejuicios, censuras o temores. Ernesto Che Guevara polemizaba con Carlos Rafael Rodríguez sobre el alcance de la Ley del Valor y sobre la estructura y organización del sistema empresarial socialista, y estos debates aparecían en los medios y resultaban naturales las diferencias de opiniones entre dirigentes de la Revolución. Todo, en medio de confrontaciones y agresiones imperialistas.

Cuando en 1959 los barbudos con Fidel de líder llegaron a formar el gobierno provisional, existían muy pocas personas con capacidad para asumir cargos importantes o estratégicos en el ejecutivo. El Che fue uno de los principales hombres de confianza con que contó el Comandante en Jefe para enfrentar los desafíos en la organización del Ejército Rebelde, convertido en Fuerzas Armadas Revolucionarias, y del Instituto Nacional de Reforma Agraria, la primera institución que cumplía con el programa del Moncada.

Su tarea también fue acercarse al ordenamiento de las universidades que necesitaba el país, un elemento estratégico para la consolidación del poder revolucionario. En la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, el Che comenzó a tratar el tema de la Reforma Universitaria para abrirle paso a los humildes, cuidando el delicado asunto de la orientación vocacional. En ese mismo año 1959 al Che le fue entregado el Honoris Causa en la Universidad Central de Las Villas, en su discurso de aceptación exhortó a “Que la universidad se pinte de negro, de mulato, de obrero, de campesino”, un asunto de renovada vigencia.
 

El Che abordó el carácter inclisvo de la universidad al ser condecorado con el Honoris Causa.
Foto: Radio Rebelde
 

El Che era sumamente consciente del papel que desempeñarían los graduados universitarios para el desarrollo económico, social, político, científico, técnico y cultural de Cuba, pues se necesitaba crear una conciencia nueva; sabía la importancia de la aplicación de la ciencia y la técnica en el desarrollo general del país como primer paso para enfrentar todas las demás dependencias posibles. Sobre esta dirección estratégica se extendió en un discurso en la Universidad de La Habana, el 2 de marzo de 1960; como buen marxista, abordó su preocupación de que el desarrollo político en Cuba había superado al económico, un desequilibrio que había que atender con dedicación y sistematicidad.

No en balde una de las primeras medidas del enemigo fue la implantación del bloqueo económico, comercial y financiero, mantenido contra viento y marea hasta hoy. En una comparecencia televisiva, veinte días después, analizó la esencial importancia de lograr la independencia económica para conseguir la real soberanía política. En aquellos momentos, estos planteamientos eran los de un “comunista”, juzgado por algunos con los prejuicios de la época, pero lo cierto fue y será que mientras haya dependencia económica, hay subordinación política. La historia ha demostrado que aquellas preocupaciones se convirtieron en los lineamientos más importantes de la política de la Revolución, a tal punto que hoy la batalla económica es uno de los pilares esenciales para el sostenimiento del proyecto político revolucionario cubano.

En aquel contexto contó la anécdota referida por Jesús Silva Herzog, autor de la Ley de Expropiación del Petróleo en México, quien al preguntarle al embajador norteamericano qué era para él “un comunista”, recibió una respuesta no exenta de sinceridad: “Un comunista es cualquier persona que nos choca”, y así reaccionaban los gobernantes de Estados Unidos junto a las oligarquías de América Latina, durante el período conocido como “Guerra Fría”; no importaban razones, los que molestaban sus intereses, eran “comunistas” aunque no lo fueran. Como la propaganda de la American Way of Life había hecho creer que en la palabra comunista se concentraba lo peor de la especie humana, mediante las páginas de la revista Verde Olivo el Che comenzó a publicar notas para esclarecer la ideología de la Revolución, incluso antes de que se declarara socialista.

 El 8 de octubre de 1960 escribió allí sobre el mérito de Marx al plantear la necesidad de transformar el mundo, y para desmitificar la palabra comunista, expresó: “Nuestra posición cuando se nos pregunta si somos marxistas o no, es la que tendría un físico al que se le preguntara si es ‘newtoniano’ o un biólogo si es ‘pasteuriano’”.

Después de declararse el carácter socialista de la Revolución, el discurso y la escritura del Che se hicieron más diáfanos y directos. Destacó las diferencias en el papel de la administración y los sindicatos dentro de la unidad socialista, y además insistía en la función política de ambos, sin suplantar o interferirse en sus correspondientes encargos sociales. Se refirió muchas veces a la naturaleza de los estímulos laborales, reclamando la hábil combinación de los materiales con los morales; abordó además el principio de la emulación, y especialmente, el trabajo con los cuadros como columna vertebral de la Revolución.

 La maduración del pensamiento del Che en los temas socioeconómicos relacionados con la construcción socialista en Cuba, llegó a un altísimo grado de realismo y objetividad, a pesar de que sus principales críticos intentaban demostrar lo contrario, entre otras cuestiones, porque nunca estuvo alejado de las auténticas aspiraciones de los ciudadanos comunes, sin dejar de tener un coeficiente muy alto de idealismo y confianza en el futuro. Estaba absolutamente convencido de la superioridad del socialismo como sistema sobre el capitalismo, al mismo tiempo que se mantenía atento a los problemas prácticos de los trabajadores; recibía y analizaba con detenimiento cualquier sugerencia de la gente “de a pie”, y la contraponía a burócratas y tecnócratas, a simuladores y oportunistas, que desde los primeros años crecieron más que el marabú, aun cuando todavía no se generalizaba la corrupción que posteriormente hemos vivido. El Che sabía que esta claque forma parte de la contrarrevolución más difícil de erradicar, porque confunden al impostar enardecidas alocuciones “revolucionarias”.

En un discurso a los miembros de la Seguridad del Estado, en 1962, los alertaba con palabras que, con las adecuaciones de época, pudieran repetirse hoy: “Contrarrevolucionario es aquel que lucha contra la Revolución, pero también es contrarrevolucionario el señor que valido de su influencia consigue una casa, que después consigue dos carros, que después viola el racionamiento, que después tiene todo lo que no tiene el pueblo, y que lo ostenta o no lo ostenta pero lo tiene. Ese es un contrarrevolucionario, a ése sí hay que denunciarlo enseguida y el que utiliza sus influencias buenas o malas para su provecho personal o de sus amistades, ese es contrarrevolucionario y hay que perseguirlo pero con saña, perseguirlo y aniquilarlo. El oportunismo es un enemigo de la Revolución y florece en todos los lugares donde no hay control popular, por eso es que es tan importante controlarlo en los cuerpos de seguridad”. Este encargo iba encaminado a proteger las conquistas revolucionarias, de las cuales era muy celoso, y se vinculaba con la práctica cotidiana de la vida civil de aquellos momentos y con la perspectiva de supervivencia de la Revolución. Con su habitual consecuencia entre el decir y el actuar, siempre se mantuvo atento para rechazar cualquier privilegio, tanto para él como para su familia.

En el II Aniversario de la Integración de las Organizaciones Juveniles, el 20 de octubre de 1962, el Che definió con precisión el papel de la juventud comunista; después de destacar los símbolos de estudio, trabajo, y fusil, así como las imágenes de Mella y Camilo como escudo (después de su muerte, la Unión de Jóvenes Comunistas incluiría también la suya), precisó un concepto que puede sintetizarse en los términos siguientes: “Los jóvenes comunistas tienen que definirse con una sola palabra: vanguardia. Ellos deben pensar como masa y actuar como individuos preocupados por lo que representan”. Realizó severas críticas, entre ellas al poco espíritu creativo de la organización y su falta de iniciativa: “Ha sido a través de su dirigencia, demasiado dócil, demasiado respetuosa y poco decidida a plantearse problemas propios”. El Che consideraba que la juventud comunista cubana imitaba en exceso la disciplina de los viejos comunistas, y criticaba también estos métodos: “La UJC no pueden ser simplemente de dirección, no pueden ser algo que constantemente mande directivos hacia las bases y no reciba nada de ellas”. Desde muy temprano se preocupó por la ligazón de los dirigentes con la base, uno de las debilidades que condujo a la caída del socialismo en la URSS.

Otra de las críticas más fuertes del Che a los jóvenes comunistas fue la relacionada con el sectarismo, que “condujo a la copia mecánica, a los análisis formales, a la separación entre la dirigencia y la masa”. Eran señalamientos casi directos a las organizaciones políticas de la Unión Soviética también, cuando para algunos viejos comunistas cubanos esa era en realidad nuestra “madre patria”. Además, reprochó el extremismo, incluso en las consignas; criticada antes por Fidel, se refirió a una convertida en conga: “La ORI, la ORI, la ORI es la candela / no le diga ORI, dígale candela”. Las ORI fueron las Organizaciones Revolucionarias Integradas, una inestable agrupación creada en 1961 con fuerzas del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, antecedentes de la creación el 26 de marzo de 1962 del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC). Otra de las consignas rechazadas fue la que afirmaba: “Somos socialistas, pa’lante y pa’lante / y al que no le guste, que tome purgante”. Impugnaba la falta de opciones que se dejaban para una discusión o debate, pues se declaraba una peligrosa imposición del socialismo a la fuerza porque estaba en ese momento en el poder y no porque persuadía de su justeza a la sociedad.

Una crítica persistente y sutil del Che en discursos y conversaciones, fue al invisible sistema de opresión que encadena al ser humano en la enajenación que originó el capitalismo y que continuó en el socialismo. Por su cultura política sabía que lo más difícil de lograr en el socialismo era la emancipación, una aspiración que va más allá de la independencia, la soberanía y la libertad, porque se relaciona con los efectos de la cultura forjada en el capitalismo desde siglos de desarrollo y vinculada con todas las proyecciones aberrantes de la sociedad de consumo. Le concedía una importancia vital estratégica a la eliminación de la enajenación del consumismo propiciador de un perverso método para adocenar y dejar el terreno abonado a la manipulación; de ahí que insistiera en: “Ir formando nuevas generaciones que tengan el interés máximo en trabajar y sepan encontrar en el trabajo una fuente permanente y constantemente cambiante de nuevas emociones. Hacer del trabajo algo creador, algo nuevo. Ese es quizás el punto más flojo de nuestra UJC”. Estaba convencido de que aquel era el elemento más importante para lograr la formación de un hombre nuevo creativo; fue la gran obsesión de su vida lograr que la sociedad avanzara más en esta dirección, una tarea aún pendiente que quizás lo siga estando por mucho tiempo, pues cambiar la cultura es mucho más difícil que transformar la economía o reemplazar cualquier política.
 

Un texto clave para pensar el socialismo en Cuba. Foto: Internet.
 

En esa crucial intervención, trazó algunas direcciones principales de trabajo de la UJC, que si las contextualizamos pueden ser válidas para alcanzar una cultura que no esté basada en el egoísmo ni subordinada a la obediencia de la dependencia del capital. En primer lugar, el honor, el sentido del deber y la sensibilidad ante la injusticia, como primera característica esencial: “Plantearse todo lo que no se entienda; discutir y pedir aclaración de lo que no esté claro; declararle la guerra al formalismo, a todos los tipos de formalismos. Estar siempre abierto para recibir las nuevas experiencias”. El Che constantemente solicitaba espacios de debate y de participación, no temía a la polémica porque estaba convencido de las ideas justas que defendía, y sabía que para concretar ideas en acciones revolucionarias, más que necesario, el debate era imprescindible. Junto a ello, la ejemplaridad: “El joven comunista debe proponerse ser siempre el primero en todo, luchar por ser el primero”. El ejemplo constituía la base de su ética personal y de su exigencia para estar en esa vanguardia crítica; el espíritu de sacrificio debía mantenerse, no solamente en las jornadas heroicas, sino en todo momento, porque él glorificaba al “héroe cotidiano” frente al héroe de las grandes jornadas, los que podían tener muchas oportunidades y razones para el lucimiento. El Che exigía purificar lo mejor del ser humano por medio del trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad: un humanismo silencioso y sistemático era su ideal. Además, practicar el internacionalismo, pues su concepto humanista era universal: primero la especie, el ser humano, no importa dónde.

Posteriormente, en un discurso dirigido a la UJC del Ministerio de Industrias, insistió sobre dos temas que no pocas veces trató: el posible envejecimiento de la juventud, que veía como un peligro conducente al anquilosamiento del sistema, y el equilibrio en las críticas y autocríticas para que se obrase con justeza y sin extremismos. Se preocupaba por la justeza de las nuevas generaciones que nacían en el socialismo, a la hora de destacar con objetividad lo positivo y lo negativo de cualquier persona, y exhortaba: “No dejen de ser jóvenes, no se transformen en viejos teóricos o teorizantes, conserven la frescura de la juventud, el entusiasmo de la juventud”. Aquí también incidía lo observado en la URSS en un grupo de dirigentes fosilizados, porque el Che fue siempre un vidente de esta posible inmovilidad y proceso de autodestrucción. Además, precisaba: “Cuando uno hace la autocrítica debe hacerla completa, porque la autocrítica no es flagelación, sino análisis de la actitud de uno”. En ese sentido, velaba porque en la vida diaria los análisis no se convirtieran en loas y apologías, pero tampoco en mea culpa y castigos, cuyas herencias del cristianismo se han arrastrado demasiado en Occidente, algunas veces con transvases al clima de una reunión entre comunistas. Reclamaba, entonces, objetividad y sinceridad, balance y justicia.

En Cuba Socialista, de febrero de 1963, publicó el ensayo “Contra el burocratismo”, en que sintetizó su historia en la batalla contra esta plaga difícil de eliminar; allí atacó a las llamadas “guerrillas administrativas”, y caracterizó a los burócratas por su desinterés real y habitual no por resolver los problemas, sino por “cubrir la forma” y después “lucirse” en la “guerrilla”; por su falta de organización, método, lógica, conocimiento, estilo, personalidad, decisión… y lograr méritos con tintes de “heroicidad” en la “jornada guerrillera”. En ese sentido, el Che criticaba al gobierno al cual pertenecía, porque sabía que el burocratismo no solo ha sido uno de los flagelos más difíciles de eliminar en cualquier sociedad y sistema, sino el elemento de autodestrucción más peligroso para el socialismo. También Fidel y Raúl han sido críticos sistemáticos de los métodos burocráticos para enfrentar los problemas, pero se trata de un mal engendrado hace siglos, que el capitalismo de Estado, junto al estalinismo, que lo tiñó de rojo, lo elevaron a una categoría tan sólida y deshumanizadora, que cuesta mucho extirparlo.

El Che participó en debates sobre temas especializados de carácter político, como el mecanicismo en la construcción del Partido Comunista de Cuba, o el ya mencionado problema teórico-económico sobre la aplicación de la Ley del Valor en el socialismo, y se obsesionó en su lucha contra la desviación tecnocrática y burocrática de la práctica socialista en Cuba. Polemizó públicamente con Marcelo Fernández sobre el papel de la banca y el crédito en el socialismo, y a propósito de esa polémica publicada en Cuba Socialista, núm. 31, marzo de 1964, manifestó: “Nosotros no concebimos el comunismo como una suma mecánica de bienes de consumo en una sociedad dada, sino como el resultado de un acto consciente; de allí la importancia de la educación, y por ende, del trabajo sobre la conciencia de los individuos en el marco de una sociedad en pleno desarrollo material”. Tanto el Che como Fidel fueron fervientes y reiterados defensores de esta necesidad, especialmente frente a técnicos y especialistas de la economía y las finanzas, para que no se convirtieran en tecnócratas. La cultura política y la cultura general de los dirigentes de la Revolución eran vitales para el Che, porque no se podían entender cabalmente los procesos económicos y financieros en la construcción socialista, si no se tenía un conocimiento cabal de sus causas e incidencias sociales y culturales, pues ocurrían en una sociedad concreta con historia y cultura.

También sabía que el factor conciencia era fundamental y decisivo en la construcción de una sociedad nueva; no pocas veces se refirió a esta línea estratégica, pero también conocía que era preciso crear riquezas y poseer una desarrollada infraestructura material, técnica, económica y comercial. En la entrega de certificados del trabajo comunista, en el Teatro de la CTC, el 11 de enero de 1964, se preguntaba y se respondía: “¿Cómo se llega al comunismo? También nosotros hemos hablado muchas veces: el comunismo es un fenómeno social al que solamente se puede llegar mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, la supresión de los explotadores, la gran cantidad de productos puestos al servicio del pueblo y la conciencia de que se está gestando esa sociedad”. Sabía que enunciaba un sueño, pero era consecuente al afirmar que la utopía del comunismo debía transitar necesariamente por un altísimo desarrollo de las fuerzas productivas que trajera consigo la abundancia; nunca intentó desconocer lo imprescindible de esa base material para llevar a cabo una justa distribución, porque resulta imposible distribuir lo que no se tiene.

Uno de los ensayos de mayor alcance ideológico del Che fue “El socialismo y el hombre en Cuba”, estudio sobre los fundamentos de la construcción socialista cubana y su relación con el individuo y su cultura en esa época de alborada. Para él, “lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución [cubana] es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa”, un rasgo poco tratado, tal vez por la cantidad de factores que intervenían en esa relación por aquellos años. Estaba convencido de que “para construir el comunismo, simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo”, pues si solo se pensaba en desarrollar la base material sin crear una nueva conciencia, podía ocurrir la reversibilidad hacia un capitalismo que no cuesta mucho trabajo averiguar cómo sería en las condiciones cubanas. Por tanto, no bastaba desarrollar las fuerzas productivas: “la sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela”. De esta manera, “la teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica”. Hoy el desafío del socialismo cubano sigue respondiendo a esos dos elementos.

Para el Che era fundamental la formación de un ser humano con una conciencia ajena al individualismo y al egoísmo, por lo que junto a todas las tareas económicas y de la defensa, había que crear una nueva cultura. Llegó a considerar con razón estos asuntos de la formación del hombre nuevo como uno de los temas más difíciles y complejos de la Revolución. Sabía que la resistencia de la cultura capitalista y las secuelas dejadas por las nefastas prácticas estalinistas como “modelo” durante un largo período en la URSS, nunca resueltas completamente, impedían un mayor avance. Las relaciones de emancipación entre el Estado y el individuo fueron una asignatura pendiente del llamado socialismo del siglo xx que hoy sigue esperando soluciones; como se hicieron muy tensas con los artistas, los científicos, los periodistas…, los bancos pensantes del imperialismo, que lo sabían, las contaron entre sus líneas estratégicas en los años 80 para contribuir a liquidar el sistema soviético. Aunque no había fórmulas, porque en el socialismo no hay dogmas, el Che criticó las prácticas del llamado “realismo socialista” como política estética estatal. El médico argentino, formado en una cultura antidogmática, y bien informado de traumáticos procesos en la URSS y en otros países socialistas que imitaron esa práctica, conocía hacia dónde conducía ese camino. Antes de que ocurriera en Cuba el llamado “Quinquenio Gris”, que no vivió, no dudó en escribir: “¿Por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? […]. Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico-cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal”. La “mala hierba” “de la subvención estatal”, ha sido posiblemente uno de los grandes retos de la Revolución Cubana.

Erradicar la enajenación del ser humano y lograr su total emancipación, que significa eliminar todo tipo de opresión, constituyen hoy desafíos mayores del socialismo. El Che sabía que estos eran objetivos esenciales para adentrarse en la formación del hombre nuevo, que también tenía aspectos ignotos. Justamente como colofón del mencionado ensayo, escribía: “El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos. […]. El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo xxi: nosotros mismos”. Resulta vital trabajar más con intencionalidad guevarista para avanzar en estos objetivos, contextualizar circunstancias e incorporar asuntos nuevos; ya se ha transitado un tramo del aquel camino “desconocido en parte” para la construcción del “hombre del siglo xxi” en que ya estamos viviendo. El Che estaba convencido de que el ensayo de socialismo que partía del modelo soviético terminaría algún día, y, en efecto, concluyó más pronto de lo que muchos imaginaron, incluso posiblemente hasta él mismo. Ahora necesitamos esa “sustancia proteica” que se traduzca en avanzar más hacia la real emancipación.