Para Orietta Medina, fundadora del Grupo de Teatro Escambray, de la agrupación Cubana de Acero y directora de la compañía Hubert de Blanck desde hace 27 años, el teatro no es un medio de vida, es la vida misma, su vida íntegra.

“Soy de un pueblecito llamado Quemado de Güines, en la provincia de Villa Clara, cercano a Sagua la Grande, que era como nuestra capital. Desde pequeña me interesé por un tipo de teatro que es el que más me complace y es ese que se fundamenta en el estudio, el conocimiento del público espectador”, dijo en entrevista exclusiva esta consagrada actriz con quien conversamos a propósito del aniversario 30 de la fundación de la Compañía Hubert de Blanck.

“En la compañía confluye más de una generación de actores y esto la convierte en una escuela y le imprime una gran fortaleza. Tenemos asegurada nuestra continuidad”. Foto: Tomada del perfil de Facebook de la Compañía Hubert de Blanck

La también directora artística de esta agrupación asegura que “siempre tuve conciencia de la situación, de los problemas que tenía, que podía tener la sociedad en que me tocó vivir. Me criaron dos personas que estaban muy comprometidas con las luchas sociales que se desarrollaron durante la época de la República, la lucha contra Machado, por ejemplo, y que tuvieron una participación muy directa en el Movimiento 26 de Julio. Estas personas eran mi madre y mi padre. Mi padre, que era obrero azucarero, estaba muy relacionado con Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias y Blas Roca y tenía una participación muy activa en todas las huelgas, hasta que finalmente fue expulsado del trabajo. Mi madre era su más fiel seguidora, al extremo que muchos en la familia la llamaban la comunista”.

Con especial cariño recuerda la primera vez que vio una foto de Lenin. “Yo era una niña muy curiosa y un día un compañero de lucha de mi padre le llevó con mucho sigilo una revista donde aparecía una foto de Lenin. Como siempre me gustó estudiar, investigar, sabía que este líder comunista era el precursor de la Revolución Socialista de Octubre y defensor a ultranza de los derechos de los trabajadores.

“Esa foto nunca la he olvidado. En ella aparecía Lenin representado en el monumento que le fuera erigido después de su muerte. También recuerdo las noticias que se emitían por Radio Rebelde, la voz de Violeta Casals, la narración del ataque al Palacio Presidencial, el 13 de marzo. Todo ese ambiente que me rodeó desde muy pequeña, me fue dotando de una gran sensibilidad”.

Su acercamiento al teatro le llegó a través del cine. “Mi madre sentía una gran pasión por el arte, especialmente por el cine. Y aunque yo tenía apenas tres años, me llevaba con ella. A pesar de mi corta edad, miraba con mucha atención aquellos largos melodramas mexicanos, argentinos, norteamericanos y quizás días después no recordara el título de una película en particular, como tampoco el nombre de sus protagonistas, pero sí recordaba con nitidez absoluta los diálogos que sostenían los actores, la expresión de sus ojos, sus rostros. De ahí me vino el interés por la dramaturgia”.

Y es entonces cuando con unos siete años de edad comenzó a escribir mentalmente sus primeros guiones. “Hoy me causa risa. En aquella época, sin embargo, lo hacía con mucha seriedad, muy responsablemente. Ideaba personajes y ensaya sus actuaciones frente a los espejos. Para hacerlos todavía más reales los incorporé a mi rutina diaria. Todo cuanto realizaba, lo hacía como lo había ideado en aquel guión. En esa época también aprendí a recitar y sobre todo a montar mucha bicicleta”.

Las actividades revolucionarias desarrolladas en Quemado de Güines obligaron a la familia de Orietta a refugiarse en La Habana. “Abandoné mi pueblo natal con gran tristeza. Allí hubiera conseguido lo mismo que posteriormente hice en La Habana, porque considero que no importa el lugar donde te encuentres, sino el empeño, el esfuerzo que seas capaz de hacer para conseguir lo que te has propuesto, lo que realmente quieres”.

Integrante de la primera graduación de actores de la Escuela Nacional de Arte (ENA), Orietta Medina considera como un privilegio en su formación profesional la presencia del inolvidable actor de teatro, televisión y cine Sergio Corrieri. “Entre los muchos prestigiosos teatristas que integraban el jurado para seleccionar los alumnos que reunían las condiciones para estudiar en la ENA, se encontraba Sergio Corrieri, que aunque posteriormente no fue mi profesor oficial, desde el principio sentí por él una gran admiración.

“Con su colaboración asistíamos a los Festivales Latinoamericanos organizados por la Casa de las Américas. Estos eventos fueron siempre muy provechosos para todos los estudiantes. Pero más que el Festival en sí mismo, las mayores enseñanzas provenían de los debates que seguían a las puestas en escena. En esos debates participaban reconocidas figuras de las tablas como Raquel y Vicente Revuelta, especialistas de teatro y actores, entre otros muchos conocedores de esta manifestación artística. Eran confrontaciones maravillosas, particularmente para mí que ya desde esa época no me gustaba tanto actuar, pero sí me interesaban y mucho la dramaturgia, la crítica, la opinión, el análisis de la interpretación de los personajes. Más que hacer, ver el teatro”.

“No importa el lugar donde te encuentres, sino el empeño, el esfuerzo que seas capaz de hacer para conseguir lo que te has propuesto, lo que realmente quieres”.

En opinión de esta experimentada maestra, reconocida por su sabiduría en el arte de hacer teatro en espacios no convencionales, en la segunda mitad de los años sesenta en la escena cubana “se dieron dos tendencias que para mí fueron después muy importantes. Una de ellas era una adaptación de Liliam Llerena de la obra Unos hombres y otros, conformada por una serie de cuentos de la autoría de Jesús Díaz. Mientras que por otro lado estaba una experiencia que ya yo había visto en ensayos, precisamente en esta instalación donde radicaba entonces la agrupación Teatro Estudio. Era la obra La noche de los asesinos, dirigida por Vicente Revuelta. Fueron esos los títulos más importantes de aquel Festival, especialmente para Cuba y en general para toda Latinoamérica.

“A raíz de esas presentaciones, se realizó en la escuela uno de aquellos debates que formaban parte del programa del Festival. Aunque nunca fui de hablar mucho en público, ese día me envalentoné y tomé partido a favor de la puesta Unos hombres y otros, porque consideré que en La noche de los asesinos era evidente un teatro experimental, como siempre fue Vicente, más abierto a las tendencias extranjeras. Sin embargo, en la obra de Liliam descubrí la utilidad del teatro y su importancia para los cubanos, porque la obra abordaba un tema muy nuestro, muy vinculado con nuestra realidad: la lucha contra bandidos”.

Desde ese momento y a partir de aquella vivencia, Orietta Medina ha visto el teatro “como una expresión de la identidad nacional, del lugar, del país, del entorno donde se producen esos hechos que dan pie, que son referentes para una artealización de la realidad y esa artealización es el hecho teatral. Artealizar un hecho cotidiano o cualquiera que sea, es verdaderamente difícil, complejo, pero sin lugar a dudas es lo que debe y tiene que hacer el teatro cubano”.

Unos hombres y otros fue la puesta en escena que decidió el rumbo de la carrera actoral de Orietta Medina. “Significó mucho para mí. A través de ella descubrí cuál era el teatro que realmente quería hacer. Y eso me sirvió para decidir rápidamente cuando Gilda Hernández, también teatrista, y la madre de Sergio Corrieri, me llamó para hablarme del proyecto que junto con otros actores había pensado para la creación del Grupo de Teatro Escambray.

“Correspondí a su llamada y aunque había ido solo a escuchar, la idea me gustó tanto que acepté enseguida y fue ese el comienzo de mi vida como actriz. Así, acabada de salir de la ENA y aun cuando no estaba aprobado que recién graduados trabajaran con artistas profesionales, me fui al Escambray”.

“Artealizar un hecho cotidiano (…) es verdaderamente difícil, complejo, pero sin lugar a dudas es lo que debe y tiene que hacer el teatro cubano”.

A la fundación de esa emblemática agrupación le precedió un minucioso estudio de las características de la región, de los gustos e intereses de los futuros espectadores, para definir “qué teatro teníamos que hacer. A través de los distintos seminarios y reuniones celebrados en La Habana conocimos cuál sería nuestro propósito en el Escambray. Y este era crear un arte teatral que fuera útil, eficaz al desarrollo social de Cuba, que los temas aportaran a la sociedad, que incidieran en la comunidad”. 

Gran relevancia tuvieron los análisis realizados por actores y espectadores después de cada representación teatral. “Esas opiniones se grababan y se convertían en objeto de estudio y análisis para todos los integrantes del grupo. A partir de ellas y de manera colectiva escribíamos los guiones para las próximas puestas en escena”.

¿Cuáles fueron las enseñanzas que le aportó el Grupo de Teatro Escambray?

Formé parte de esta agrupación durante diez años, desde su fundación en 1968 hasta que por razones familiares tuve que separarme de ella en 1978. Ese período me aportó todas las enseñanzas que poseo hoy. Enseñanzas relacionadas particularmente con la eficacia del teatro, el sentido del teatro, de su misión y función social. El Escambray me permitió el desarrollo de la imaginación, de la creación. Allí aprendí la dimensión del espectáculo sobre temas de la realidad para un público que además de disfrutar con la obra que está viendo, disfrutara de una manera productiva, como asegurara Bertolt Brecht. Ese disfrute es la enseñanza misma y eso lo vi, lo viví en el Escambray. Voy a nombrar, por ejemplo, un título que es la expresión más alta de ese tipo de teatro que realizamos en el Escambray y fue La vitrina. Una obra muy enriquecedora que se escribió de conjunto, pero liderada por una persona interesada en la dramaturgia, que fue el reconocido escritor Albio Paz.

“Durante esos años aprendí a hacer un teatro útil, eficaz, al servicio de las necesidades del desarrollo de la sociedad. Todas nuestras presentaciones se efectuaban en espacios abiertos y la geografía de los lugares que escogíamos para las puestas en escena devenían excelentes espacios escénicos, acogedores y hermosos porque jugaban con el paisaje y donde los espectadores se sentían muy a gusto porque estaban en su medio, aunque enriquecido por el lenguaje artístico teatral.

“El Grupo de Teatro Escambray fue la germinación de una idea muy hermosa. Cambió nuestra ética artística, la manera de ver y hacer teatro”.

“En el Escambray ciertamente fuimos actores, pero también constructores, consejeros, nos convertimos en hombres y mujeres amantes de la actuación, y al propio tiempo inmersos en el desarrollo social del país desde el arte. El Grupo de Teatro Escambray fue la germinación de una idea muy hermosa. Cambió nuestra ética artística, la manera de ver y hacer teatro. Esa convivencia permitió el surgimiento en cada uno de nosotros de valores éticos y estéticos, de valores profesionales y sobre todo de valores personales”.

La emoción se apodera de Orietta Medina cuando rememora esta etapa de su carrera como actriz, la cual considera como “uno de los momentos más hermosos de mi vida”. Su impresión, sin embargo, no es la misma en el instante en que aborda su estadía en la agrupación Cubana de Acero, una experiencia profesional desarrollada a instancias de la Industria Metalúrgica, el Ministerio de Cultura y el Consejo Nacional de Artes Escénicas. Estaba integrada por actores y actrices que igualmente por razones de índole familiar se separaron del grupo Escambray. “Con esta agrupación intentamos realizar un trabajo similar al del Escambray. Sin embargo, y por supuesto, no era lo mismo la metalurgia, el trabajo en la ciudad, que los paisajes naturales, aquellos preciosos espacios escénicos, que habíamos dejado atrás. Tampoco eran iguales los intereses, ni las condiciones laborales de los espectadores y aunque en esencia eran problemas sociales que debíamos abordar a través del arte teatral, atentaban contra nosotros el exceso de ruidos, las largas jornadas de trabajo, el cansancio de los obreros. Por eso estábamos obligados a hacer obras cortas que llamamos Apropósito, las cuales resultaron después de gran utilidad para obras más extensas.

“Efectuábamos nuestras representaciones en los talleres, en las fábricas, en las industrias y en algunas unidades militares radicadas en distintas provincias del país”. Seguidamente subraya que una de las puestas en escena más relevantes de esa agrupación fue el estreno de la obra Huelga, de Albio Paz, merecedora del premio Casa de las Américas, como resultado del concurso de teatro efectuado en 1980”.

La presentación de la obra Presencia en un Festival Internacional de Teatro celebrado en La Habana le abrió las puertas a Orietta Medina, su directora, a escenarios internacionales como Colombia, donde formó parte de la multipremiada compañía La Candelaria, además de granjearse el mérito de ser miembro de la sociedad colombiana de teatro.

Sala Hubert de Blanck. Foto: Tomada de Cubaescena

¿Cómo llega a la Compañía Hubert de Blanck?

En los años noventa, ya graduada de Filología en la Universidad de La Habana, comencé a dirigir el Centro de Teatro y Danza de nuestra capital. Un trabajo eminentemente organizativo y aunque provechoso, era muy teórico. Y como lo que siempre me interesó, me gustó, fue hacer el teatro, en cuanto los integrantes del grupo Hubert de Blanck me pidieron colaboración, no lo pensé dos veces. Esta instalación había sido la sede del grupo fundacional Teatro Estudio, que después de muchos años de un trabajo verdaderamente encomiable, se divide. Aquí en el teatro se mantuvieron un gran número de actores y actrices que constituyeron una nueva agrupación a la que dieron el nombre de Compañía teatral Hubert de Blanck, por el sitio donde radicaban y en honor al músico y pedagogo holandés, quien fundara en este lugar un conservatorio y fuera gran amigo de Cuba y admirador de sus luchas independentistas.

“La agrupación como tal es fundada en abril de 1991. Y todavía a los tres años de creada no contaba con una dirección estable. Es por ello que a solicitud de sus integrantes asumí su dirección, en junio de 1994”.

Relevantes personalidades del teatro cubano, como los reconocidos maestros Bertha Martínez, Abelardo Estorino, Luis Brunet, Elio Martín y Francisco García, por solo mencionar algunos, dejaron su impronta en esta compañía, integrada actualmente por 22 miembros entre actores y actrices. “De aquella generación de Teatro Estudio, se encuentran con nosotros todavía las actrices Nancy Rodríguez y María Elena Sotera. Pero nos nutrimos mucho, y esto es muy importante, de actores muy jóvenes. Algunos de ellos, a pesar de ser estudiantes todavía, han participado con buenos resultados en varias de nuestras puestas en escena. Es decir, en la compañía confluye más de una generación de actores y esto la convierte en una escuela y le imprime una gran fortaleza. Ya tenemos asegurada nuestra continuidad”.

Fue con el estreno de la obra El tío Francisco y Las Leandras, una versión para actores de Bertha Martínez, cuando se produjo el debut de la agrupación Hubert de Blanck, que ya con tres décadas de intenso bregar sobre las tablas ha marcado pautas en la historia del teatro cubano, haciéndola digna de la calificación de Primera Línea, categoría otorgada por el Ministerio de Cultura.

En el repertorio de  la compañía se incluyen más de noventa obras, como El tío Francisco y las Leandras, bajo la dirección de la recordada maestra Berta Martínez. Foto: Tomada de Cubaescena

A El tío Francisco y las Leandras se han sumado más de noventa obras que conforman su repertorio, entre las que destacan La casa de Bernarda Alba, Bodas de sangre, Don Juan Tenorio y El cartero de Neruda, una obra dirigida por la propia Orietta. En todas ellas el talento, la entrega, el excelente desempeño artístico de sus actores y actrices, junto con la humildad heredada de su actual directora, le han permitido conquistar la admiración y simpatía de varias generaciones de espectadores nacionales y foráneos.

Asimismo es notorio el trabajo actoral desarrollado por la compañía para los niños. “Para ellos hemos dedicado títulos como El mago de Oz, una versión de La cenicienta, El gallo electrónico, una obra actual que tuvo mucho éxito, y una versión mía de La muñeca negra, además de Los músicos de Bremen, una superproducción musical”.

Desde sus perfiles en las redes sociales, por la situación epidemiológica que vive el país, la Compañía Hubert de Blanck celebra por estos días los treinta años de su fundación, con total apego, a decir de su directora artística y general, “a la realización de un teatro que hable, que le enseñe a nuestro auditorio de Cuba y del mundo la realidad de nuestra sociedad, desde la imaginación, la creación y la hermosura. Un teatro sin predominio de autocomplacencias, más eficaz, eficiente y útil, dirigido a un público heterogéneo. Un teatro en el que se vea esa necesaria relación teatro- público. Un teatro que muestre lo que verdaderamente es esta manifestación artística: una vía enriquecedora de acercamiento a la sociedad”.