El último y único Galeano

Pedro de la Hoz
7/4/2016

Eduardo Galeano nunca deja de sorprendernos. A un año de su muerte, este otro abril lo tiene confirmando viejas querencias y acumulando nuevas con la salida al ruedo del libro que dejó listo antes de su partida, El cazador de historias, sin lugar a dudas el suceso literario del momento en Uruguay, Argentina y México.

El volumen agrupa 240 textos entre viñetas, minicuentos, poemas en prosa y breves reflexiones muy en la línea que el uruguayo comenzó a cultivar desde que concibió Las venas abiertas de América Latina, ese decir mucho con poco y preferir el tronco al follaje.


 

En 2012 comenzó a armar el libro y prácticamente lo dejó listo cuando se agravó a principios de 2014. Incluso, según su editor, el argentino Carlos Díaz, eligió los caracteres y la ilustración de la tapa.

Previo a la presentación de El cazador…, Díaz reveló a la prensa: “Al final, cuando estaba cerrando el libro, un amigo le dijo que cómo era posible que le pusiera ese título si él no mataba ni una mosca. Eso lo hizo dudar y, de hecho, había decidido cambiarlo por El tejedor de historias. Pero al final volvió a la idea inicial. A mí me encanta. Él era un cazador de historias. Tenía unas libretitas encima donde anotaba ideas, cosas que le contaban o frases que veía en las paredes. Y se nutría de las charlas que tenía con todo el mundo porque era un gran conversador”.

Durante las últimas semanas de vida, Galeano, que al parecer barruntaba el desenlace, escribió, al margen de la arquitectura del libro, una serie de viñetas a las que solía llamar garabatos. “Eduardo —puntualizó Díaz— siempre fue un hombre sobrio, quizá haciendo honor a sus genes galeses de los que tanto renegaba, y no solía hablar en tono grave de sus enfermedades o dolencias, ni siquiera en los últimos tiempos. Este puñado de textos parecía ser una huella de lo que imaginaba o pensaba sobre la muerte. Por eso, una veintena de esos garabatos forman parte de este libro”.

En propiedad, El cazador… es el segundo título del escritor que ve la luz después de su deceso. Antes, pocas semanas después del suceso luctuoso, salió Mujeres, colección de narraciones en torno a célebres personajes femeninos, de Juana de Arco a Rigoberta Menchú, pasando por Rosa Luxemburgo.

En la contracubierta de El cazador de historias se leen unas palabras suyas: “El siglo XXI no está resultando ser un gran siglo. Los abusos de un sistema formado por ricos cada vez más ricos y jodidos muy jodidos están a la orden del día”. Aguda percepción de un creador que, de acuerdo con el juicio del colombiano William Ospina, “permanece como una de las miradas que han definido la concepción que hoy tenemos en América Latina sobre nosotros mismos y la mirada que el mundo tiene sobre el continente”.

La Jiribilla comparte con sus lectores tres piezas extraídas de El cazador de historias:

Los libres

En los días, los guía el sol.

En la noche, las estrellas.

No pagan pasaje, y viajan sin pasaporte y sin llenar
formularios de aduana ni de migración.

Los pájaros, los únicos libres en este mundo habitado por prisioneros, vuelan sin combustible, de polo a polo, por el rumbo que eligen y a la hora que quieren, sin pedir permiso a los gobiernos que se creen dueños del cielo.

Mano de obra

En Tijuana, en el año 2000 y pico, el sacerdote David Ungerfelder escuchó la confesión de uno de los asesinos a sueldo de los amos del tráfico de cocaína en México.

El profesional se llamaba Jorge, tenía veinte años de edad y recibía dos mil dólares por cada cadáver.

Él lo explicaba así:

–Yo prefiero vivir cinco años como rey, que cincuenta años como buey.

Cinco años después, también él fue marcado para morir.

Sabía demasiado.

Así funciona el gran negocio de la cocaína en la división internacional del trabajo: unos ponen la nariz y otros ponen los muertos.

Pequeño dictador ilustrado

El hombre que más libros quemó, el que menos libros leyó, era dueño de la biblioteca más gorda de Chile.

Augusto Pinochet había acumulado miles y miles de libros, gracias a los dineros públicos que él convertía en fondos de uso privado.

Compraba libros por tenerlos, no para leerlos.

Más y más libros: era como sumar dólares en sus cuentas del Banco Riggs.

En la biblioteca había ochocientas ochenta y siete obras sobre Napoleón Bonaparte, encuadernadas a todo lujo, y las esculturas de su héroe favorito encabezaban las estanterías.

Todos los libros lucían el sello de propiedad de Pinochet, su exlibris: una imagen de la Libertad, provista de alas y antorchas.

La biblioteca, llamada Presidente Augusto Pinochet, fue dejada en herencia a la Academia de Guerra del Ejército chileno.