El veredicto de Estocolmo

Marilyn Bobes
9/12/2016

Dicen que cuando las revueltas del 68 en París, Ciudad México y otros sitios del mundo, ya había abandonado su compromiso con las jóvenes generaciones para sumergirse en el mundo de las referencias bíblicas y hacer pactos con las disqueras que vieron en él una oportunidad para obtener ganancias.

Pero su influencia había marcado ya a toda su generación y su “Blowin in the wind” era un himno para los que se adhirieron a la contracultura como una manera de rebelarse contra el establishment.


Foto: Govinda Gallery/ Ted Russell

Siempre escribió poesía, aunque lo hiciera acompañado por una guitarra, una armónica y aquella voz nasal, tan característica, que resonó tan fuerte en julio de 1963 durante el Festival de Folk de Newport, donde se convirtió en el más alto exponente del género y conoció a Joan Baéz.

Ahora, en 2016, la Academia Sueca le concedió un Premio Nobel, lo que lo ha convertido en el centro de una polémica entre aquellos que lo ven solamente como un cantante, y otros que argumentan que la poesía también puede llegar a través de la música, como en la época de Homero y de los juglares medievales.

Muchos artistas dedicados a componer música pueden resultar también excelentes escritores de textos. En Cuba tenemos el caso de Silvio Rodríguez, a quien no objetaría nunca un Premio Nacional de Literatura y también, ¿por qué no?, un Nobel.

Soy de las que cree que muchos artistas dedicados a componer música pueden resultar también excelentes escritores de textos. En Cuba tenemos el caso de Silvio Rodríguez, a quien no objetaría nunca un Premio Nacional de Literatura y también, ¿por qué no?, un Nobel.

No conozco la versión castellana de las letras de Bob Dylan y no domino suficientemente el inglés como para entender lo que dice. Sí sé que, desde siempre, me gustó su manera de rebelarse contra el mundo y sus melodías tan ajenas a lo melifluo y lo comercial.

Si se merece el Nobel o no, es una discusión que deja mucha tela por donde cortar. Pero algo de significativo hay en él para toda una generación que lo siguió como seguía a Los Beatles, a quienes, dicho sea de paso, conoció en 1964, en Estados Unidos, en la suite del hotel Delmonico, de Park Avenue, donde se alojó el cuarteto de Liverpool.

La argumentación de la Academia es irrebatible. Se le concedió el codiciado galardón “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición norteamericana de la canción”.

Eso nadie puede negarlo. Como tampoco que muchos de los Nobel concedidos no están a la altura de otros. Especialmente en los últimos años, las decisiones de Estocolmo parecieran estar guiadas por intereses que no son precisamente los de la Literatura. Hay muchos nombres que no llegan a las mayúsculas del que fuera un prestigioso galardón en épocas pasadas.

Sucede que ahora no se trata de un escritor mediocre, sino de un hacedor de canciones: el que tomó su seudónimo (en realidad se llama Robert Allen Zimmerman) de un gran poeta galés, irreverente y anticonformista como lo fuera Bob en sus primeros años.

merece Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura
Foto: Internet

Un buen trovador a veces llega hasta sitios donde el poeta mediocre no puede hacerlo. Y, en ocasiones, ese sitio es tan alto como el de los más grandes.
Creo que, aparte del caso que nos ocupa, negar a algunas canciones su condición de poemas es un dogma absurdo.

Un buen trovador a veces llega hasta sitios donde el poeta mediocre no puede hacerlo. Y, en ocasiones, ese sitio es tan alto como el de los más grandes. Ha ocurrido en la lengua española en casos como el del ya citado Silvio, y pudieran agregarse nombres como el de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.

El revuelo que ha causado este último veredicto de Estocolmo debe servirnos para repensar la literatura en un sentido más amplio; sea Bob Dylan merecedor de él o no.