Eliseo Diego y Ray Bradbury por los extraños pueblos

Erian Peña Pupo
29/6/2020

Fue en 1991, en España, cuando probablemente los cubanos tuvimos más cerca a Ray Bradbury. Entonces Eliseo Diego estrechó las manos —y quiero pensar que abrazó— al autor de Crónicas marcianas. Pero poco sabemos de ese encuentro, salvo que habían sostenido una estrecha correspondencia años antes y que, en ese momento, ambos tenían la misma edad, 71 años.

Eliseo Diego era un fabulador irremediable. Ya Divertimentos, su segundo libro, fechado en 1946, destila sus apasionadas lecturas de Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Dickens, Stevenson y Lewis Carroll, entre otros autores que lo acompañaron asiduamente desde su niñez. Con esas narraciones de carácter alegórico o sobrenatural, Eliseo exorciza los miedos de la infancia; hace volar la fantasía por los reinos de la ensoñación y la magia. Eliseo Diego, “uno de los más grandes poetas de la lengua castellana”, nos recuerda Gabriel García Márquez, trasmitió en las formas breves —esos diminutos “fuegos vagabundos”, según Octavio Paz— la inexorable fugacidad de la vida y el carácter fragmentario de la memoria: la infancia, los antepasados, la ciudad y la familia, pero también el olvido, la pérdida, la muerte y su silencio, que constituyen motores fundamentales de su escritura. Por eso no es extraño que, amante también de la literatura en lengua inglesa, Eliseo haya quedado prendido de la obra del estadounidense nacido en Waukegan, Illinois, el 22 de agosto de 1920, y que, con solo 30 años, escribió Crónicas marcianas, un libro que se convirtió al instante en todo un clásico.

 Eliseo Diego, “uno de los más grandes poetas de la lengua castellana”. Fotos: Internet
 

Similares temas asediaron a Bradbury: la memoria, la pérdida, la muerte, la colonización de una raza o un pueblo por otro supuestamente superior, el fin de la cultura y con ella, el de la literatura… A veces —ahora mismo— he creído que Crónicas marcianas puede prescindir de Marte y sus habitantes, incluso puede hacerlo de los viajes interespaciales, de la colonización humana del planeta rojo… Y no perdería su esencia, su amplia “condición humana”, su fuerte “realidad”. ¿Por qué? Porque todo eso es una excusa de Bradbury para hablar de nosotros mismos. El hombre frente al hombre devastándolo todo. Las arañas de Marte, los barcos de arena, y los canales de vino, no hacen más que hablar de nosotros; de los celos, el racismo, la soledad y la nostalgia, el arraigo y el deseo de exploración. El “escenario” fue Marte, pero bien pudo ser el oeste estadounidense y el despojo de las tierras ancestrales de los habitantes de esa región del país hasta reducirlos a “reservas”, o la lenta y terrible colonización —él mismo escribió del tema— del continente americano por los europeos, o el racismo y la discriminación diaria… Un sustrato humanista, una condensación del mito, florece en Crónicas marcianas, al punto de que él mismo aseguró no ser un escritor de ciencia ficción, sino de un “estilo poético”.

Bradbury mismo se preguntó: “¿Cómo es posible que Crónicas marcianas se reconozca tan a menudo como ciencia ficción? No encaja con esa descripción. (…) Entonces, ¿qué es Crónicas marcianas? Es el rey Tut salido de su tumba cuando yo tenía tres años, las Eddas nórdicas cuando tenía seis, y los dioses griegos y romanos que me cortejaron a los diez: puro mito”, dijo.

 Escritor estadounidense Ray Bradbury.
 

Por otra parte, sus cuentos contienen, de forma seminal, casi todos los subgéneros fantásticos: “Los hombres de la Tierra” es un cuento kafkiano; y “La tercera expedición” esconde el germen del futuro “realismo mágico” (quizá sembrado por Faulkner en Bradbury). “Aunque siga brillando la luna” hunde sus raíces en el romanticismo inglés (su título parte de un poema de Lord Byron) para hablar de civilizaciones extraterrestres desaparecidas hace milenios y la conservación de su legado arqueológico (un tema recurrente en la actual space opera). “La mañana verde” expone de forma germinal la “terraformación” de Marte; “Encuentro nocturno” habla de universos paralelos con un lirismo pocas veces alcanzado; “Un camino a través del aire” es un cuento realista sobre el racismo a principios de siglo, en el que algunas pinceladas fantásticas enfatizan la tragedia social; y “Usher II” (además de ser un evidente homenaje a la obra de Poe) es un ejercicio distópico, incluso una suerte de esbozo de Fahrenheit 451. En “El marciano” (entre otras cosas) está el germen de los debates filosóficos propiciados por “los visitantes” en Solaris, del polaco Stanisław Lem. “Los pueblos silenciosos” es una ácida sátira sobre la soledad en un escenario “posapocalíptico”, y “Vendrán lluvias suaves” una reflexión sobre un mundo posthumano. Mientras “Los largos años”, con un costumbrismo casi naíf, aborda las relaciones entre seres humanos e inteligencias artificiales; y aunque su formalización es embrionaria, sus temas son similares a los que han planteado este tipo de historias a lo largo de los años y del apogeo de la ciencia ficción.

Borges, en el prólogo a la traducción al español de Crónicas marcianas, escribió que “en este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad… (…) ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo —que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena—.

Con solo 30 años, Ray Bradbury escribió Crónicas marcianas, un libro que
se convirtió al instante en todo un clásico.

 

Más allá de las aventuras, el misterio y la siempre búsqueda del mito, sabemos que Eliseo admiró la ciencia ficción. Y que llegó a escribirse con Bradbury. En cierta ocasión escribió que tuvo una “sincera admiración por escritores como H. G. Wells y C. S. Lewis, y por supuesto por Ray Bradbury, que han escrito obras de las llamadas de ciencia ficción”, pero que con este género le ocurría “lo que con la niñita de cierta rima no sé si inglesa o norteamericana, y que una apresurada traducción diría así: Había una vez una niñita/ que tenía un ricito/ justo en el medio de la frente./ Cuando era buena/ era muy, pero muy buena,/ y cuando era mala/ era horrenda».

En un cuadernillo, titulado Sobre los viajes al espacio exterior, Eliseo reunió varios poemas inspirado por sus lecturas del género y “con las vistas de la Luna tomadas por los astronautas norteamericanos”. “Ya la luna no sería más la que veían o imaginaban nuestros abuelos. ¿Cómo sería, entonces, el mundo que se abriría a los ojos de nuestros descendientes?”, añadió.

Aquí incluyó los poemas “Ascensión”, “Madre tierra”, “A través del espejo”, “Hacia los astros”, “Constelaciones” y “Ascuas” (dedicado a Bradbury, y dialogantes con la narrativa poética del autor de Fahrenheit 451). En ellos abordó temas como el espacio, las constelaciones, la luna, los viajes espaciales, la pequeñez del hombre en el universo… Atrás, por fin, está la madre Tierra en su conmovedora pequeñez: por fin la vemos toda: sus orillas nos caben en los ojos: es apenas como una linda bola nada más. Y hay algo en ella de azorada, de vieja que se turba como si fuese de saber que la vemos así, que nos da lástima que se nos pueda, un día, morir (“Madre tierra”).

En otro de sus poemas (en “Desde la eternidad”) nos habla de las “diminutas dichas”, entre ellas:

La luz de la mañana.

La luz de la tarde.

El trueno que nos despierta en la noche.

La lluvia que nos arrulla nuevamente.

Las estrellas a las que les cantaba Ray Bradbury.

El viento en la cara, una boca en otra boca, una mano en otra mano…

Con el autor de El vino del estío dialoga en “Ascua”, que fuera incluido además en Poemas al margen:

A Ray Bradbury

Todo se aviene, ves, a un punto de oro:

el mar color de bronce, el bosque oscuro

y el unicornio y leviatán fundidos

en un copo de fuego, un ascua pura

en medio del abismo.

Cómo pueden

los astronautas regresar un día

desde lo enorme a la minucia

innumerable de la hierba.

Quién

sabrá el camino al tiempo del rocío.

Ambos confiaron en el mito y la imaginación, pero también en el hombre. “La ciencia y las máquinas pueden anularse mutuamente o ser reemplazadas. El mito, visto en espejos, permanece”, escribió el autor de El hombre ilustrado. Ambos, cuyos centenarios celebramos este 2020 —Eliseo un poco antes, el 2 de julio; Bradbury más de un mes después, el 22 de agosto— poblaron sus historias con una mirada poética y melancólica que nos sobrecoge aún y que, imagino, predominó en aquel encuentro español en 1991 entre estos dos grandes autores.