Eliseo en el límite de las aguas

Rubén Ricardo Infante
1/7/2020

Desde hace aproximadamente una década, precisamente cuando José Lezama Lima celebró su centenario, he estado al tanto del grupo y la revista que formaron parte de la historia de la literatura y la historia cubanas: Orígenes.

Lezama fue el primero, porque era un fundador hasta para nacer. Le siguieron otros, cercanos, talentosos, devotos, rebeldes; entre ellos Virgilio Piñera y Eliseo Diego. Quizás por los constantes encuentros entre el gigante de Trocadero y el autor de La isla en peso, sus nombres se mencionan más, dejando en un segundo plano al ya referido Eliseo Diego, Octavio Smith y otros, cada uno de ellos figura relevante en el concierto de la poesía cubana de todas las épocas.

Edición de Letras Cubanas (1993). Foto: Internet
 

Ahora, una década después, releo los libros de Diego, y siempre vuelvo a En la Calzada de Jesús del Monte, una edición de Letras Cubanas. Allí transito sobre las señales de una lectura anterior fechada en 2009 y hoy insisto en encontrar referencias a un imaginario insular en los poemas que integran este cuaderno.

Lo insular es una presencia constante en la producción poética cubana. Pocos autores han logrado desprenderse de esa condición de isla, como un trazo (y trozo) de tierra flotando en el mar Caribe: “A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones”, como escribía Dulce María Loynaz.[1]

La tierra, la casa, el lugar de cada uno en el tiempo y la huella que sus pasos van dejando se rememoran en una entrevista que le realizara a Eliseo Diego el también poeta Yamil Díaz Gómez. Justo ahí, confiesa su “nostalgia de jardines perdidos”.[2]

Sobre el libro En la Calzada de Jesús del Monte se ha dicho mucho. Cómo no escribir acerca de un texto que se erige dueño de una sensibilidad poética que desbordó los marcos del siglo XX —pródigo en voces y cuadernos memorables— para instaurarse como una presencia tutelar en el corpus de la poesía cubana. Herencia que se reparte entre los hijos y a todos se les concede un altísimo valor, ellos saben de esas marcas y es casi imposible librarse de ellas.

En una primera lectura, el libro parecería sencillo al lector advenedizo, pero a medida que desanda sus páginas alcanza ante sus ojos una definición mejor (evocación lezamiana) y, de esta manera, su carácter definitivo.

La manera en que Eliseo aborda lo insular es tácita. Es casi callada la forma en que el poeta se siente preso dentro de una circunstancia maldita (en voz de Piñera). Sin embargo, no puede decirse que en los poemas de En la Calzada… no aparece ese verso transmutado en el discurso poético sobre la luz, la casa, la ciudad, la nostalgia, la muerte y, en menor medida, las aguas y las islas; estos últimos con una fuerza que motiva el acercamiento a su poesía dentro del universo poético cubano, con énfasis en la energía que desprende la caracterización insular y sus representantes.

Desde el primer texto, titulado “El primer discurso”, aparece la referencia a un paisaje luminoso. La luz del trópico se introduce en los espacios, invadiéndolo todo. Esta es la manera en que Diego maneja la presencia de la luminosidad a lo largo del libro. “En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte / donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo / cansa mi principal costumbre de recordar un nombre” (p.11).[3]

Páginas siguientes, en un poema que lleva por título “La ruina”, reaparece el tema: La casa que la luz fuerte derriba / me da un gusto de polvo en la garganta (p. 48). La casa es un tópico cercano y recurrente para un poeta como Eliseo, marcado por las connotaciones del espacio cotidiano desde una visión trascendente, donde la noción de familia resultó una constante en su devenir vital y en su expresión poética. Prueba de ello es su poema “La casa”, el cual concluye: La penumbra del patio, suave y honda / cobija de la luna bajo nocturnos plátanos, / esparciendo su aroma, la nostalgia, / la familiar distancia de sus astros, / enamora mis ojos, los descansa / como la noche o mi perdida casa” (pp. 43-44).

La temática de la casa es una de las que caracteriza el discurso poético del libro.  Asimismo, este tópico da fin al poemario: “Las casas han reunido sus armoniosas pesadumbres / olvidando severas la tentación de las distancias, / finísimos brocados de la nostalgia y la muerte” (p. 95).

La relación casa-ciudad también está presente en el reconocido cuaderno: “Y en la ciudad las casas eran altas murallas para que las tinieblas quiebren” (p. 11), y de esta manera desplaza su interés al espacio urbano. En ese desplazamiento del campo a la ciudad que fue su propia vida, escribe: “Por la Calzada de Jesús del Monte transcurrió mi infancia, de la tiniebla húmeda que era el vientre de mi campo al gran cráneo ahumado de alucinaciones que es la ciudad” (p. 13).

De forma distinta a la asumida por Piñera, Eliseo aborda la condición de insularidad. También con un sentido de desolación anuncia su lugar en esta isla: “Cómo pesa mi nombre, qué maciza paciencia para jugar sus días / en esta isla pequeña rodeada por Dios en todas partes, / canto del mar y canto irrestañable de los astros” (p. 12).

En otro fragmento, compara la isla como espacio geográfico con la isla que simboliza cada cuerpo, cada muerte: “Aquella irreparable jerarquía / de la madera, la voz y el arduo fuego / en la redonda isla del velorio” (p. 21). Sobre las islas volverá en el penúltimo texto del libro, allí enuncia: “Las islas apacibles sueñan / tejiendo las nevadas barbas del mar con sus cabellos / un amoroso lienzo a las estrellas agradable. (p. 90)

Es este un breve recorrido por algunos de los ejes temáticos que se agolpan en el libro En la Calzada de Jesús del Monte. Las referencias a la luz insular, la casa como espacio vital en la trayectoria de un ser humano y representación simbólica trascendente, legado y herencia; la ciudad y la visión del poeta ante la misma; así como la nostalgia y la muerte. Sus apreciaciones sobre la isla la magnifican como espacio donde se acumula la familia, la casa, la ciudad y donde se ha trazado esa trayectoria que cada cuerpo celeste deja como un destello de luz en medio de la noche.

 

Notas:
[1] Dulce María Loynaz: “Poema CXXIV” de Poemas sin nombre, en Poesía, Letras Cubanas, La Habana, 2002, p. 150.
[2] “Nostalgia de jardines perdidos”, en La Gaceta de Cuba, no. 5, La Habana, septiembre-octubre de 2004 (Entrevista de Yamil Díaz Gómez a Eliseo Diego, realizada en 1993).
[3] Todos los versos citados pertenecen al libro En la Calzada de Jesús del Monte, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1993.