Muy buenas tardes:

Quiero agradecer profundamente a nuestro Ministerio de Cultura por el honor que me concede, al decidir que sea yo la persona encargada de decir las palabras de elogio a la Maestra Laura Alonso, en ocasión de recibir ella el Premio Nacional de Danza, correspondiente a este año 2021.

El honor es grande y triple, porque me unen a ella antiguos y fuertes lazos: primero, como admirador de su arte, en su etapa de bailarina; más tarde como compañera mía en el Ballet Nacional de Cuba por muchos años y, hasta hoy, como inspiradora del arte del ballet, en hermosas tareas que hemos compartido por más de medio siglo.

Laura Alonso en una de sus magistrales interpretaciones. Foto: Tomada de internet

A Laura la vi bailar desde los inicios de la década de 1960, cuando el arte del ballet se hizo mío como para el resto de los cubanos. Desde la escena del Teatro Amadeo Roldán primero; y desde la del Teatro García Lorca a partir de 1965, con aquella célebre puesta de El Lago de los Cisnes. Su arte como bailarina se me hizo cercano y admirado. Sus bellísimos empeines, sus elocuentes pies, su contagiosa sonrisa y la vitalidad que imprimía a cada ejecución suya, me conquistaron, más allá del exotismo que rodeaba su genealogía.

Ser hija de Alicia y Fernando Alonso, y dedicarse al arte del ballet, supe siempre que no era reto fácil para ella. Pero por suerte, su fuerte individualidad se impuso y siempre fue Laura, lo mismo con el apellido Alonso, que cuando asumió por un tiempo el de Rayneri, también de alta prosapia en la cultura cubana.

“Ser hija de Alicia y Fernando Alonso, y dedicarse al arte del ballet, supe siempre que no era reto fácil para ella (…)”.

Con una sólida formación académica la vi moverse, con igual brillo, en obras de la tradición romántica-clásica como el Grand Pas de Quatre, Giselle, Coppelia, Las Bodas de Aurora y El Lago de los Cisnes; en obras del neoclasicismo como el Apolo, de Balanchine; Las Sílfides, de Fokine; y Un Concierto en Blanco y Negro, de José Parés. Pero también salió airosa en otros retos de la vanguardia contemporánea como Despertar, de Enrique Martínez; Delirium, de José Parés; Majísimo, de Jorge García; Imágenes, de Menia Martínez; o El Jigüe, Carmen y Un Retablo para Romeo y Julieta, de su tío Alberto Alonso.

Su amplio diapasón estilístico pudo abordarlo por la formación que recibió desde sus inicios, en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana y, de manera muy especial, luego de su ingreso, en 1950, en la Academia de Ballet Alicia Alonso, donde fue moldeada por sus padres, eminentes pedagogos ambos, y por otros ilustres docentes, como su tía Cuca Martínez, el puertorriqueño José Parés, las inglesas Mary Skeaping y Phillis Bedells y los rusos Alexandra Fedorova y su hijo León Fokine.

Temprano fue su salto al profesionalismo, pues la urgencia de bailarines la llevó a debutar con el entonces llamado Ballet Alicia Alonso, cuando aún no había cumplido los doce años de edad. En mis archivos en el Ballet Nacional de Cuba guardo una foto histórica de ella, en la escalerilla del avión que, en enero de 1949, llevó a la naciente compañía a su primera gran gira por Latinoamérica, que abarcó once países, desde México hasta Chile, Argentina y Uruguay, en pleno cono sur.

No fue fácil para Laura alcanzar las categorías de Solista y Primera Solista. No fue ella una Alicia de imitación, ni recibió prebendas familiares, sino todo lo contrario. Ella se forjó en la disciplina y el rigor del trabajo cotidiano. Su sentido de la independencia y la superación profesional, la llevaron a buscar siempre la riqueza de la diversidad artística, y fue por ello que, sin negar sus raíces como fruto genuino de la Escuela Cubana de Ballet, no vaciló en asimilar las enseñanzas de Madame Swovoda, en la Escuela del Metropolitan Opera House de New York; o las de los Messerer; en el Teatro Bolshoi de Moscú, a mediados de la década de 1960.

“(…) No fue ella una Alicia de imitación, ni recibió prebendas familiares, sino todo lo contrario (…)”.

Aunque Laura Alonso era una bailarina muy conocida por mí, nunca la había visto fuera del escenario, pero una noche de 1968, cuando yo investigaba documentos sobre la carrera de Alicia Alonso en los archivos familiares en la casa de la calle 24 y 7ma., en Miramar, sentí una algarabía de perros y de entre ellos apareció una muchacha, de ojos grandes y vivaces, de amplia sonrisa y mirada escudriñadora. Solamente le escuche decir:”Mom” y “Papá”. Me miró curiosa y solo intercambiamos un cordial “Hola”. Ese fue nuestro primer encuentro extra escénico. En 1970 cuando ingresé oficialmente en el BNC, se ampliaron nuestras relaciones, que han sido abonadas todos estos años por una admiración y un respeto compartido.

En 1974, después de 25 años de infatigable trabajo por los escenarios de Cuba y el mundo, Laura puso fin a su carrera como intérprete. En ese tiempo del adiós, la recuerdo. Hacíamos una gira por el centro de la Isla y ella, cerraba el ballet Nuestra América, bailando una genuina rumba cubana, en el teatro La Caridad, de Santa Clara. Tal vez bailó algo más después, pero para mí aquella función fue su adiós como bailarina y así se lo recuerdo en estas palabras que hoy le dedico.

Fiel al legado familiar, como Alicia, Fernando, Cuca y Alberto, la vocación pedagógica le surgió a Laura desde temprano, y fue creciendo al paso del tiempo. Y es precisamente en esa faceta de Maestra, que no es lo mismo que Profesora, que nacieron mis especiales vínculos con la homenajeada de hoy.

“Fiel al legado familiar, como Alicia, Fernando, Cuca y Alberto, la vocación pedagógica le surgió a Laura desde temprano (…)”.

Una mañana de febrero de 1972, a instancias de Alicia, la acompañé al Hospital Aballí para hacer nacer un empeño hermoso, humano y artístico: el Plan Psicoballet, que ella asumió con clara pupila y fina mano, durante muchos años.

Otra mañana, pero diez años después, en 1982, durante el 8vo. Festival Internacional de Ballet de La Habana, en la Casa de la Cultura del Municipio Plaza de la Revolución, juntos dimos inicio a los Cursos Prácticos Internacionales de la Escuela Cubana de Ballet, que han ganado un sólido prestigio internacional, y donde por muchos años le colaboré como profesor de Historia de la Danza.

Nuestra unión continuó en otras tareas como el Departamento de Docencia Especializada del Ballet Nacional de Cuba, cuna del prolífico Taller la Joven Guardia, donde ella estimuló el desarrollo de jóvenes talentos de la compañía, muchos de los cuales devinieron, poco después, estrellas cubanas del ballet mundial. Con esas huestes hice su primera gira por el interior del país y sus primeras actuaciones en el exterior, a Nicaragua, en plena guerra; a los barrios marginales de Lima y a Iquitos, en plena selva amazónica, que en 1988, con nosotros veía por primera vez un espectáculo de ballet.

“La vitalidad, la creatividad y su permanente optimismo hacia el futuro, son dones que siempre han acompañado a Laura Alonso (…)”. Foto: Tomada de Radio Taíno

El 30 de diciembre de 1994, Laura se volcó a una tarea desafiante y quijotesca, crear el Centro Pro-Danza, entidad que ha dirigido hasta hoy. Ha sido una tarea difícil, por cuanto logró abrir nuevas posibilidades a alumnos interesados en el arte del ballet, pero fuera del Sistema Oficial Nacional de la enseñanza de esa especialidad. Con gran visión de futuro, desafió incomprensiones y esquemas establecidos y logró rescatar muchas vocaciones tronchadas, que finalmente pudieron enrumbarse por la ruta mayor. Con el fruto de esas huestes noveles, los aportes de alumnos que no continuaron la carrera tras un deficiente Pase de Nivel, y los de otros que, luego de graduarse en la ENA, no pasaron a integrar las filas del Ballet Nacional de Cuba y de otros conjuntos como el Ballet de Camagüey, el Ballet de Santiago de Cuba o el de la Televisión, fue capaz de crear en 1995, el Ballet Laura Alonso, una compañía lista para abordar con gran dignidad artística, un repertorio matizado por el respeto a la tradición y a las audacias coreográficas de nuestro tiempo.

Al saldo valioso del Centro Pro-Danza hay que añadir su contribución a la masificación del público cubano aficionado al arte balletístico.

La vitalidad, la creatividad y su permanente optimismo hacia el futuro, son dones que siempre han acompañado a Laura Alonso, en su peregrinar pedagógico, como Maître Invitada de prestigiosos centros docentes desde Canadá a la Argentina y desde Estados Unidos a Japón. Por ello estamos seguros que ella no ve la entrega de este Premio como culminación de su obra creadora, sino como un dinamo para la conquista de nuevos y audaces proyectos. Y el Ballet Nacional de Cuba, bajo la dirección de Viengsay Valdés, se honra con haberla propuesto para tan trascendente y merecido galardón.

Como Laura Alonso es fiel a la tenacidad familiar, estamos seguros de que logrará todos sus empeños futuros. Solo me resta decirle: La querida, deseo que yo pueda ser testigo y colaborar, por muchos años más de tu exitoso e incansable bregar. Un gran abrazo para ti.

Muchas Gracias.