No sé cómo, pero la maquinaria de guerra contra Cuba ha circulado el rumor de que se preparan batallones de niños para ser alistados en los ejércitos rusos de invasión de Europa. No es una hipérbole de ocioso que busca a toda costa el chiste, o de mitómano que escapa del manicomio. Varias personas han tomado el teléfono para llamar a familiares o amigos en la Isla, preocupados por saber qué hay de cierto en el rumor o cómo marchan los preparativos de tal iniciativa. Por absurdo que parezca el aserto, algunos lo han tomado en cuenta, siquiera como posibilidad no descartable. Suponemos que nadie, por lerdo que sea, se halla tan relegado en la cadena de la inteligencia. De modo que algo genera el ambiente como para que absurdos de esta índole alcancen algo más que risa.

“Basta con la duda para emprender el trabajo de descomposición y corrupción de los ámbitos informativos y de la conciencia colectiva”. Imágenes: Internet

La credibilidad, aunque sea pasada por espectros de dudas, proviene de un contexto de tópicos que han logrado expandirse a pesar de su insólito precepto. Así se consiguieron los niveles de credibilidad acerca de que la vacuna contra la Covid-19 era una falacia. También se dijo, con criminal cinismo, que la vacuna cubana consistía en un jugo de agua con azúcar al modo de la rusa, paradójicamente. Con mis propios oídos lo escuché por más de una persona recién bombardeada por ciertos algoritmos que nublaban las redes. Vi también que personas existentes, vivitas y coleando, asumían el criterio. Bastaba con decirlo para que fuese posible, si no cierto. Son campañas infames, e infamantes, que suman escuadrones de burdas falsedades a una guerra que no es condenada por casi ninguno de los pacifistas instantáneos que de pronto exacerban sus declaraciones. Únicamente consideran la bomba que estalla como un acto de guerra y agresión. Ni el daño falaz a la moral ni el sitio incisivo de la plaza, cuyos habitantes deben morir de hambre para que pueda empezar el esperado estallido, les parece lo suficientemente agresivo, o guerrerista, como para que sea condenado con rotunda energía.

“Únicamente consideran la bomba que estalla como un acto de guerra y agresión”.

La operación Peter Pan, a inicios del proceso revolucionario cubano, se basó en una falacia: se perdería el derecho a la patria potestad y los niños serían esclavizados por el comunismo. No era un invento instantáneo, sino un patrón heredado de la guerra fría, activa como nunca en esa época. Muchos lo creyeron —no pocos de ellos crédulos de sanas intenciones—, e incluso algunos empeñados de entonces insisten hoy en asegurarlo, sin que importe que les sea imposible demostrarlo. Sesenta años después se ha reeditado una de esas aristas de guerra para lanzarla contra el nuevo Código de las Familias, imprescindible una vez que se ha transformado la Constitución. Tal parece que basta con enunciarlo para que se activen los ámbitos de credibilidad y se le otorgue al anodino rumor la digna carta de la información, posible en ciertos ámbitos. La manipulación espuria del derecho a la diversidad se convierte en un caos que saca a flote ideas pergeñadas con saña, como por ejemplo, que van a obligar a tus hijos a asumir ideas y tipos de familia diferentes a los que valoras como buenos, o que van a prohibirte viajar antes de haber cumplido los 40 años, o incluso que se disponen ya a experimentar con tus hijos para aplicarles vacunas que son solo jugo de agua con azúcar, en modelo ruso. Casi la totalidad de los niños cubanos han sido vacunados a través de las décadas de Revolución. Es un hecho tan diáfano y común que pasa inadvertido, como si fuese parte de la naturaleza espontánea de la sociedad y no programa de gobierno cuyos costos son altos y, aun así, se sufragan sin falta.

El patrón de la histérica fiebre antivacuna aporta plataformas para que las campañas ensayen sus maniobras. Así consiguen renovar los métodos, las estrategias y las tácticas, aunque el objetivo primordial, de usurpación y descrédito, en nada se transforme. El bombardeo continúa y la falacia acude a un patrón que el mundo ha detectado en otras geografías ajenas a la nuestra: se asegura que el gobierno cubano mantiene a menores de edad en cárceles, sobre todo por motivos políticos.

Tampoco esto es invento de ocioso que pretende un chiste, por pésimo que sea su gusto. Son rumores que surgen y se expanden, y que con propios oídos he escuchado, salpicados en sitios donde la población no es muy culta que digamos y donde se ha enquistado la conciencia del lumpen proletario. ¿Casualidad espontánea? ¿Derecho a pensar según te venga en ganas? ¿Etcétera, etcétera? Quien elija evadir la circunstancia de guerra, no sé si por derecho o cobardía, podrá fingir que lo timan, podrá burlarlo o evadirlo con astucia, pero el rumor no es ingenuo y mucho menos espontáneo. Son bombas de rumor, como la atómica que otrora descargaran y que a diario nos descargan, para mal de los unos y los otros. Nadie es inmune a sus efectos, aunque no pocos se pretendan incontaminados.

“El rumor no es ingenuo y mucho menos espontáneo”.

Sea cual sea el patrón de información que entra en tendencia, se recupera el axioma, y la falacia se vuelve a estructurar. El algoritmo reajusta sus campos de etiquetas y la bola se expande, sorda y tenaz contra la humanidad. En este instante, hay personas que temen que los niños cubanos sean alistados en batallones de invasión junto al ejército ruso. No importa que sea falso o ridículo, pues basta con la duda para emprender el trabajo de descomposición y corrupción de los ámbitos informativos y de la conciencia colectiva como primordial objetivo. Así, bajo la anuencia callada de quienes se desmarcan de cuestiones que les traigan verdadero peligro, y de paso se suman al coro de los poderosos, se va enquistando la infamia en la cadena masiva de la inteligencia.

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