El llamado Sistema de Ediciones Territoriales tuvo sus antecedentes mucho antes del inicio de este milenio. Se reconocen desde iniciativas más o menos episódicas de talleres literarios u otros grupos de creadores, hasta proyectos asociados a la red de instituciones culturales del país, del que dan fe a mediados de los setenta la habanera Ediciones Extramuros, a los que se sumarían en años sucesivos, entre otras, Ediciones Matanzas, la también matancera Vigía —con un empuje más alternativo—, la oriental Ediciones Holguín y la villaclareña Capiro; todas ellas vigentes en su gestión y con resultados que hasta el presente merecen celebrarse.

Cuando una nota de prensa publicada el 5 de febrero de 2019 nos recordaba sobre Extramuros que “ese sello editorial, uno de los más viejos y representativos de los escritores de la ciudad, está cumpliendo treinta años”,[1] desconocía que en realidad esa casa editora cumpliría dos años después, justo en este mes de julio, cuarenta y cinco años, lo que la convierte tal vez en la decana de las ediciones territoriales en activo.

Omar Perdomo, un dedicado promotor de la literatura, al que recuerdo por su valiosa contribución a la bibliografía de Ángel Augier y su afición por la pelota, dejó fijados estos inicios. Como crítico y periodista fue muy puntual en sus valoraciones. A él le debemos la antología Siempre la vida, donde recoge una muestra mínima pero representativa de la poesía publicada por las Ediciones Extramuros en sus primeros diez años. En las palabras introductorias[2] recuerda que en julio de 1976, con Canción para los que nacimos entre los muertos, de Osvaldo Fundora —“un plaquet de solo seis pulgadas de alto por cuatro de ancho”— se iniciaba con su Colección de la Ciudad la trayectoria de esta iniciativa en el ámbito literario habanero y nacional. Fue idea de Fundora, por esas fechas director de publicaciones y literatura del Consejo Nacional de Cultura en La Habana, y cuyos recuerdos ahora comparto, aprovechar un taller de impresiones ligeras —que trabajaba con vetustas y sobre explotadas máquinas de pedal y paraban los textos con cajas de letras— de la delegación provincial del CNC, y utilizado hasta entonces para la reproducción de invitaciones, catálogos, programas de mano, volantes, etc., darle una nueva utilidad con la publicación de pequeños cuadernos y plaquet, aprovechando la recortería de cartulina, cromo, picos de bobina —sobrantes donados por el periódico Granma, al llegar las bobinas al tope en sus rotativas— , y otros materiales que quedaban como excedentes de las impresiones habituales. La encuadernación manual primó en estos esfuerzos iniciales. La editorial nació sin fines comerciales, pues en esos momentos su único objetivo era la difusión de la literatura, incluyendo de manera especial las obras de los que se iniciaban en esas lides.

“Ediciones Extramuros: decana de las ediciones territoriales en activo”.

De Ediciones Matanzas, nacida junto a la revista del mismo nombre en 1978, y de Capiro, en 1990, conozco por la memoria de sus fundadores, los buenos amigos y editores Arturo Arango y Ricardo Riverón, que sus primeras escaramuzas fabriles fueron idénticas a las nuestras, salvando el fatalismo provinciano. Arturo me comentaba que conocer de primera mano la experiencia nuestra lo motivó a enfrascarse en esa aventura editorial, y me regala un testimonio de esos primeros pasos, que cito en extenso por sernos tan familiar y por el valor que tiene para las prácticas de hoy en día: “Para quien ha nacido en los 90, o después, cuesta imaginar cómo trabajaban los herederos directos de Gutenberg: el proceso comenzaba en el linotipo, donde se hacían las barritas de plomo de cada línea de texto, se imprimían las galeras para ser revisadas, se corregían las erratas detectadas, las barras de plomo pasaban a manos del diseñador, quien hacía, cortando papeles y pegándolos en la plantilla con goma soleta, una maqueta que entregaba al cajista para que organizara el texto y los títulos, página a página. Las ilustraciones teníamos que llevarlas a un taller en Cuba y Sol, en La Habana Vieja, donde demoraban algo más de un mes en tener listos los grabados, planchas de plomo adheridas a una base de madera que cargábamos de regreso a Matanzas”.[3]

“De Alex Fleites se presentó su cuaderno inicial, que para no dejar lugar a dudas se llamó Primeros argumentos”.

Junto a Fundora, integramos este equipo fundador el diseñador José Otero, el editor y poeta Adolfo Suárez —ambos fallecidos hace tiempo—, los tres obreros que formaban la mínima plantilla del taller —Joaquín, su hermano y el hijo del primero—, y el que suscribe. Autores reconocidos, y miembros de la entonces Brigada Hermanos Saíz y del movimiento de talleres literarios, integramos su catálogo. De los primeros, bastaría citar en esta década iniciática a los poetas Nicolás Guillén, Jesús Cos Causse, Roberto Branly, Raúl Luis, Luís Suardíaz, Luís Álvarez, Jesús Orta Ruíz, Luis Marré, Minerva Salado, el pintor Jesús de Armas, el dramaturgo Freddy Artiles, entre medio centenar de artistas que incluía a creadores noveles, listado que en amplitud y representatividad iría creciendo en años sucesivos. De esos primeros títulos merecen destacarse Por las huellas de Guayabo Blanco, del pintor, caricaturista y fundador del dibujo animado del Icaic, el afable Jesús González de Armas —integrante de un importante grupo de su San Antonio de los Baños natal, donde se nuclearan artistas plásticos como Quidiello, Nuez, Posada—, título dedicado a la investigación pictográfica de la historia de la arqueología en Isla de Pinos. El mismo de Armas fue su editor, cuaderno del que se hizo una acaba impresión; el de Guillén, Riesgo y ventura del Granma, que nos cediera especialmente y que como las otras primeras plaquets no fue presillada ni engomada, sino atada con hilo de seda; La actuación en el teatro de títeres, del buen amigo y trabajador incansable que fue Artiles; y Siempre la vida —que después le daría título a la mencionada antología de Perdomo—, del recordado Branly, publicada con motivo del primer aniversario de su temprano fallecimiento, alguien por demás muy cercano a nosotros.

Pero sería unas semanas después de que diéramos a conocer el primer título del proyecto emergente, que efectuamos con su segundo autor, esta vez con un poemario en formato de folleto, el lanzamiento público de Ediciones Extramuros, ya con el logotipo que, en correspondencia con su nombre, le acompañó durante décadas. Así, de Alex Fleites se presentó su cuaderno inicial, que para no dejar lugar a dudas se llamó Primeros argumentos. Ese bautizo tuvo lugar en aquella pequeña imprenta de la calle Galiano, casi esquina a la lezamiana Trocadero, donde concurrieron junto a los que nos reconocimos como fundadores, amigos y colegas, en su gran mayoría bisoños escritores, como éramos entonces. Arturo me recordaba cómo, para poder estar presente, se había escapado, como un guiño paradójico, de su clase de literatura cubana.

En los años siguientes Ediciones Extramuros creció, y ya vinculado al Centro Provincial del Libro y la Literatura, diversificaron su catálogo, generaron colecciones y un concurso, que ya cumplió treinta años, y que es uno de los más importantes de su tipo, el Premio Literario Luis Rogelio Nogueras, y publicaron una revista de igual nombre, que lamentablemente hoy no existe.

Rumbo a su primer medio siglo, les deseamos junto a su entusiasta equipo del presente, que como en los versos de aquel poema de Branly que dio título al agradecido homenaje de Omar Perdomo, siga su trayecto y, crecer sin la retórica: / sin que las palabras surjan / como negras manchas /o borrones.


Notas:

[1] “Ediciones Extramuros en FILH 2019”. Periódico Granma, 5 de febrero de 2019, www.granma.cu

[2] Omar Perdomo. “Prólogo” en Siempre la vida. Antología de poesía por el décimo aniversario de Ediciones Extramuros (1976-1986). Colección de la Ciudad. Ediciones Extramuros, 1987. Pp. 7-10.

[3] Testimonio del autor.