Entre el silencio y el grito: recordando a Víctor Jara

Rafael de Águila
22/5/2019

“Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto”

Víctor Jara. (Último Poema).
 

Hace unos días un amigo me hizo escuchar algo. Una voz y una música escuchada en la infancia. Desde entonces nunca había vuelto a oír aquello. Lo confieso. Se trata de la voz y la música de Víctor Jara. Once años tenía yo cuando lo asesinaron. Menos años la vez primera que mi padre me hizo oír al chileno. Tal vez fueran los aires de “Ni chicha ni limoná”, puede que “Canto libre” o la muy bella “Te recuerdo Amanda”. Todas las he vuelto a escuchar ahora. De un tirón. Lo hice y llegó, tremebunda, la nostalgia. Lo hice y recordé a mi padre. Mi padre llevándome de la mano a la Plaza: “vamos a escuchar al Presidente Allende”. Yo trepado a horcajadas en su cuello, y allá, en la lejanía, detrás de reverberante mar de pueblo, un hombre que habla en una tribuna. Un hombre que viste camisa o guayabera blanca.

Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?

“Hay voces imposibles de acallar. Voces inmortales. La de Víctor Jara lo es”. Foto: Internet
 

Ha transcurrido mucho tiempo desde entonces. Más de 45 años han transcurrido desde que militares chilenos, ahítos de rabia y sangre, dispararon sobre el trovador chileno. Días antes los mismos asesinos bombardearon con saña el Palacio de la Moneda. Allí murió —heroicamente— defendiendo la autoridad que el pueblo le había entregado, el Presidente Allende. El mismo hombre que años antes, trepado sobre el cuello de mi padre, había visto yo hablar allá, perdido entre un mar de pueblo, en una tribuna. El mes de aquella tragedia: septiembre. El día: el 11. Ya Silvio —en impactante canción— nos legó el siniestro y doble dramatismo que emana de tan infausta fecha. Este, el drama del que hablo, ocurrió en 1973.

Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!

Un golpe militar dirigido por el general Augusto Pinochet Ugarte asesinó al Presidente Constitucional e instauró una dictadura militar, dictadura que el propio general golpista, en summun de despectivo y cínico sarcasmo, denominara, “dictablanda”. Ese mismo día la Universidad Técnica del Estado fue sitiada, al siguiente día invadida, disparos mediante se procedió a detener a multitud de estudiantes, profesores y personal administrativo. Entre los detenidos aquel 12 de septiembre estaba el profesor e investigador de ese plantel, Víctor Jara. Se le traslada junto al resto al Estadio Chile. Se hacina allí a más de 600 personas. Bayonetas caladas y fusiles les apuntan. Rostros hoscos. Manos llenas de sangre. El trovador es reconocido por los uniformados. Lo ofenden. Lo agreden. Se le acusa de comunista, de amigo del Presidente Allende. Se le traslada a los vestidores. Se le tortura. Sufre quemaduras de cigarrillo, simulacros de fusilamientos, se le trituran las manos con golpes de culatas de fusil, se le cortan los dedos, la lengua.

Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.

El 16 de septiembre se le asesina. No les basta un tiro en la cabeza. No les basta. Recibe 44 disparos. El único delito del poeta: pensar diferente. Para el Odio delito mortal. Años más tarde el examen médico forense constataría más de 30 lesiones óseas: fracturas provocadas por heridas de bala y golpes de objetos contundentes. El cuerpo, destrozado y sin vida del trovador, fue sacado del Estadio y lanzado a un terreno baldío, junto a unos matorrales cercanos al Cementerio Metropolitano, muy cerca de una línea férrea. Pobladores de la zona reconocen el cadáver y lo trasladan al Instituto Médico Legal el 19 de septiembre. Allí se le asignan las siglas NN. Eso hasta ser identificado por la esposa, la coreógrafa de nacionalidad británica Joan Turner, con la que se había casado el trovador en 1960. Los familiares le dan sepultura, casi en la ilegalidad, en el Cementerio General de Santiago de Chile, como pueden. La justicia tarda pero llega, sostiene el adagio. Hace apenas unos meses, en fallo judicial sin dudas histórico, a más de cuatro décadas del hecho, la Justicia chilena condenó a ocho militares en retiro como responsables del crimen. La pena: quince años de prisión como autores de homicidio calificado, la sumatoria de tres años más, como convictos de secuestro. El Estado chileno, además, deberá pagar 2,1 millones de dólares, como indemnización a la familia de la víctima, a la esposa Joan Jara, y a las dos hijas, Manuela Bunster y Amanda Jara. Para ellos, desde luego, no hay justicia posible.

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?
En estas cuatro murallas solo existe quien lentamente querrá la muerte.
Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.
¿Y Méjico, Cuba, y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!

Los padres de Víctor Jara eran campesinos, la madre tocaba la guitarra y cantaba. Jara tuvo sus inicios como dramaturgo en 1957, ese año matriculó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Allí conoció a Violeta Parra y se afilió al Partido Comunista. Entre 1960 y 1967 su labor como director de teatro y dramaturgo es continua. Eso y la música. Eso y la guitarra. Eso y la lectura. Lee poesía, teatro, ciencias sociales. En 1966 graba su primer LP como solista. Entre 1966 y 1969 dirige el conjunto Quilapayún. Ese último año Víctor Jara gana el Primer Festival de la Canción Popular Chilena; para la fecha es ya el mayor exponente del movimiento de la Nueva Canción Chilena. En 1970 el cantautor apoya activamente la campaña electoral de Salvador Allende, candidato por la Unidad Popular. En 1973 graba su último álbum: Canto por travesura. Al morir tiene apenas 39 años: unos días más tarde, el 28 de septiembre, se aprestaba a festejar su cumpleaños 40.

Tres décadas después, también en septiembre, el noveno mes, el séptimo del calendario romano, el dos veces infausto, esta vez del año 2009, el hasta entonces Estadio Chile pasó a tener otro nombre: Víctor Jara. El mes era testigo ¡al fin! de vientos de justicia. Y es que la justicia tarda, sí, un día, sin embargo, llega. Uno de los asesinos, autor confeso de los primeros disparos, un recluta del Ejército chileno, en el momento del crimen tenía tan solo 18 años. El horror transmuta en asesinos a adolescentes.

Somos diez mil manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.

De los ocho encausados dos fueron los asesinos directos, el resto cómplices. El 5 de diciembre de 2009, 36 años después del crimen, 12 000 personas acompañaron los restos del poeta hasta su última y definitiva morada en el Cementerio General de Santiago de Chile. En el Estadio donde fue asesinado, ese que hoy lleva su dignísimo nombre, se coloca una placa. En ella puede leerse el último poema del cantautor, escrito en algún momento de aquellos cuatro terroríficos días. Un poema testimonio. Un poema denuncia. Un poema que resuena con mil estentóreos ecos, como las últimas palabras del libro de Fucik. A ambos hombres, al checo y al chileno, les unen poéticas e inverosímiles coincidencias: ambos son comunistas; ambos rondan los 40 años; ambos son asesinados por fascistas; ambos aman el teatro; ambos escriben un testimonio denuncia en sus días de encierro: el checo en prosa; el chileno en verso; Julius lo hará en la cárcel praguense de Pankrác; Víctor en el Estadio de Chile. “Reportaje al pie de la horca” y “Somos cinco mil”. Esas son las obras escritas por ambos hombres. Algunos prefieren llamar al poema del chileno “Estadio Chile”.

El poema fue escrito el 15 de septiembre, momentos antes de ser trasladado Víctor a los vestidores —sitio que fungía como celda de tortura—. Un abogado, militante comunista, le provee las hojas. Víctor escribe rápido y entrega las hojas al compañero. Poco después dos soldados se llevan al poeta a viva fuerza. Las hojas manuscritas pasan de mano en mano. De prisionero en prisionero. De lectura en lectura. El abogado comunista es trasladado al Estadio Nacional esa misma noche. Allí el texto es copiado en dos cajas de cigarrillos, entregadas a compañeros, de los que se espera puedan salir en libertad. El abogado guarda el poema original en uno de sus zapatos. Los militares encuentran una de las cajas de cigarrillos, poco después hallan el original en el calzado del abogado comunista. Se le interroga. Se le tortura. Quieren saber si existe otra copia. El abogado nada dice. Callar es la garantía de que alguna de las copias logre salir de allí. Logre ser conocida. Leída. Quieren silenciar al poeta. Hacer inútil su intento. Borrar su arte. Defenestrar la Poesía. Asesinarla. Uno de los detenidos, no obstante, logra lo que parecía imposible: en breve el poema sería conocido en todo el planeta. El crimen intenta silenciarse, pero el propio crimen grita. El propio crimen denuncia: se hace oír. Hay voces imposibles de acallar. Voces inmortales. La de Víctor Jara lo es.

Mientras escribo estas líneas homenaje, este escueto y humilde homenaje a más de cuatro décadas del asesinato de Víctor, no dejo de escuchar su voz y su música. Un hombre que cantaba por travesura y murió por sus ideas. Especialmente “Te recuerdo Amanda”. Una canción compuesta en Stratford-on-Avon, el sitio natal de Shakespeare. Una muy bella canción. Amanda es el nombre de una de las hijas del poeta. Este texto debería publicarse en septiembre, pienso. No importa, me digo. Cualquier mes es idóneo para homenajearte, Poeta. Cualquier mes es bueno para recordarte. Y nosotros, todos nosotros, te recordamos, Víctor.

Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos momentos del infinito
en que el silencio y el grito son las metas de este canto.