En 1949, con apenas 27 años, una escritora matancera pintaba así su autorretrato:

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.
Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
Mirando para arriba el sol se me convierte
En una luz redonda y celestial que canta.

Ahora, a punto de cumplir esa muchacha los 92 años, he releído el soneto antes de escribir estas palabras y, a pesar de su belleza, los he hallado inexactos. Gracias a todo el universo, Carilda no ha sido jamás “casi una burguesa con un poco de suerte”, más aún, cuando pienso en ella, no puedo separar escritura de vida, e incluso, si tuviera que comenzar por lo más entrañable diría: Carilda Oliver Labra es ante todo una mujer excepcional que algunos días escribe versos.

“Traigo el cabello rubio; de noche se me riza. / Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto”. Imágenes: Tomadas de Internet

Si repasamos su existencia encontramos a cada paso uno de esos actos notables que la separan de la cómoda existencia de la pequeña burguesía provinciana: es la abogada hermosa y atrevida que replica en carta abierta de 1955 a un fraile pacato que se había atrevido a difamar a las madres solteras; es la joven decidida que al año siguiente sube a las tablas del Sauto para leer un soneto en desagravio a Alicia Alonso, cuando la dictadura de Batista quita la subvención al Ballet de Cuba y aquel texto, al parecer inofensivo, era toda una toma de posiciones en una época en que muchos todavía callaban:

Viene desde otras nubes: triste y alta.
Vuela como quien baila, sin trabajo.
Es muy pequeño el mundo de aquí abajo:
Se muda para el aire que le falta.

Nunca le falta el valor a la rebelde matancera que canta al asalto del Cuartel Goicuría apenas este ocurre y que a fines de 1957 escribe su “Canto a Fidel” y lo envía de forma clandestina a la Sierra, de modo que muchos lo recordarán declamado por Violeta Casals en la inauguración de la emisora del III Frente Oriental. Carilda es ese rostro hermosísimo que reproduce la revista Bohemia en una de sus primeras ediciones tras el triunfo revolucionario, porque ella fue una de las voces más frescas y audaces que apostara por el cambio contra todo riesgo.

Tampoco le faltó el valor en años de olvido, no se dejó caer en las rutinas, ni se adhirió a la mediocridad de sus enemigos de siempre. La casa de Calzada de Tirry 81 ha sabido muchas veces de lágrimas, de desgarramientos personales, de soledades, pero jamás de claudicaciones. De los años difíciles salió la escritora más alta, más joven, más atrevida. Por ello su nombre siempre se escribe con letras de entusiasmo.

“Carilda Oliver Labra es ante todo una mujer excepcional que algunos días escribe versos”.

Como sucede con los grandes poetas, su escritura va a contrapelo de las fechas. Sigo resistiéndome a creer que un poema como “Me desordeno, amor, me desordeno” fuera escrito en 1946 —es decir que cuenta ya con 68 años— o que ella pudiera, en un lejanísimo 1945, del que casi todo está olvidado, sentarse y comenzar a escribir: “Muchacho loco: cuando me miras/ solemnemente de arriba abajo…”. Cosas del talento y la sabiduría, gran parte de su obra es de una frescura tal que si los críticos y profesores la olvidaran, habría todo un pueblo para recordarla.

Harto se ha repetido que es Carilda una de las figuras más notables de nuestro neorromanticismo, que ella trajo a la escritura femenina un desenfado, un caer de velos, una audacia que no se esperaban. Es cierto y más aún, diría que esos bríos no sólo eran un desafío a los ánimos más puritanos, sino que detrás de ellos había toda una intención de reforma —o mejor, de revolución— social, basta con leer su soneto “La divorciada” o “Al niño que vende berro”.

“Mi oficio no es cazar las mariposas / sino rendir de amor alguna fiera”.

Lo que apenas se ha dicho es que ella no es solo una autora erótica o en última instancia, que el Eros la ha conducido por otros caminos. Y pocos se han fijado, por ejemplo, que es además, una de las grandes autoras de elegías del siglo XX, junto a Emilio Ballagas y Nicolás Guillén, y no sólo pienso en esos textos delicadísimos que son “Elegía por Mercedes” y “La vecina muerta” —texto este último donde se adivina la influencia de un poeta camagüeyano muy olvidado, Felipe Pichardo Moya— sino, sobre todo, esos poemas desgarradores, que le arrancan las pérdidas más cercanas, hablo de “Madre mía que estás en una carta”, “Sonetos a mi padre” o “En vez de lágrima”, del que me atrevo a citar la última parte:

Nos veremos —dijiste— y tu recado
de poeta infeliz, tonto profundo,
me condena a buscar en otro mundo
ese sueño de ayer que no ha pasado.
¿Fue una cita final o fue un aroma
que me sigue cuidando las entrañas?
¿Fue este poco de fe con que me bañas;
fue, mi hermano de todo, alguna broma?
Ya no tienes la fístula terrible,
ya no tienes soriasis ni efisema
ni neurosis ni polio ni agonía.
Ya eres lejos, memoria, no imposible.
Estás sano en la gloria del poema.
Hugo Ania Mercier: yo te quería.

Esa voz quevedesca, ese desgarramiento que va más allá de cualquier filiación literaria, de cualquier procedimiento poético, es uno de los grandes méritos de Carilda y esos textos la inscribirían definitivamente en la literatura cubana aunque no hubiera escrito otros.

“Lo que apenas se ha dicho es que ella no es solo una autora erótica o en última instancia, que el Eros la ha conducido por otros caminos”.

Habría mucho que decir en este aniversario: que en su obra están los ecos de lo mejor de la letras insulares del siglo XX, que en sus primeros textos están las huellas de este postmodernismo que algunos menospreciaron y que en realidad fue en muchas cosas el mejor preludio de nuestras vanguardias, que le fueron familiares Emilio Ballagas y Dulce María Loynaz, que aquí y allá andan las sombras tutelares de Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral, pero que entre tantos caminos, ella encontró sin vacilaciones el propio. Que su escritura no se ancló en un solo modo y por eso, en los años 60 se abrió al conversacionalismo, a los juegos de la “antipoesía”, sin perder jamás el rumbo, mas uno de sus sellos ha sido siempre la maravillosa fluidez con que es capaz de trabajar la décima o el soneto. Pero dejemos a los críticos hacer su labor en paz.

Lo esencial es que está Carilda entre nosotros, viva y actuante, en otro siglo, cuyo cuello espera doblegar como hizo con el pasado y como hace 40 o 50 años, ella sigue lanzando los dados segura de su suerte. Digámoslo con su propia voz:

Pongo otros dados en la misma suerte
y no me importa el hambre del camino;
asumo su misterio y lo ilumino
con este corazón que atiza muerte.
Es tarde para todo, mas quisiera
hallar deslumbramiento en tantas cosas.
Mi oficio no es cazar las mariposas
sino rendir de amor alguna fiera.
Me ocupo de los huesos inmortales.
Aunque combato poderosos males
ni luz me trata ni dolor me arredra.
Sigo de pie, y cuanto el viento arrasa
es mi sed de vivir, mi propia casa
que oculta su temblor bajo la piedra.


 Publicado originalmente en el Número 686, julio del 2014.