Durante los días 7 y 8 visité Trinidad como parte del jurado del XXXIII Coloquio de la Cultura Trinitaria; evento efectuado en la sede del Museo Nacional de Lucha contra Bandidos. Este contexto me ofreció la cercanía a la doctora Alicia García Santana, una verdadera autoridad en temas histórico-patrimoniales.

En esas dos intensas jornadas, de verdadero aprendizaje, escuché y disfruté de las intervenciones de esta mujer, una auténtica cátedra, una estudiosa acuciosa y tenaz, y una investigadora profunda. No por gusto ha sido distinguida, entre otros muchos reconocimientos, con el Premio Nacional de Patrimonio correspondiente al año 2019, y es Miembro de Honor de la Academia de Ciencias de Cuba.

Alicia García Santana, notable ensayista, investigadora e historiadora cubana. Fotos: Estrella Díaz.

Conversar con ella es un gusto: sencillez al explicar y domino total de cuanto tema aborde. Este fue nuestro diálogo, exclusivo para La Jiribilla.

Tempranamente, desde sus estudios universitarios, allá por 1970, ya usted había centrado su mirada en Trinidad, ¿por qué esta ciudad?

Primero tendría que hacer una aclaración: no soy historiadora como tal, sino literata. Estudié Literatura y me especialicé en Lenguas y Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad Central de las Villas. Iba a ser literata: en ese entonces era instructor no graduado —en el caso de lingüística general— y a eso pensaba dedicar mi vida.

Tenía los antecedentes de Trinidad, por supuesto. Trinidad siempre es una presencia que impacta sobre cualquiera que viva aquí o que transite por estas calles, debido a la singularidad de la ciudad. Cuando estaba en el quinto año de la carrera, llegó a Trinidad el doctor Francisco Prat Puig, profesor de la Universidad de Oriente —catalán radicado en Cuba una vez concluida la Guerra Civil Española—, mi maestro.

Él llegó a la universidad con sus alumnos, porque organizaba un viaje por toda la Isla para mostrarle a sus discípulos cuestiones relacionadas con el patrimonio. Una compañera de estudios, Lidia Martín Brito —actual profesora de la Universidad de Cienfuegos; una autoridad, una persona muy distinguida en estos temas— me dijo: “Ali, ven para que conozcas al profesor”. Y así conocí a Prat, quien nos invitó al recorrido y a continuar junto a él por Remedios, Matanzas, Cárdenas, Sagua la Grande y La Habana.

Cuando regresé de ese viaje me dije: “No sé muy bien de lo que él está hablando. No entiendo una sola palabra. No sé lo que es un alfarje ni cómo funciona un museo… No sé nada de eso, pero a eso me voy a dedicar”. Cambié así de carrera y modifiqué la tesis, a pesar de que la universidad no quería, pero ante mi insistencia finalmente aceptaron. Realicé mi tesis sobre Trinidad y el tutor fue el maestro Prat. Desde entonces y hasta hoy Trinidad es objeto de estudio.

Lo anterior demuestra cuán importantes son la pedagogía y la figura del maestro, y cómo puede influir un profesor en las vocaciones de sus alumnos… 

Indudablemente los maestros son un referente importantísimo en la formación vocacional. En mi caso, el hecho de contar desde muy joven con una visión de Trinidad y con la apertura que aquel hombre hizo de los valores extraordinarios de esta ciudad influyó en mi inclinación hacia este tema.

“Esa es la noción de país: amor a lo que te rodea, a tu nación, a tu patria, a tu gente, en fin, a tu historia”.

En un inicio hice la tesis con Prat, pero no soy arqueóloga, sino historiadora, porque en la Universidad Central nos formaron como historiadores, a pesar de que la literatura era la especialidad. No me interesaba la voluta por la voluta; lo que interesa es la voluta como testimonio de historia, o sea, ese valor arqueológico: el valor del testimonio material de un proceso histórico.

Eso lo vine a aprender con otros maestros que llegaron a mi vida, como Manolo Bécquer y la doctora Zoila Lapique, que fue la persona que me introdujo directamente en el caudal de la bibliografía clásica cubana (eso no lo imparten en la carrera, sino que se estudia luego). Además contribuyeron a mi formación otros especialistas que conocí en el Archivo Nacional y que me ayudaron a trabajar con los documentos, lo cual es también una especialidad. Una vez que uní el documento con la ciudad, una vez que todo esto se hizo historia, me involucré con estos temas hasta el día de hoy.

¿Por qué esa vocación y esa entrega? ¿Por qué tanto esfuerzo de su parte para que todos entendamos qué es el patrimonio y para qué sirve?

Ello se debe a la formación familiar y profesional. La cultura está unida a esa noción esencial que se llama identidad, y la identidad no es más que ser lo que eres dentro de un contexto más amplio, y comprender aquello que tú pusiste en ese proceso. En otras palabras, es un proceso de reafirmación: es una conciencia de sí que refuerza y reafirma al individuo en su existencia y en su historicidad. Por supuesto, una vez que entiendes eso —como filosofía— inmediatamente tratas que no se pierdan, que se conserven, que se mantengan esos elementos simbólicos que representan la identidad nacional. Es importantísimo. Si no te reconoces en el medio —desde mi punto de vista, ya que pertenezco a una generación en la que estos valores están muy afincados—, todo pierde sentido. Ese reconocimiento empieza por lo más sencillo: por el reconocimiento a tu propia casa, tu familia, tus vecinos, el lugar donde habitas, el sitio por donde caminas… Esa es la noción de país: amor a lo que te rodea, a tu nación, a tu patria, a tu gente, en fin, a tu historia.

“La cultura está unida a esa noción esencial que se llama identidad”.

Hace un rato la escuché entrelazar tres palabras: amor, estudio y unidad.

¡Por supuesto, amor, estudio y unidad! Hay una inmensa dosis de amor en todo esto que estoy diciendo. Solamente conservas lo que quieres, lo que aprecias, aquello a lo que has dado una determinada significación, incluso en el espacio de tu casa.

Es probable que en tu casa tengas un florero que no tiene la menor significación material, sin embargo, puede que posea una alta significación espiritual, pues tal vez perteneció a una persona querida. Entonces cuidas ese florero y lo proteges para que nadie lo rompa. Uno conserva y mantiene lo que ama, por lo tanto, es necesario amar para conservar.

La pregunta es: ¿Cómo logras —más allá de los especialistas— que surja ese amor? Pues a través de todos los medios que tenemos, los cuales, a veces, no son explotados. Los que trabajamos el patrimonio debemos realizar una labor constante de reafirmación de los símbolos dondequiera que sean identificados, ya sea mediante publicaciones o trabajos de conservación. Algo no hemos hecho bien cuando preguntas a los jóvenes sobre las personalidades y próceres de su localidad y ni siquiera los conocen. Es un grave error, porque esas personalidades constituyen un linaje: el linaje de un pueblo, el linaje de una nación; necesario para enfrentar los malos y los buenos tiempos.

“Uno conserva y mantiene lo que ama, por lo tanto, es necesario amar para conservar”.

¿Cómo lograrlo? 

Es una labor colectiva. La investigación es una labor de amor: hay que identificar con claridad cuáles son esos símbolos, esos valores y esos elementos distintivos. No hay que ser un gran especialista para saber que determinadas cosas no se pueden perder.

“Debemos realizar una labor constante de reafirmación de los símbolos”.

Nosotros tenemos en el país —y sobre todo en lugares como Trinidad— un peligro muy grande: la ciudad, de pronto, se ha visto expuesta a un uso turístico muy intenso. Ese uso turístico exige, por supuesto, acondicionar de determinada manera la ciudad, y en ese afán se pueden cometer grandísimos errores, entre ellos, transformaciones que van en contra de la esencia y la significación de la ciudad de Trinidad. Esto no lo podemos permitir. He ahí la batalla más difícil.

Es una batalla nacional, porque esos fenómenos se dan en todo el país…

Exactamente, es una batalla nacional. Un turista va a la playa, pero también va a la ciudad histórica —por ejemplo, al centro histórico de la Habana Vieja o de Trinidad— buscando las raíces y la historia, por tanto, no podemos modificar, de ninguna manera, aquellos elementos que sostienen esa historia. No tiene sentido.

“La investigación es una labor de amor”.

¿Qué considera que puede mostrarle Trinidad al mundo? 

Esa pregunta puede tener varias escalas de profundidad. La primera escala es un impacto ambiental y paisajístico. Es decir, la ciudad histórica —me refiero al casco histórico, porque la periferia ha sido, por desgracia, seriamente lesionada— mantiene las relaciones volumétricas, de diseño, de color, de texturas, de espacio urbano —hablo de calles, plazas y edificios emblemáticos que conforman la estructura urbana. Ello, a su vez, está relacionado con un paisaje que no ha sido seriamente antropizado: lo ha sido en alguna medida, pero no del todo. Por ejemplo, cuando vas caminando por la calle Amargura y miras hacia el occidente cubano percibes las montañas de Guamuhaya tal cual son. Y si desde la calle Boca miras hacia el sur, verás el mar. Existe una relación entre el contexto natural, la ciudad histórica y el ambiente físico realmente impactante.

El otro aspecto asombroso es la vivencia de la ciudad: sus tradiciones, la manera de ser del trinitario, sus costumbres artesanales, musicales, gastronómicas, etc., lo cual te llega de manera directa.

“La ciudad, de pronto, se ha visto expuesta a un uso turístico muy intenso”.

Ya los especialistas nos sumergimos en asuntos más profundos. Hay una unicidad dentro de esta arquitectura que recibe el impacto que nos viene de todo el proceso de evolución de los modelos españoles; transformados y adaptados a una circunstancia geográfica y social diferente. Ello va creando patrones nuevos del modelo de casa-patio, el cual recibimos de España. En el siglo XIX, mientras el resto de Hispanoamérica estaba inmerso en las guerras de independencia, nosotros abrimos el país (no estoy enjuiciando, solo explico lo que pasó). Es decir, nos abrimos al mundo a través del comercio del azúcar, el café y otros productos de las plantaciones, y comenzó un intercambio riquísimo con las culturas de la región del Caribe, con los franceses, los ingleses, los norteamericanos, etc. Todo ello propició también un mestizaje cultural. Influencias que llegan y que actúan sobre la casa cubana, que no son hispánicas —no vienen por el lado de España— y que en Trinidad tienen clarísimos exponentes.

De ese proceso de intercambios y contaminación cultural van a nacer cualidades nuevas, que ya son propias, ya son cubanas. No son, exactamente, ni las que heredamos de España ni las que vinieron, por  ejemplo, de Francia. Ya eso se creó aquí y, como decía el sabio Don Fernando Ortiz, ese ajiaco se hizo a la manera de nosotros.

“El otro aspecto asombroso es la vivencia de la ciudad: sus tradiciones, la manera de ser del trinitario, sus costumbres”.

Es preciso proteger lo que somos hoy; no podemos perderlo bajo ningún concepto. Cuando veo alguna modificación de esos elementos que a través de la historia se constituyeron, se armaron, se hicieron… ¡Ay, cuánto sufro! Y se sufre físicamente, porque un pueblo no puede, de ninguna manera, perder ciertos aspectos. A veces, en un afán de modernidad muy mal entendido, destruimos cosas casi sagradas.

En el caso de Trinidad, ¿cree usted que seremos los suficientemente capaces de explotar —en el mejor sentido— las bellezas que regala la ciudad y, a la misma vez, protegerla, preservarla y mantenerla? 

Es un reto muy difícil al que se han enfrentado, y se enfrentan, distintas ciudades del mundo. En lo personal, aspiro y espero que así sea —nunca perderé la esperanza ni dejaré de luchar, al menos en lo que me corresponde.

Sin embargo, mi generación se va. Eso está claro también. Es por ello que dedico gran parte de mi vida a escribir y dar clases. Es lo mejor que puedo hacer: formar; dejar por escrito determinadas conclusiones, valoraciones y pistas, para que otros continúen la labor. Estos trabajos e investigaciones son de generaciones: cada generación aporta un poquito. Hay que dar clases a las personas jóvenes que tienen interés y potencialidad, porque ellos son los que van a conducir ese trabajo. La esperanza no la podemos perder, pero el reto es muy duro.

“Dedico gran parte de mi vida a escribir y dar clases”.

Es algo muy complicado: se llama subdesarrollo y nos afecta. Te voy a ejemplificar mejor. En una ocasión visité Nueva Orleans —esa parte del sur, toda la parte hispánica, la he estudiado mucho—; esa ciudad norteamericana es una verdadera joya, totalmente conservada: es una Trinidad. Cuando pregunté a los especialistas del lugar cuáles eran los manejos, los planes y las regulaciones que ellos tenían implantados para mantener tan bien ese sitio, los americanos —muy pragmáticos— me miraron de canto, como extrañados, y me respondieron: “Sí, señora, tenemos toda una serie de legislaciones y medidas, pero aquí es muy sencillo. Nosotros vivimos de lo viejo, a nadie se le ocurre modificar lo viejo, esta es una ciudad turística”. Esa enseñanza es la que tenemos que aprender.

Cuando la escucho hablar con tanta vehemencia, no dejo de recordar al doctor Eusebio Leal, que con tanta pasión defendió La Habana. ¿Usted defendería a La Habana con la misma pasión que Leal?

¡Ese hombre era un maestro! Y sí, la defiendo igual que a Trinidad. La Habana es una absoluta joya y un gran orgullo nacional. Es un privilegio tener esa ciudad, que es, quizás, la única en toda la región que posee expresiones de la transitoriedad histórica, que va desde el siglo XVI hasta nuestros días. ¿Dónde se puede encontrar una igual en toda Hispanoamérica? No existe: eso solo le corresponde a La Habana. Por eso Leal la defendió tanto y luchó con uñas y dientes por ella. Él creó un equipo muy bueno, y espero que esa semilla que él sembró no se pierda.

“Trinidad requiere, además, una labor de incorporación de la población”.

La Habana tiene otra fuerza, pero Trinidad necesita fuerzas nacionales. Conozco que hoy en día hay una tendencia a lo local, y estoy absolutamente de acuerdo con eso. Pero la importancia de Trinidad es tal y la fragilidad de la ciudad es tan grande —la pequeñez de los recursos es tal—, que Trinidad necesita urgentemente apoyo nacional. Hay que hacer algo para apoyar a las estructuras locales y ofrecer a Trinidad lo que la ciudad necesita.

¿A qué tipo de apoyos se refiere?  

Apoyo financiero, de intelectuales, de estudios, de cursos, de posgrados, de formación, metodológicos… Apoyos de todo tipo. Trinidad requiere, además, una labor de incorporación de la población. La población no se puede ver, de ninguna manera, como un enemigo. Lo que ha sucedido es que los trinitarios, en su afán de modernidad, han cometido excesos. La población tiene que ser una aliada, pero para eso hay que realizar una tremenda labor de conquista. Los trinitarios tienen que sentirse parte: ellos no pueden quedar afuera y observar lo que se hace, sino integrarse. Hay que unir a la familia trinitaria. Esa sería para mí la tarea número uno de esta ciudad. ¡Ojalá tuviera hoy veinte años!

Usted, junto a Víctor Echenagusía y Silvia Teresita Angelbello Izquierdo, hicieron en los años 70 una impresionante labor de rescate aquí, en Trinidad.

¡Éramos un equipo! Por eso insisto mucho en el trabajo colectivo. En aquel entonces trabajábamos directamente con los obreros, con los albañiles, a pie de obra. Nadie era —ni se sentía— personalidad. Éramos uno solo, como una mano, y todos los dedos eran importantes y contaban.

16
1