Por estos días de feria del libro en que ya uno puede escoger y descartar, por múltiples motivos, qué llevarse a casa, encontré un estudio sobre las primeras escrituras de Alfonso Reyes que no pude incorporar a mi biblioteca. Había gastado el presupuesto destinado al pabellón de México. Sin embargo, leí en las palabras de contracubierta una suerte de invitación aclaratoria en la que se le recordaba al probable comprador que Reyes había sido desde sus inicios un polígrafo con voluntad sistemática, aun cuando colaborase con numerosos artículos para revistas y periódicos, los que luego conformarían un cuerpo harto atendible dentro de sus obras completas.

“Si un ensayista no parte de saber mirar con curiosidad y sorpresa, no le acompañará la gracia de la revelación”.

El texto sobre el gran escritor hispanoamericano me remontó a otro sobre el no menos importante e influyente José Ortega y Gasset, en el cual se plantea todo lo contrario, pues el madrileño concibió muchos de sus volúmenes a partir de esos artículos y conferencias que fue escribiendo desde joven. Aunque para Ortega el pensar sistemático es filosófico, su obra ensayística se erige sobre lo fragmentario. Esa ristra textual, dispersa y a ratos sobre variaciones de los temas que más le interesaron a un autor tan prolífico como él, compuso una valiosa obra reflexiva, amén de sus ganancias expresivas celebradas por autores tan disímiles e indiscutiblemente ciertas. Carpentier decía que Ortega y Gasset era mejor escritor que filósofo. Y le echó en cara ese empeño, heredado de la Generación del 98, de ensayar de cualquier cosa.

Resulta que todo lo anterior me remite a Roberto Méndez Martínez, un escritor que ensaya de lo que le viene en gana y puede ser tan fragmentario como sistemático si de escritura reflexiva se trata. Una vez le escuché a alguien decir que Roberto escribía mucho, que lo mismo colaboraba para revistas tan distintas y distantes como Palabra Nueva y La Jiribilla; que era dado a resucitar figuras olvidadas del pasado republicano y, para colmo, de la colonia. Como si Heredia, La Avellaneda y Plácido, por ejemplo, estuvieran en el olvido. Lo de Méndez Martínez investigador y ensayista, desde su condición específica y complementaria de poeta y narrador, es en rigor un atender y extender el hecho de mirar diferente que, con posterioridad, consigue derivarse en el acto escritural. Si un ensayista no parte de saber mirar con curiosidad y sorpresa, no le acompañará la gracia de la revelación. Se doblega pronto al señorío peligroso por contraproducente de cuanto convoca en su escritura. Las asiduas citas, por ejemplo, pudieran marchitar de inmediato el cultivo personal. Roberto, que es académico con todo lo que comprende el término, es la mar de creativo al desarrollar un nuevo enfoque de algo o alguien con esa destreza y placer que se le pide a la aventura de ensayar. Porque cuando el ensayo se ampara en imposiciones genéricas al uso o bajo la autoría ajena, está negando sus horizontes de expectativas, donde el riesgo y la libertad y no el testimonio fidedigno y el consorcio de otras voces que no sea el de la propia conquista escritural, son sus refuerzos cardinales y continuos.

Roberto Méndez “(…) es la mar de creativo al desarrollar un nuevo enfoque de algo o alguien con esa destreza y placer que se le pide a la aventura de ensayar”. Foto: Tomada de Letralia

Con El tiempo dorado por el Nilo. Otra lectura de José Lezama Lima (Ediciones Capiro, 2021), libro que obtuviera el V Premio Internacional de Ensayo “Mariano Picón Salas” (2011) y fuera publicado por primera vez en Venezuela, la Editorial Capiro publica a un autor imprescindible que dialoga con la obra de un clásico que mantiene su naturaleza misteriosa y compleja. Lezama es difícil y se precisa adentrarse en su orbe con disímiles lecturas previas o de la mano de escritores puentes que no paran, por fortuna, hasta facilitar al lector el abrir puertas, muchas puertas, que es el caso de Roberto Méndez Martínez, según argumento en el prólogo. A propósito, siempre quise prologarlo. Él lo sabía y hasta me llegó a decir: “No todos los sueños se cumplen”. Pero me concedió tamaño privilegio. He aquí un libro sobre Lezama para estudiar y ser uno motivado a indagar por primera vez o releer a ese poeta, narrador y ensayista intrigante y atractivo que es aún el viajero inmóvil de Trocadero. No debería enmarcarse a secas en bibliografía pasiva un libro como El tiempo dorado por el Nilo.

Mención no tan aparte —porque cualquier libro es, en principio, obra de voluntades armónicas— merece el equipo conformado por Bienvenido Corcho Tavío en el diseño interior, Yamilé Pérez García en la corrección, Antonio Gómez Santiago en su esmerado diseño de cubierta, donde tuvo a bien acoger la sugerencia de Yandrey Lay en cuanto a considerar Dánae (1907), de Gustav Klimt, para la hermosa cubierta amarilla que evoca el dorado. El libro como objeto impreso se enriquece esta vez con las palabras de contracubierta de Geovannys Manso Sendán. El trabajo de edición de Yandrey Lay ha sido minucioso y aportador. He aquí un libro para releer y conservar, agradecer y premiar por muchas razones.

A Roberto lo leo desde que era estudiante de Historia del arte. Recuerdo mucho sus ensayos en revistas sobre las poéticas disímiles de los miembros de Orígenes, sus críticas de artes plásticas, los artículos acerca de mi queridísima María Zambrano, su libro Castillo interior, uno de mis preferidos, siendo con formidable tino una compilación ensayística, a diferencia de Otra mirada a la peregrina o Plácido y el laberinto de la ilustración. Nos comparte ahora una visión de conjunto acerca de un creador insaciable, enemigo de las fronteras. Lezama llegaría a sentir una obsesión por la cultura mundial. Le tributaría un excesivo amor. ¿No es esta también una de las cualidades bien ganadas de Roberto Méndez Martínez?

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