Estrellas de Areito: nace una leyenda

Emir García Meralla
11/6/2019

El año 1979 traería más sorpresas y novedades a lo interno del mundo de la música cubana. Para fines de ese año la Egrem se involucraría en una de sus mayores y, para ese entonces, aventura discográfica a pedido de uno de sus distribuidores internacionales: Raoul Diomandé, un costamarfileño radicado en París.

Estrellas de Areito. Foto: Cubarte
 

Medardo Montero, quien había pasado de ser uno de los mejores grabadores a director general de la Egrem en esos momentos (lo sería hasta fines de los años ochenta); no pone reparos a la idea de hacer un disco desde Cuba que compita en calidad y originalidad musical con las Estrellas de Fania que, meses antes, habían pasado por La Habana como parte del Habana Jam, y que para ese entonces era “la universidad de la música afroantillana” no solo en el continente, sino en otras partes del mundo.

No era un secreto el hecho de que la música de parte de las figuras importantes de la salsa ya era conocida en toda Cuba, fundamentalmente en la zona oriental, donde las frecuencias radiales de República Dominicana y de Puerto Rico se podían escuchar con nitidez. Agreguemos a ello que desde el año 1973 ya Eduardo Rosillo, en el programa Discoteca Popular, de Radio Progreso, transmitía temas de algunas agrupaciones musicales que trabajaban en esa órbita, y lo mismo hacía Radio Liberación —aunque en menor escala—; no se debe olvidar que tras el concierto fundacional de la Fania como orquesta, ocurrido en la discoteca Cheetah, en pleno centro del “barrio latino de New York en 1971”, los temas compuestos por compositores cubanos ya comenzaban a formar parte del repertorio de esta agrupación; fundamentalmente El niche (Ajá bibi) del violinista Félix Reina. Y como complemento la orquesta Aragón se había presentado en diversos países de América Latina funcionando como elemento bidireccional dentro de los pocos —para no decir escasos— intercambios entre músicos cubanos residentes en el exterior y las estrellas de la música latina de ese momento.

Medardo Montero deja en manos del trombonista Juan Pablo Torres la tarea de seleccionar y reunir a un grupo de músicos para conformar una orquesta que represente a la empresa discográfica. Y aquí hay un detalle que llama la atención. Desde comienzos de los años setenta, los grandes productores musicales de la Egrem son Rafael Somavilla, Rolando Baró, Joaquín Mendivel, Adolfo Guzmán y Adolfo Fermín Pichardo. Guzmán y Somavilla fallecieron a mediados y final de la década; sin embargo, para ese tiempo, ya el nombre de Tony Taño comenzaba a destacar en ese campo; por lo que a muchos directores de orquesta consagrados en aquel entonces sorprendió que la dirección de tan importante propuesta creativa recayera en Juan Pablo Torres, quien comenzaba su carrera como productor musical; aunque ya había abandonado su atril en la Orquesta Cubana de Música Moderna y fundado su grupo Algo Nuevo.

Juan Pablo —considerado uno de los grandes trombonistas cubanos de todos los tiempos— hace coincidir en el proyecto instrumentistas de varias generaciones y trayectorias, que van desde violinistas como Rafael Lay o Félix Reina, hasta pianistas como William Rubalcaba. Y por si ello no bastara, diseña musicalmente un recorrido por todos los géneros y formatos más importantes de la música cubana conocidos hasta entonces.

Conformada la orquesta y escrita la música, llegaba la hora de entrar en los estudios de grabación de la Egrem en la calle San Miguel, en el centro de La Habana. Estos estudios contaban con una combinación de tecnología de los años cincuenta y de la creada en el este de Europa —fundamentalmente de la antigua RDA— y algunos aportes japoneses; por lo que lograr combinar dos formatos tecnológicos no compatibles en muchos aspectos era toda una acción heroica que los grabadores de la empresa (los nombres de Tony López, Jersy Bell, Julio Rollof, que además era músico, Medardo Montero, entre otros, son parte importante de la historia por contar de la música cubana de la segunda mitad del siglo XX) realizaron por años logrando resultados bastante dignos. Qué mejor espacio para grabar que el Estudio 101, cuyo mito crecerá con los años. Las fechas de grabación transcurrirían entre los meses de octubre y noviembre de ese año 1979.

Las sesiones aportaron material para poder confeccionar cinco placas en formato estéreo y, a comienzos del año 1980, los discos estaban listos para salir al mercado cubano y, de ser posible, distribuirlo por medio de Diomandé en parte de Europa y África. Sin embargo, la vida no siempre es directamente proporcional al reino de los sueños e ideas, o no siempre coincide con las aspiraciones de los hombres.

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