Me he ido a vomitar al borde de los orinales, al borde de los aeropuertos, al borde de los libros autografiados, al borde de las estrellas de mar, al borde de mi sábana. Las despedidas son estrías, son surcos, son quebradas.

Cántalo: “Es un pedazo del alma que se arranca sin piedad”.

Cuando A. me anunció que se iba ―que se iba para siempre―, se escapó la poesía, se me secó la voz. Cuando supe que B. también, me sujeté de un árbol antes de desplomarme. Son sangre de mi sangre, espíritu de mi espíritu. Y cuando comenzó el desfile de letras, ya no supe que hacer, me sentí volando con piloto automático, incapaz de tomar el timón.

Quedarse es una forma de partir. ¿A quien tiene raíz, le faltan alas? ¿Quien vuela, no lleva el polvo materno bajo sus pies?

“Las despedidas son estrías, son surcos, son quebradas”. Imagen: Tomada del perfil de Instagram de Alejandro Basulto

Los cubanos no inventamos la diáspora. El planeta creció, el ser humano se extendió dejando sus rincones, cruzando mares ignotos. Buscó oportunidades, desafió límites, probó nuevas ideas. Lo hizo y lo sigue haciendo, en este mundo desigual, donde muchas capitales, cultas y céntricas, se forjaron sobre el saqueo de otras tierras, de otros seres humanos considerados descartables.

“Quedarse es una forma de partir. ¿A quien tiene raíz, le faltan alas? ¿Quien vuela, no lleva el polvo materno bajo sus pies?”

Las Antillas son diaspóricas por antonomasia, pero saberlo no alivia. Hay una infinita historia de dolor detrás. Las islas del corazón ―virginales, entrañables, únicas, misteriosas―, son nuestro rompecabezas. Si falta una pieza, es imposible componerlo.

Los gritos no gritados están en la argamasa y los ladrillos, en la rama de los árboles y en la cresta de la ola, en el choque de copas y en la sonrisa maquillada, en las antiguas fotos y en los destellos digitales, en los parques vacíos y en las nuevas luminarias.

Los gritos están en el silencio, sobre todo, en el silencio.

“Los gritos están en el silencio, sobre todo, en el silencio”. Imagen: Tomada del perfil de Instagram de Alejandro Basulto

Aquello que está en lo íntimo acaba imponiéndose a lo que se proclama a voz en cuello. La felicidad no se puede inventar. La felicidad no tiene fronteras: ni raciales, ni sexuales, ni etarias, ni geográficas, ni ideológicas. La felicidad es un concepto esencialmente humano, cada persona va en busca de la suya.

“(…) Si crees que es hora / no te detenga el raso de la tarde / ni la lluvia cayendo en la alta noche / ni la flor por cuajar (…)”, escribió Dulce María Loynaz, Premio Cervantes (1992), quien decidió correr la misma suerte de su país, en el júbilo, el insilio y la resurrección.

“(…) La felicidad es un concepto esencialmente humano, cada persona va en busca de la suya”.

Las preguntas llegan un día desde cualquier parte, impenitentes, resonadoras. Llegan en las mañanas de la ausencia, en las fechas del abrazo roto, en “los infinitos domingos”, como escribe Arístides Vega Chapú. ¿Dónde están aquellos que no están? ¿Por qué cosa me rompo hasta la vida? ¿Qué es la vida? 

“Un mar entre los bordes de mi herida”

Fernando Martínez Heredia (1939-2017), una de las voces más altas del pensamiento cubano de los últimos años ―Premio Nacional de Ciencias Sociales, 2006 y Premio Nacional de Investigación Cultural, 2015― expone sus razones en el volumen El ejercicio de pensar (Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, 2010):

El país sigue erguido, en la defensa perenne de su soberanía y su organización basada en un gobierno de justicia social, pero existe un malestar sordo, relacionado con las carencias materiales y de servicios que se sufren (…) Y no se reduce el descontento a esas carencias, sino a una gama muy amplia y variada de deficiencias y situaciones que ya van resultando insoportables.

Es lícito construir un país mejor, tenemos que soñarlo; mas no podemos solapar la sociedad que tenemos en la sociedad que queremos. No es posible asistir impávidos a la riada de emigrantes, ni dejar de analizar las causas que la motivan ―materiales y espirituales―, acabar de discernir aquellas que provienen de un bloqueo feroz impuesto desde el Norte, y otras tantas, que responden a nuestras “excrecencias propias”, en los términos de otro filósofo de punta, Joel James.

“Es lícito construir un país mejor, tenemos que soñarlo; mas no podemos solapar la sociedad que tenemos en la sociedad que queremos”.

La poeta y recitadora Pura del Prado (Santiago de Cuba, 1931-Miami, 1996), definió en sus versos, esa bienvenida, ese renunciamiento, ese pie entre dos mundos: “Entre angustias y dicha dividida / acá mi nido, allá mi procedencia / un mar entre los bordes de mi herida / una orilla de amor y otra de ausencia”.

“(…) un mar entre los bordes de mi herida (…)”. Imagen: Elio Mirand / Archivo Alma Mater

Es en el día a día ―en los heroísmos de ocasión, en las cotidianas batallas― donde se forja el amor a un lugar, donde se cobra conciencia de pertenecer a una nación, a ese conjunto de personas con aspiraciones y destinos comunes. La patria es su gente. “No es el amor ridículo a la tierra, / Ni a la yerba que pisan nuestras plantas”, decía Martí. “Es el odio invencible a quien la oprime, / Es el rencor eterno a quien la ataca”.

Cada partida, es una sacudida.

Mi amiga K. se va, mi amigo O., también. El alfabeto se desangra. Se van dejando historias, dejando muchas cosas, pero no a Cuba. Ella permanece sobreviviente, íntima. Aquí y allá. Cuba, en su eterno vuelo, sujetando a sus hijos, cargada por ellos, como dijera Virgilio “hasta saber el peso de su isla; / el peso de una isla en el amor de un pueblo”.

“Cada partida, es una sacudida”.

Tomado de Alma Mater

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