Estudios de música popular: visiones y sonoridades desde Cuba

Liliana Molina Carbonell
18/3/2016
Foto: Yen Cordero

En las rutas imprescindibles que ha trazado la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular (IASPM), existen itinerarios que remiten permanentemente a Cuba. Desde Casa de las Américas se proyectó, en 1994, el empeño ineludible de crear una rama latinoamericana de la organización y ampliar el corpus de investigaciones sobre la geografía sonora del continente. Luego, dos de los Congresos de IASPM han tenido a La Habana como sede, justo con una década de diferencia: primero en 2006 y, hace apenas una semana, durante la decimoquinta edición del Premio de Musicología.


 

No sorprende, entonces, cuando la investigadora cubana Liliana González —miembro de la directiva de esta asociación entre 2004 y 2008— asegura que la Isla posee vínculos con IASPM de una medular trascendencia. “Cuba tiene un significado importante para esta organización”, señala. “Y, en ese sentido, Casa de las Américas ha sido fundamental”.

El espacio de encuentro que generó este año el XII Congreso de la rama latinoamericana reunió a cerca de 200 estudiosos de las músicas populares, a partir de un intenso programa académico organizado en cuatro ejes temáticos y 12 simposios. La diversidad de aproximaciones a los paisajes sonoros de la región y el crecimiento sostenido de su membresía, apuntan a una comunidad de saberes en ascenso, capaz de revisitar sus prácticas y definir nuevos derroteros.

“La rama latinoamericana es una de las más grandes que tiene IASPM; en este momento, sobrepasamos los 300 miembros. Uno de los núcleos más importantes está en Brasil: el Congreso de 2014 en Bahía hizo que muchos brasileños se unieran a la asociación, y hoy ese país cuenta con más de 100 estudiosos que pertenecen a la rama. De Cuba también hay una representación amplia que supera la treintena de investigadores”, explica la musicóloga, quien formó parte de los comités electoral y de lectura del evento.

¿Cuál es su valoración sobre la presencia de nuestro país dentro de la rama, y sus contribuciones a los debates e intercambios teóricos en torno a la música popular?
No más de 15 miembros están activos dentro del trabajo de IASPM, y eso debe ser un reclamo. Creo que la participación cubana es bastante pobre. Apenas tenemos visibilidad y, en nuestro caso, todavía se limita a los musicólogos. Esta es una organización multidisciplinaria, uno de sus principales logros ha sido generar el debate sobre marcos teóricos que llegan desde diferentes plataformas y perspectivas. Sin embargo, la presencia en el Congreso de otros enfoques provenientes de la Comunicación, la Sociología o la Historia, resultó prácticamente nula.

Con las listas de conversación electrónica de IASPM sucede casi lo mismo. Una de ellas es internacional: pueden intervenir todos los miembros, no importa la región ni la rama que integren. Es un universo muy rico, pues se plantean debates, preguntas de investigación, referencias teóricas, sugerencias metodológicas… La otra lista corresponde a la rama latinoamericana y tiene la misma dinámica de trabajo. Hay mucha presencia brasileña, argentina, chilena, peruana, mexicana; en cambio, a los cubanos todavía nos falta ser más participativos. A veces se plantean problemas vinculados a los estudios de música popular en Cuba y, aunque existen investigadores trabajando esas áreas, no se integran a la discusión. Pienso que ese ha sido uno de los propósitos también de este segundo Congreso: que los cubanos intervengamos más en estos debates.

¿Qué aportes reconoce en los acercamientos generados desde IASPM a la cultura musical del continente?
Los aportes son muchos y significativos. En primer lugar, crear una red de comunicación entre estudiosos de diversas nacionalidades y actualizar nuestras bibliografías a partir de lo que cada uno está generando desde su país. Hay una producción constante en materia de música popular, con muchas dificultades de financiamiento, pero que al final se logra, y está circulando por toda América Latina. Además, muchos de los problemas de investigación comunes en el área, aparecen en las actas de los congresos de IASPM, que están disponibles en el sitio web de la organización y constituyen un valioso material de consulta.

Por otro lado, se desarrollan proyectos entre investigadores que pueden dar origen a diversos libros. La publicación de esos estudios en idioma español, generados desde el continente, es una de las contribuciones inmediatas que está haciendo IASPM, pues casi toda la plataforma teórica de primer nivel se encuentra en inglés. Ciertamente, poseer bibliografía en lengua inglesa también nos hace visibles como rama y ámbito de estudio. Es lo que ha sucedido con un libro que aborda la discusión teórica del concepto de escena, y que hemos logrado colocar en una de las editoriales más importantes del mundo sobre estudios de música popular.

La posibilidad de que realmente se estén realizando congresos cada dos años; que estos sean factibles, efectivos y tengan una respuesta de participación cada vez más numerosa, también resulta fundamental, porque ya no es solo el debate a través de una lista electrónica, sino en primera persona.

Hay, además, muchos aportes locales avalados por las pautas de investigación de la rama latinoamericana. Te puedo hablar, por ejemplo, sobre un libro de la investigadora cubana Liliana Casanella dedicado a la orquesta Aragón. Este es un volumen con un planteamiento histórico interesantísimo, permeado de las discusiones teóricas que se producen al interior de IASPM latinoamericana, pero desde un estudio local. Como ese, podríamos mencionar infinitud de libros, artículos y revistas que se están haciendo en América Latina y que constituyen vasos comunicantes entre los estudios de música popular dentro del continente.

Las investigaciones que están saliendo a la luz sobre esos géneros que ahora son tradicionales —pero que fueron las músicas populares de finales del siglo XIX y principios del XX— develan otras relaciones e interconexiones entre las músicas de nuestros países en ese momento. Esto también pone en discusión, enriquece y permite reflexionar sobre la bibliografía que utilizamos, en ocasiones, como si fuera la más actualizada. Lo interesante es poder contrastar cómo fue vista una música en un determinado momento de estudio y cómo se ve ahora, a partir de una línea de pensamiento transnacional, donde los estudios no están marcados por una mirada local, sino por un transnacionalismo de investigación.

¿Cómo valora el estado actual de estos estudios? ¿En qué aspectos se advierten hoy sus problemas más acuciantes?
Creo que entre las principales limitaciones siempre están los financiamientos. Hay muchísimas iniciativas; cada vez que termina un simposio podría diseñarse un proyecto de libro que, probablemente, sería capaz de marcar pautas en los estudios de música popular. Pero el factor del financiamiento se presenta como una problemática, no solo para producir textos impresos, sino también para su circulación y distribución.

En cuanto a las temáticas, existe una amplitud grande. No pienso que sea necesario que surjan otras, sino que se preste atención a aquello que los estudiosos estamos planteando. Durante una de las mesas del Congreso, dialogábamos sobre el reggaetón en Cuba —que tanta polémica genera— y no contábamos con la participación de ninguna de las personas que hace un tiempo convocaban a la discusión de ese tema. Si no tenemos en cuenta los resultados de las investigaciones, ¿con qué recursos, criterios, fundamentaciones —que no sean unos juicios de valor muy personales— estamos hablando de la relación música-sociedad? ¿Cómo es posible que no estuvieran presentes en esa sala decanos, profesores o estudiantes de facultades de las ciencias sociales ni directivos del Ministerio de Cultura? Entonces, luego tomamos decisiones y establecemos fundamentaciones.

Los problemas son de visibilidad y no están dados por la convocatoria del evento. Los investigadores todavía no sentimos que nuestros estudios entran dentro del área de la producción. Y esto es esencial, porque son saberes que vienen de la práctica musical, y luego deberían rebotar hacia ella.

A veces se responsabiliza a la musicología por encasillamientos que se advierten en las conceptualizaciones sobre música tradicional. Sin embargo, el peor encasillamiento es el que se hace en la práctica cuando esos conceptos son utilizados para limitar el alcance que puede tener la proyección de un grupo. Si compartieran con nosotros los saberes que se producen en torno a las discusiones de tópicos como este, la manera de posicionar y de colocar ese tipo de música sería muy diferente.

Sobre el tema de la historiografía musical en específico, también hemos tratado de integrarnos a debates nacionales y no lo conseguimos. Logramos más vincular nuestros estudios de música popular a los que se generan en América Latina, que a las investigaciones realizadas por otras disciplinas en Cuba. Es como si la música no formara parte de la historia: las áreas están muy parcializadas, segmentadas.

El presidente de la rama latinoamericana de IASPM afirmaba en la inauguración del evento que este no era un congreso nostálgico, sino el inicio de una nueva era. Según su opinión, ¿cuáles son los derroteros que deberían seguir la rama y los estudios de música popular en general?
La rama latinoamericana cambia su comité ejecutivo, o directiva —como también se le conoce— cada dos años y, por supuesto, coloca personas en esa jefatura con diferentes campos de investigación, proyecciones y modos de vislumbrar el camino que aún tenemos por delante. Entonces, habrá que esperar a ver qué ocurre en estos dos años de trabajo, cómo se va a dar el próximo congreso, de qué manera se organizará, cómo se va a financiar y qué nuevos resultados vamos a exponer.

El reto es que cada nueva directiva se empeñe en buscar la manera de lograr esa visibilidad sobre la que hablaba antes, y consiga que los resultados tengan más proyección; ya no hacia el interior de la rama latinoamericana, sino hacia la comunidad de colegas de otras ramas regionales. El campo del saber tiene que ser también un campo productivo: ese es un desafío importante.