Eugenio Hernández Espinosa: la irreverencia de lo popular

José Manuel Lapeira Casas
10/2/2020

Comienza como cada mañana la vorágine literaria de la Feria Internacional del Libro de La Habana. A cada paso saltan a la vista matices distintivos del evento: en una esquina un organizador de colas protesta airado por los "colados", y los transeúntes van y vienen entre las carpas en donde las ofertas culinarias tientan los ahorros de un año, reunidos a la espera de encontrarse con un buen libro. Esos escenarios, que se repiten continuamente, engloban el sentir del cubano de pueblo, el mismo que siempre ha figurado en la obra de Eugenio Hernández Espinosa.

El dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa, a quien se le dedica la 29 edición
de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Foto: Juventud Rebelde

 

La dedicatoria de esta edición a intelectuales de la talla de Hernández Espinosa y Ana Cairo no es un hecho casuístico o el reconocimiento a un mérito inmerecido. El homenaje a la trayectoria vital del destacado dramaturgo cubano transcurrió en la Sala Guillén de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. La ocasión también incluyó el debate acerca de su obra y la comercialización de tres de sus libros (Los peces en la red, Algo rojo en el río y La pupila negra) de la Editorial Letras Cubanas.

Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura, reconoció en el homenajeado la estela de un artista genuinamente popular. Sus piezas teatrales recrean en la escena el ambiente de los barrios y su dialecto convertido en literatura. Por tanto, estamos en presencia de una obra que dialoga con la realidad de sectores sociales tradicionalmente excluidos, desde la óptica de un ser humano que refleja en las tablas un universo de utopías, anhelos y reveses.

La sensibilidad artística de Eugenio Hernández Espinosa parte de un profundo conocimiento de los clásicos de todos los continentes que confluyen en la conformación de un discurso propio. En esas intenciones, su formación protestante, atravesada por raíces yorubas, es un elemento clave para uno de los pocos autores que asume el lenguaje popular y lo utiliza a conciencia. Tal vez el hecho de nacer en el Cerro y nunca apartarse de sus orígenes han moldeado su espíritu indomable y transgresor que logra sensibilizar al espectador.

El hombre de pueblo que representa no es una caricatura burlesca del teatro bufo, sino una escena problematizadora de los conflictos que plantea la vida diaria. No sorprende entonces que sea considerado un maestro de la variante cubana del español transculturado, que cree en el poder de la persistencia y en la ayuda de los fracasos.

Su vida no es más que la saga de un poeta dramático que concibe el teatro como un espacio de reflexión e interpretación de los dramas cotidianos. Su estilo enfrenta la incomprensión y discriminación impuesta por las élites culturales, y para ello se vale de la reedificación humana de grandes parcelas de la realidad, tildada en ocasiones de "marginal". Los personajes ideados por Hernández Espinosa alcanzan grandes dimensiones conceptuales, filosóficas y culturales hasta convertirse en resonancias minuciosas de la sociedad que vive y sufre.

Permeado de los imaginarios del esclavo y la impronta de sus dioses en el sincretismo religioso de la nación, no llega al fanatismo folclórico o a la enajenación. En lo literario encuentra una postura de barricada que trasluce las contradicciones y proyecta el valor moral de los personajes hacia la solución de los conflictos, lo cual denota una profunda educación ética y patriótica. Sus obras más trascendentes: Mi socio Manolo y María Antonia, son un monumento a la literatura que se debe escribir en un proceso revolucionario, que no se oculta para mostrar la huella de Lorca y la cultura negra dentro de sus presupuestos estéticos.

Su marca personal acoge al negro filosófico, producto de la Revolución, con conocimiento de lo que le rodea y que discute ante el mundo su identidad. En cuanto al soporte del pensamiento y la mirada del negro, ha ahondado en cuestiones donde otros escritores han quedado en la superficialidad epidérmica. En este sentido no sorprende cuando afirma: "Es difícil entender el riesgo y valor de la palabra, la voluntad de afrontar la vida con la muerte persiguiéndote. Escribir es un acto doloroso y desgarrador".

Foto: Mónica Alfonso
 

Está claro que el formalismo protocolar no es suficiente agasajo para quienes han hecho del rescate de lo autóctono y lo original un credo en la creación. Como siempre, la realidad supera a toda ficción, pero para Eugenio Hernández Espinosa ese enfrentamiento no es un problema. Él es de esos hombres únicos que han sabido aunar ambos polos aparentemente contrapuestos y montarlos en una sola escena. Contemplo con resignación la vitrina en la que reposan los libros. En estos momentos lamento que los fondos se me hayan agotado antes de continuar profundizando en la estela de un artista genuinamente popular e inevitablemente universal.