Miguel Hernández

Llamo a los poetas

Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre

y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra:

tal vez porque he sentido su corazón cercano

cerca de mí, casi rozando el mío.

Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,

y además menos solo. Ya vosotros sabéis

lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.

Andando voy, tan solos yo y mi sombra.

Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,

Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio,

Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos:

por lo que enloquecemos lentamente.

Hablemos del trabajo, del amor sobre todo,

donde la telaraña y el alacrán no habitan.

Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros

de la buena semilla de la tierra.

Dejemos el museo, la biblioteca, el aula

sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.

Ya sé que en esos sitios tiritará mañana

mi corazón helado en varios tomos.

Quitémonos el pavo real y suficiente,

la palabra con toga, la pantera de acechos.

Vamos a hablar del día, de la emoción del día.

Abandonemos la solemnidad.

Así: sin esa barba postiza, ni esa cita

que la insolencia pone bajo nuestra nariz,

hablaremos unidos, comprendidos, sentados,

de las cosas del mundo frente al hombre.

Así descenderemos de nuestro pedestal,

de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos

a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra,

sin el brillo del lente polvoriento.

Ahí está Federico: sentémonos al pie

de su herida, debajo del chorro asesinado,

que quiero contener como si fuera mío,

y salta, y no se acalla entre las fuentes.

Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.

Por eso nos sentimos semejantes del trigo.

No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,

y la familia del enamorado.

Siendo de esa familia, somos la sal del aire.

Tan sensibles al clima como la misma sal,

una racha de otoño nos deja moribundos

sobre la huella de los sepultados.

Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos

en todo arraigan, piden posesión y locura.

Agredimos al tiempo con la feliz cigarra,

con el terrestre sueño que alentamos.

Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,

Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael,

Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe.

Hablemos sobre el vino y la cosecha.

Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,

en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.

Veré si hablamos luego con la verdad del agua,

que aclara el labio de los que han mentido.


Carlos Augusto Alfonso

CXXI

En el bar “Cincuentenario” de la calle Pocito

escogedores de arroz cuentan luciérnagas,

el más largo de todos (viejo o vieja)

me mira como un Rosenberg y salta a una rama.

Fue un escolar sencillo. ¿Ahora qué es?

Descomponen sus partes, en partes que lo adoran.

Tienen una modista para escoger frijoles,

no cose pero mira mi pantalón de saco.

Mi pantalón de saco va con la tarde

y con cualquier cosa porque es mío,

¡mío mío!

me lo di una mañana en la iglesia que cerró.

Horizontalidad perenne (culpa de quién).

Un fulano me dice quiere una isba,

lo golpearé más tarde cuando me canse

y le baje a su muerto del guisantal.

Yo no estoy preparado para morir,

aunque a veces creo que me preparo.

Me haces llorar duro, esclava Ermenegilda,

veo que tienes el gusanillo del artista.

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