Fantasmas e inéditos de Horacio Quiroga. Treinta años después de una publicación singular

Norberto Codina
13/5/2020

                                                       A Federico, in memoriam, y al fraterno Pepe.
 

En el número de agosto de 1990, van a cumplirse treinta años, publicamos un especial sobre Horacio Quiroga, que se iniciaba con un texto del entonces jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, Leonardo Padura Fuentes, titulado “La increíble muerte de Federico Ferrando”, con un llamado “El peor cuento de Horacio Quiroga”, y un bajante “Historia de amor, de locura y sobre todo de muerte”, que parodiaba el conocido libro del narrador uruguayo. El artículo daba inicio con la siguiente confesión de Padura: “Hasta hace muy pocos días no tenía noticias —y ni siquiera sospechas— de que existiera, vivo y real, un Federico Ferrando II. Ahora, sin embargo, después de leer las crónicas ‘Quiroga en casa’ y una buena fotocopia de su artículo —una variación sobre el mismo tema— ‘Horacio Quiroga’, conocí de la existencia de este bien nombrado personaje, sobrino y homónimo de aquel joven poeta uruguayo, toda una promesa, que el 5 de marzo de 1902 cayera abatido por uno de los balazos más inconcebibles de la historia de la literatura mundial, disparado justamente por el hombre que para siempre se convertiría en una sombra pertinaz en la casa de los Ferrando y en uno de los mitos más trágicos de las letras hispanoamericanas: Horacio Quiroga”.

Horacio Quiroga en 1897. Fotos: Internet
 

A Quiroga le correspondió a lo largo de su existencia una leyenda que por dramática trastocó el conocido axioma marxista, pues su historia de vida la padeció “primero como tragedia, y luego como tragedia”. Entre los golpes que recibió bastaría mencionar ─a tenor de la pandemia que hoy padece el mundo─, las muertes en 1901 de dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco. El año siguiente le depararía otra adversidad que por inesperada no sería menos dolorosa. Su fraterno Federico, ofendido por el periodista montevideano Germán Papini Zas, decidió retarlo a duelo. Horacio, pensando en la seguridad de Ferrando, se brindó a examinar y limpiar el arma que sería utilizada para el desafío. Mientras inspeccionaba el revólver, se le escapó un disparo que penetró en la boca del amigo, provocándole la muerte al instante. Quiroga fue detenido, interrogado y a continuación transportado a la cárcel. Al evidenciarse la naturaleza accidental y desventurada del homicidio, el escritor fue exonerado días después. Ese siniestro destino que padeció, como es ampliamente conocido, se recoge en gran parte de su obra, dando lugar a clásicos de la lengua como Cuentos de amor de locura y de muerte, Cuentos de la selva, Anaconda.

 

Hace tres meses recibí del fraterno Pepe Viñoles, amigo uruguayo de larga data radicado hace varias décadas en Suecia y de siempre muy cercano a Cuba, una misiva donde me adjuntaba el texto que motivó el presente rescate. En ella cuenta que el año pasado había hecho gestiones con Mercedes Cardona, viuda de nuestro querido amigo Federico Ferrando II, para finalmente poder repatriar y donar a la Biblioteca Nacional de Uruguay, los originales juveniles de Quiroga que atesoraban en su casa de Malmö. El viernes 14 de febrero del presente año, la reconocida publicación rioplatense Brecha dio a conocer de forma destacada el artículo que me hace llegar de Alfredo Alzugarat, investigador de dicha institución bibliotecaria, artículo donde se reproducían los inéditos en cuestión, y celebraba como La Gaceta los había dado a conocer oportunamente por primera vez en el verano de 1990, hecho que pese a su indiscutible importancia no fue lo suficientemente reconocido entonces, “al parecer, ningún eco llegó a Uruguay sobre esas publicaciones”. Y cito en extenso a Alzugarat en el mencionado apartado: “Los tres relatos, de los que ahora la Biblioteca Nacional de Uruguay conserva los manuscritos originarios, fueron publicados por única vez en La Gaceta de Cuba, periódico de la Unión de Escritores y Artistas de ese país caribeño. En efecto (…) un joven Leonardo Padura revisaba los pormenores del fin trágico de la relación entre Quiroga y Ferrando, y presentaba ‘Historia de un vintén’, ‘La farsa del payaso’ y la transcripción de una dedicatoria que Quiroga le hiciera a María Elena Ferrando, hermana de Federico. Sin los títulos que luego les serían atribuidos por la publicación cubana, los textos fueron escritos en una hoja suelta de ambos lados y en la página en blanco de un ejemplar de Historia del cascanueces y el rey de los ratones, de Alejandro Dumas, regalo de Quiroga para María Elena, la niña a la que el escritor llamaba Arria Marcela. Estas breves narraciones, que el tiempo se encargó de ocultar tan sutilmente, son una demostración cabal del afecto profundo que unía a Quiroga con la familia Ferrando (…)”.

 

Esta curiosa historia se inicia cuando en mayo del propio año, de visita en Malmö, compartí largamente con Federico y Pepe, ambos animadores, el primero como director, de la Revista del Sur, publicación de arte y literatura del exilio latinoamericano en Suecia. Federico —quien debía su nombre al malogrado tío—, al compartir la tradición de su familia, no solo puso ante mí vista fotos y papelería valiosa tanto por lo histórico como por lo sentimental, sino que me permitió copiar aquellos inapreciables originales de la primera juventud de Quiroga, de los que había sido custodio durante años como parte del legado familiar. Todo esto con el fin de darlos a conocer en La Gaceta, acompañados —aparte de las valoraciones de la revista como parte del dosier—, con un comentario que le pedí para la ocasión y donde reproduce la intensa y dolorosa relación de los deudos de Ferrando con quien fuera su entrañable amigo Horacio. En la crónica que titulara con justicia “Quiroga en casa”, nos da a conocer los vasos comunicantes de este singular pasaje que le acompañó hasta el final de sus días: “Cuando después de diez años de ausencia de mi país, volví a recorrer las calles de Montevideo para reencontrarme con él y ubicar en un sitio natural los fantasmas que siguieron danzando en el exilio como almas en penas, busqué —entre otros tantos recuerdos de lo vivido y lo imaginado— las viejas casas que noventa años atrás fueran, sucesivamente, sedes del Consistorio, pero el naufragio también a ellas las había devorado. (…) De ese mundo conservaba yo, no obstante, fragmentos que de alguna manera me tuvieron unido materialmente a aquella fraternidad de bohemios que no conocí. Desde siempre estuvo en casa ‘la mesa de Quiroga’ como se le llamaba. Sobre ella vi a mi madre planchar nuestra ropa y amasar el pan”.

Al mencionar las sedes del Consistorio que “el naufragio también a ellas las había devorado”, se refiere como deduce cualquier lector avisado al “Consistorio del Gay Saber” —se dice que así bautizado con reminiscencias de “agrupaciones poéticas provenzales” por el propio Federico—, donde el veinteañero Horacio al regresar de París en el parte aguas de los siglos, reúne a un grupo de amigos —Federico, Alberto Brignole, Julio Jaureche (primo de Ferrando), Fernández Saldaña, José Hasda y Asdrúbal Delgado— con inquietudes artísticas y bohemias, y develaciones de vanguardia, donde a la sombra del modernismo integrarían lo que se conoció como generación del 900. El dolor, el cargo de conciencia como profundo desasosiego por la muerte de su querido compañero y contertulio llevaron a Quiroga a disolver el Consistorio y a abandonar el Uruguay para pasar a la Argentina.

 

Como ya adelanté, gracias a Federico y Pepe había traído desde la fría ciudad sueca a la tropical redacción de la revista toda la información que de esos papeles pude recoger y se los entregué a Padura, editor por demás muy dedicado, con la encomienda de preparar el dosier que apareció en el verano de 1990. Al releerlo hoy después de tanto tiempo lo disfruté como la primera vez, gracias a las cualidades de la escritura de Leonardo, entonces un casi desconocido narrador pero con una trayectoria como periodista y crítico que se abría paso, y quien logró un texto donde parece que fue él el que se reunió con Federico, trasegó con los originales, y tomó los apuntes necesarios. Así quedaron organizadas las piezas de esa singular entrega, inéditos del gran escritor latinoamericano que vieron por primera vez la luz en una publicación cubana. Textos de interés para los estudiosos del narrador uruguayo y sus lectores de todos los tiempos.

El bueno de Federico Ferrando (II) Ferreira moriría en Suecia en el 2015.