Farah en escena

Sigfredo Ariel
7/5/2018

I

Cuando los cabarets de La Habana presentaban espectáculos que eran verdaderas comedias musicales una jovencísima, linda y espigada mulata, debutaba con el cuarteto de Meme Solís en el show del Capri Caperucita se divierte. En el elenco figuraba Juana Bacallao como Caperucita, mientras que Dandy Crawford encarnaba al Lobo Feroz. Fue al inicio de los años 60, cuando los cabarets contaban con cuerpo de baile y orquesta propia.

Foto: Cortesía del autor
 

En la agrupación de Meme, Farah sustituyó a Moraima Secada —nada menos—, quien iniciaba por esos días su camino en solitario. Fue preciso montar en tiempo récord canciones y canciones, sentimentales o movidas, pero la muchacha quería y, además, podía hacerlo. “En el cuarteto me formé, allí aprendí todo. Fue mi gran escuela”, dijo una y otra vez en sus entrevistas cuando pasaron los años y se había convertido en estrella. El ambiente de la música popular cubana aún se identificaba con un firmamento.

Desde el inicio Meme le encomendó partes principales del repertorio de su grupo, de los más populares y solicitados que tuvo la década. Farah tiene solos en “El torrente”, “Sans toi”, “La orquídea”, “No mires para atrás”, “Mía la felicidad”, entre otros. Carol Quintana escribió para ella “Farah María” (baila el mozambique), que Los Meme grabaron en 1965 en Otro amanecer, primer disco de larga duración donde se escucha su voz. En el LP Los Meme, de 1969, sumarían doce canciones más, casi todas baladas-rock, plato fuerte del cuarteto.

Desde el inicio Meme le encomendó partes principales del repertorio de su grupo

II

En 1970 comenzó a presentarse como solista y la radio comenzó a difundir sus grabaciones, entre ellas “Te quiero tanto, amor”, de Alfredo Martínez. Una primera prueba de fuego, que libró airosa, fue en el Festival de la Canción de Varadero de ese año. Más que los centros nocturnos, sus escenarios fueron la televisión y los teatros. Por esos años comenzó a interpretar, en español, “La voce del silenzio”, una joya del repertorio de Mina que se inicia con un fragmento de Bach. Su versión hacía levantar al público. No la grabó, que yo sepa.

Pronto comenzaron a enviarla a festivales musicales a representar a Cuba —frase socorrida de la época—, lo cual, a juzgar por los resultados, significó un acierto. Tras hacerse aplaudir en certámenes de varios países de Europa del Este se alza en 1974 con el gran premio del Festival Mundial de la Canción en Tokio y el mismo año gana el festival de Dresden. Más adelante será invitada a otros festivales, desde Benidorm hasta Viña del Mar.

 

En 1975 la firma Egrem publica El recuerdo de aquel largo viaje, disco que toma el nombre de una canción de Raúl Gómez que fue su carta de presentación durante mucho tiempo. En conciertos y grabaciones Farah canta “Paloma”, de Mike Porcel, “Las seis cuerdas de mi guitarra”, de Osvaldo Rodríguez, “Este camino largo”, de Juan Almeida y “El día feliz que está llegando”, de Silvio Rodríguez, de quien también interpretará “El mayor”. 

Antes que termine la década, sumará nuevos premios internacionales: el Orfeo de Oro 1976 en Bulgaria, y el lauro principal del Festival de Sopot, Polonia en 1977, eventos muy concurridos y respetados entonces. Logró algo que parecía imposible: popularizar en Cuba canciones pop de autores polacos, húngaros o búlgaros, como “Un cuento” y “Oh cuánto te amo”. En español, claro.

III

Extensas colas ante las taquillas de los teatros dan fe del aprecio de su público leal, rayano en el fanatismo. Son los días en que la gente melómana, entusiasta de las cantantes de moda, se divide entre “los de Annia Linares”, “los de Mirta Medina” y los de “Farah María”. Con los años ochenta la competencia —no entre las artistas, sí en la imaginación de sus apasionados parciales—, se tornó más encarnizada.

¿Qué las diferenciaba? No se trata de una baladista ni de una intérprete de pop, aunque en cierto sentido es ambas cosas. No depende de una gran voz indiscutible, ni siquiera de un grupo de composiciones más o menos de moda. La cuestión es el conjunto, la puesta. Se trata del hábil partido que saca a su tibio timbre, a su certera afinación y sentido rítmico, a la expresión sensual implícita, cálida, cuando interpreta letras de amor dichoso o desorientado (“Te prometí”, “No me olvides amor”, “Al verme sola cruzar entre la gente”), y así mismo, cuando permea de erotismo juvenil –no hay adjetivo más justo– aquel viejo chachachá que dice cuando llego yo a la fiesta los hombres se me alborotan…

Y a la vez que alardea con “El alardoso” (se disputan por bailar porque dicen que soy crema) logra, inconcebiblemente, rodearse de un halo de inaccesibilidad, porque nunca es ramplona ni “sabrosona” su escena. Es cuando la gente dice: mira que Farah es elegante. Hay que añadir, por supuesto, su destreza coreográfica –que reproducen transformistas de al menos dos generaciones–, más el apoyo de un vestuario que insinúa lo que Natura dio, pródigamente, pero sin exagerar. Sin embargo, en ella no hay rastro de vedette de los 50, ni es heredera de las rumberas del cine: Farah María es un ente teatral, aunque cante en un club.

IV

Hace temporadas en Tropicana y viaja por varios países encabezando el cartel del show. Regresa al Capri con la orquesta de Enrique Jorrín “el creador del chachachá” y con el veterano Tito Gómez hace un tierno dúo, “El silbidito”, que se puede encontrar en YouTube, donde también aparece, con el Septeto Nacional, interpretando “Bilongo”, más conocido por La negra Tomasa, de Rodríguez-Fiffe. Cantando con Meme recorre varias ciudades españolas, hace un disco de sones y boleros en Madrid, y en 2012 Enrique Pineda Barnet le entrega un papel en su película Verde verde. En 1973 había aparecido junto Enrique Santisteban en una cinta cubano-soviética, Jinete sin cabeza, delirante especie de western que ahora resulta divertida. Hay que ver lo bella que está ahí.

Se aventura en tangos como “Adiós muchachos” y “El día que me quieras”, canta y baila “Ámame y no pienses mal” de José Valladares, “Con juventud y experiencia” de Almeida, “Qué manera de quererte” de Efraín Ríos, hasta llegar a un ritmo pa’mí de Miguel Jorrín, “Tiburón en el malecón” cuando parece que su lindeza eterna es fruto de algún pacto con quién sabe cuál deidad: si adivinas lo que traigo aquí / yo te lo doy, baila, canta y sonríe agudizando todos los sentidos ante el mar de La Habana.

Entre buenas y amables memorias suyas, con su tiburón, Farah María puso hace tiempo en nuestra conversación diaria una pregunta —mitad cándida, mitad burlona— que usan todavía cubanos de todas partes: ¿Qué es esto, Jorrín?

 

Con la colaboración de Robe Vicente, en los archivos Egrem.

Track

1- Farah María. LOS MEME y Farah María

2- El recuerdo de aquel largo viaje. Farah María

3- Tiburón en el Malecón. Farah María