Fayad Jamís en la memoria

Luis Rey Yero
26/10/2020

Cuando en Cuba se haga referencia al intelectual de múltiples esferas imaginarias que transita por la literatura y el arte, no se puede excluir la personalidad de Fayad Jamís (1930-1988), quien cumplirá el 27 de octubre sus noventa años. Hombre de dimensión continental, de cultura ecuménica, aún preterido en estudios sistémicos sobre su vida y obra, su labor creativa comenzó en el diminuto pueblo de Guayos, en el centro del país, continuó en La Habana y de allí se trasladó a París, donde fijó residencia hasta el triunfo de la revolución en 1959, que regresó a la Isla. Años más tarde, se desempeñaría como Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en México, donde ejerció una década de fructífera labor diplomática e intelectual.

"Cuando en Cuba se haga referencia al intelectual de múltiples esferas imaginarias, no se puede
excluir la personalidad de Fayad Jamís". Foto: Internet

 

Nacido en Zacatecas, México, en 1930, de padre libanés y madre mexicana, aprendió desde pequeño a adaptarse a la vida errante de los progenitores, quienes se trasladaron a Cuba en 1934 y luego de vivir en diferentes regiones del país se asentaron definitivamente en Guayos, lugar donde el padre pudo salir adelante como pequeño comerciante. En medio de las penurias económicas, el adolescente sintió inclinación por las letras e incluso publicó su primer libro de poesía, Brújula, cuando la familia, integrada también por dos hermanas, necesitaba de un hijo comerciante.

Sin la comprensión del padre, se instaló en La Habana e ingresó en San Alejandro, en 1949, pero por poco tiempo. En la capital, visitó exposiciones, se vinculó a escritores y artistas que renovaban la cultura cubana. Los primeros óleos tenían lejanos influjos de la pintora cubana Amelia Peláez y, posteriormente, algunas zonas de convergencia con Wilfredo Lam, con quien tuvo contacto en París, ciudad donde llegó en pleno auge del tachismo. Esta época sería la más rica del artista. Alejado de la influencia lamiana, logró obras de fuerte colorido, con algunos empastes y un diseño bien definido, los que cuajaban bajo el proceder tachista, a través de brochazos rápidos y espontáneos.

“Alejado de la influencia lamiana, logró obras de fuerte colorido,
con algunos empastes y un diseño bien definido (…)”.
Foto: Internet.
 

Los mejores cuadros abstractos de esa etapa fueron expuestos en su primera muestra personal, aprobada y patrocinada por el padre del surrealismo, André Bretón. El joven se codeaba con la vanguardia artística europea concentrada en París. Allí desplegaría todo su talento como pintor y poeta, en medio de limitaciones económicas innombrables. Para sobrevivir ejerció múltiples oficios menores, aunque nunca dejó de crear. De esa etapa azarosa es el excelente libro de poesía Los puentes, síntesis de sus angustias, esperanzas, ansias de vida y añoranzas.

Acerca de su integración al grupo Los once, antes de partir para París en 1954, él me aclararía que nunca se constituyó como colectivo orgánico ni hubo un manifiesto colectivo. Más bien existía la conciencia colectiva de un grupo de jóvenes pintores dispuestos a romper con el intimismo figurativo de la época por considerar que ya se encontraban agotados sus presupuestos estéticos. El tratamiento diferenciado de quienes conformaron el grupo resulta revelador. Hubo quienes se inclinaron más hacia lo puramente abstracto como Guido Llinás, quizás atraído por la pintura norteamericana; otros, como Hugo Consuegra, quien estuvo más cercano en sus inicios a Paul Klee, evolucionaron luego hacia la abstracción con el uso de texturas. Otro caso es el de Antonio Vidal con sus particularidades expresivas, y el de Raúl Martínez, quien recorrió diversas tendencias artísticas.

"El diseño de sus cuadros cuaja bajo el proceder tachista, a través de brochazos rápidos y espontáneos".
Foto: Internet.
 

El llamado grupo Los once —me aclaró— tuvo posiciones ideológicas y sociales distintas, aunque hay que reconocerle su carácter generalmente progresista y antibatistiano. Los unía la irreverencia contra todo lo creado en esa época y la capacidad unánime de responder a favor de las exposiciones antibienales, como la organizada en homenaje al centenario de José Martí, en el Liceo de La Habana, donde el grupo participó.

La nueva realidad cubana, que descubrió desde su llegada a la Isla el 2 de marzo de 1959, repercutió en él de modo impactante. En París habían ido tomando cuerpo sus ideas sociales y políticas. Por lo que sintió la necesidad de sumergirse en el proceso revolucionario, que apenas comenzaba. Por convicción abandonó la línea abstracta en esos primeros tiempos de cambios por una pintura figurativa que luego, él mismo, descalificó. Esos cuadros fueron hijos de las circunstancias, como diría años después.

Por esa época comenzó a pintar flores. Entonces era el responsable del suplemento cultural del periódico Hoy, a la vez que desempeña otras tareas. Al estar un tanto desvinculado de la pintura por labores públicas más urgentes, comienza a “hacer mano” con lo más fácil: flores. Aunque estas flores, si se les quita su principal soporte, el búcaro, se metamorfosean en un abigarramiento de líneas, formas y colores. De ellas saldrían después otras formas más complejas que servirían de base de otros tantos dibujos que continuaría haciendo con los años. Incluso, podría afirmarse que las estrellas que incorpora a sus últimos cuadros, salen de esos primeros ejercicios.

"Por esa época comenzó a pintar flores". Foto: Cortesía del autor.
 

De ubicar su pintura en alguna tendencia artística habría que apelar al expresionismo abstracto. En ella prima la pincelada suelta, el brochazo y los chorreados, tan común en Pollock y otros creadores norteamericanos cultores de esa expresión artística desde la década del cincuenta. Más adelante incorporó el letrismo, como forma de fusionar la poesía con los rasgos visuales de la pintura, así como el leitmotiv de la estrella. De todo ello se infiere que hay un intento por trasmitir espontaneidad para que el espectador crea ver en la obra sencillez, aunque detrás de cada proceso creativo se hayan acumulado años de experiencia pictórica. Diríase que el pintor anhela que el público sienta la impresión de participar en la obra a través del disfrute pleno de ella.

"Más adelante incorporó el letrismo, como forma de fusionar la poesía con
los rasgos visuales de la pintura…" Foto: Internet.

 

Su otra vertiente: la poesía, es rica y diversa, reservorio de alegrías, dramas y esperanzas por un mundo más ajustado a la dimensión humana. Desde que publicara Los puentes, síntesis de sus cinco años en Europa, su poética fue transformando el tono íntimo, generalmente desolado, por otro más colectivo y solidario. Llámese Por esta libertad, Abrí la verja de hierro, Breve historia del mundo o el libro en prosa que recoge testimonios de la vida pueblerina de Guayos: ¿Cómo están las buenas personas?; frase que acostumbraba decir en forma de saludo uno de los parroquianos populares que a diario se encontraba el entonces adolescente Fayad Jamís por las calles polvorientas, el mismo que partiría un buen día de ese micromundo para conquistar el reino de la poesía y el arte desde La Habana, Europa y América.

Hay que subrayar que su estancia definitiva en Cuba tras el triunfo revolucionario se definió por la intensidad intelectual que desplegó en distintas direcciones. Llegó a ser articulista del diario Revolución, responsable del dominical del periódico Hoy, profesor de la Escuela Nacional de Arte (ENA), traductor, diseñador gráfico, director de la Editorial Unión y su revista, y jefe del Departamento de Artes Plásticas de la Universidad de La Habana. En 1968, obtuvo el primer premio de pintura en el I Salón Nacional de Artes Plásticas organizado por la Uneac. En distintos momentos visitó numerosos países en funciones de trabajo, hasta que en 1973 se le nombró Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en México, donde permaneció diez años de fructífera labor diplomática e intelectual. En la capital mexicana participó en la creación de un mural colectivo de grandes dimensiones. Había regresado a sus orígenes, tal como me lo contó en uno de esos bares pintorescos mexicanos de Guadalajara el profesor Alberto Nájera ─amigo y martiano de pura cepa─, con quien mantuvo una prolongada amistad, sostenida por la devoción que sentía por las culturas mexicana y cubana.

Fayad Jamís y Luis Rey Yero, autor de estas palabras, quien colaboró con él en su última exposición
y le realizó su última entrevista. Foto: Cortesía del autor

 

Años después de regresar a Cuba, una vez cumplida con excelencia su labor diplomática, Fayad Jamís decidió hacer su última muestra personal Cartas recibidas, en la Galería de Arte Oscar Fernández Morera, la misma que exhibiera en México y La Habana. Esa oportunidad excepcional me permitió trabajar junto con él en los preparativos de la muestra y en la confección del catálogo que incluyó mis palabras. Meses antes de fallecer, también tuve el triste privilegio de hacerle la última entrevista.