Fidelidad no es silencio: Mis encuentros con Antonio Moltó, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba

Reinaldo Cedeño Pineda
13/7/2018

Haciendo Radio me arropaba las madrugadas, las voces de sus presentadores me seguían por los caminos y las guardarrayas. El gigante programa de Radio Rebelde afirmaba (afirma) estar al ritmo de la vida. Allí escuché el nombre de Antonio Moltó Martorell por vez primera vez. Aprendí a admirar al director de aquel concierto de informaciones. Cuatro horas diarias, con inicio a las cinco de la mañana, resulta un reto formidable.


Antonio Moltó (Santiago de Cuba, 1942- La Habana, 15 de agosto de 2017) Periodista cubano, presidente
de la UPEC y director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Foto: Naskicet Domínguez

 

Y, en sortilegio, aquella familia que entraba día por día a mi casa, llegó a Santiago de Cuba. Buscaban algunas historias del período especial y yo tenía la mía. Cumplido mi servicio social en Guantánamo, a principios de los noventa (en tiempos en que un bombillo encendido  era noticia, cuatro ruedas una excentricidad y una hamburguesa la bendicion), decidí volver a mi casa. Razones familiares muy poderosas me llamaban.

Entonces debí vender maní, pregonar por las calles de Santiago de Cuba, bajo sus soles. No tendré que decir la multitud de anécdotas que sumé como periodista manisero. Esa historia fue contada en Haciendo Radio. Una más de esa época tan tremenda. Recuerdo al santiaguero Moltó, escuchando atentamente,  con la mejilla en la mano. Recuerdo el diálogo franco con la guantanamera Arleen Rodríguez Derivet, conductora entonces del espacio.

Me alegré cuando fue elegido presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, En primer lugar, lo respetaba.

Coincidimos luego en muchas reuniones y proyectos. Quise incluir sus vivencias en el libro A Capa y espada. La aventura de la pantalla (Editorial Oriente, Fundación Caguayo, 2011). Si se hablaba de Tele Rebelde, primer canal de televisión fundado tras el triunfo de la Revolución, no debían faltar sus palabras, pues él fue uno de los artífices de la parte informativa.

Sé que organizó algunos recuerdos de aquella épica, de aquellos soñadores que se lanzaron a conquistar la imagen de su territorio. Me leyó incluso unas líneas, mas el proceso editorial apremiaba, y en medio de tantas cosas, no le dio tiempo a terminarlo. No tuve sus palabras, pero tuve su aliento.

Igualmente, llegó su apoyo mientras tomábamos  los testimonios del asombro, el desastre, la resurrección y la solidaridad que significó el paso del huracán Sandy por el terrtiorio oriental en aquella madrugada de finales de octubre de 2012. Sé de su alegría cuando tuvo en las manos mi libro La noche más larga. Sabía compartir el éxito de sus colegas.

Me asombré cuando lo vi en la sede de la UNEAC de Santiago de Cuba; calle Heredia, 9 de septiembre de 2014. Premiábamos el Concurso Nacional de Promoción de la Lectura “Caridad Pineda In Memoriam”. Bajo la cobija de ese nombre, el de mi madre, tratábamos de incentivar la pasión por los libros. Se sentó entre el público como uno más y me hizo el honor de entregar el galardón principal. Guardo aquel gesto donde nadie me lo puede quitar.

Ser periodista, ser Quijote


Antonio Moltó en la presentación del libro Ser periodista, ser Quijote,
en la Universidad de Oriente, el 14 de marzo de 2017. Foto: Cubadebate

 

Siempre he entendido el periodismo como una vocación, como un servicio inexcusable y lo he hecho desde una recia austeridad. Cuando en 1991 obtuve el título de Licenciado en Periodismo, lo recibí con la certeza de que un periodista no escribe para complacer a nadie. No es la primera vez que lo digo. Fidelidad no es silencio.

Por eso, porque debía hacerlo; porque sabía que me recibiría, me fui a ver  a Antonio Moltó Martorell en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, en el Vedado capitalino. Le solté de un tirón todo aquello que me preocupaba del periodismo cubano. La tarde ardía.

No podré repetirlo palabra por palabra, mas temas como el llevado y traído secretismo, el tributo a tanto evento y no al análisis,  la necesidad de mayor apoyo legal a nuestro desempeño, las publicaciones alternativas, la poca compensación salarial a los periodistas, las dilatadas respuestas… fueron algunos de ellos.

El periodismo cubano necesita una sacudida, le solté. Moltó me escuchó con respeto. Luego me expuso sus criterios y los esfuerzos de la organización que presidía. No siempre coincidimos, debo decir la verdad; pero le devolví el mismo respeto. Fue un intercambio inolvidable, intenso, de colega a colega.

La última vez que vi a Moltó fue en la presentación de mi libro Ser periodista ser Quijote, dedicado a los 70 años de fundación de la Universidad de Oriente. Gracias a esa propia institución y al Proyecto Claustrofobias pudo ver la luz, justo el día de la Prensa Cubana, el 14 de marzo de 2017.  La asistencia de lujo incluía a varios Premios “José Martí” de Periodismo y a galardonados con el anual “Juan Gualberto Gómez”, además de mis colegas más cercanos.

En unas pocas páginas intentaba resumir mi experiencia de un cuarto de siglo haciendo periodismo y exponer algunas ideas sobre el periodismo cultural,  la crónica,  la entrevista; también sobre la ética del periodismo, que hunde sus raíces en primera y última instancia en el reflejo de  los éxitos, junto a las angustias de la población cubana. Uno no puede venir sin lo otro.

Y de pronto, cuando ya finalizaba la presentación, Pepe Alejandro Rodríguez se apareció con un abrazo. Y Antonio Moltó se levantó para justipreciar mi modesto esfuerzo. Fue harto generoso. Su estatura humana le llevó incluso a excusarse por errores ajenos, por ajenas excrecencias que suelen salirle al paso a un periodista cuando se enfrenta a quienes solo quieren escuchar loas. No tendré como agradecerle.

En el fondo, proyectado en la pared, como escenario de sus palabras, aparecía la cubierta de mi libro. En agosto de ese propio año, Moltó falleció. Y en más de una publicación, aquella foto tomada en la Universidad de Oriente, con la imagen de Ser periodista, ser Quijote, acompañó la consternación. No fue casualidad, fue congruencia. Los molinos suelen tener aspas filosas, pero un Quijote siempre apuesta a su cabalgadura.

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