FILTE 2017: Saudades y serestares teatrales de Bahía

Vivian Martínez Tabares
5/10/2017

 

En el corazón de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, ese enclave cultural caribeño —aunque no geográfico— que tanto se nos parece, por amor, el joven actor cubano Luis Alberto Alonso se estableció hace alrededor de tres lustros. Allí creció profesionalmente, y a partir de las enseñanzas de sus maestros: Pepe Santos en el grupo Jueguespacio, y Flora Lauten en el Teatro Buendía, devino activo director teatral con un grupo a su cargo, Oco Teatro, y gestor entusiasta de un evento que celebró este 2017, “10 años sin fronteras”.  

Al Festival Latinoamericano de Teatro de Bahía, me fui entre el 28 de agosto y el 6 de septiembre invitada por su director artístico. El evento reunía una cifra importante de grupos y figuras de la escena del Brasil, llegada de Fortaleza, Sao Paulo y el estado sede con sus ciudades periféricas incluidas, junto con invitados de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Italia y Uruguay. Veinticuatro espectáculos; talleres que abordaron el teatro de animación, apropiaciones de Grotowski y de la biomecánica, y los ejes del teatro social, compartieron el tiempo y los espacios de diálogo con el Núcleo de Laboratorios Teatrales del Nordeste, una instancia formativa sobre procesos, estéticas y formas de hacer, y con el VI Coloquio Internacional Escénico de Bahía, en el cual intervinieron destacados artistas e investigadores. En la cartelera, dos grupos ofrecieron muestras más amplias de su quehacer: Oco Teatro y Ateliê Voador, cada uno con tres montajes.

Cuatro de las puestas que vi me movilizaron especialmente desde la diferencia.

El unipersonal Ser Estando mujeres, a cargo de Ana Cristina Colla. La actriz presenta inquietudes y experiencias humanas desde su juventud y su biografía personal, que se expresa en el modo con que representa cada uno de los roles que ha creado a lo largo de su carrera en el reconocido grupo LUME, de Sao Paulo, laboratorio y núcleo de creación. El título combina los sentidos contenidos en las acciones ser y estar, y el espíritu singular del verbo serestar, un término intraducible como saudade en una sola voz, que en portugués significa algo así como compartir gratamente entre amigos y celebrar juntos. La aparente fragilidad de Ana Cristina, menuda y delicada, se desata en fuerza física y energía para construir una presencia que revela depurada técnica corporal y recorre un diapasón enorme de sentidos y sensaciones, del dolor a la risa.

Tanto me atrapó el Maratón en Nueva York, de los colombianos de El Hormiguero Teatro bajo la dirección del italiano Gianluca Barbadori, que olvidé sacar mi móvil para conservar algunas imágenes. Una hora de carrera ininterrumpida de los actores Andrés Caballero —también director del grupo bogotano— y Fernando Bocanegra concentra la lucha y las tensiones de dos hombres que se entrenan para un magno evento deportivo. Afloran complicidades y desavenencias, alegrías y miedos, y con ellos las reflexiones de cada uno sobre la vida y la muerte, entre forcejeos de la voluntad para vencer un obstáculo y el sentido del esfuerzo, que es a la larga una búsqueda del sentido de la vida. Maratón… me recordó un poco El cruce sobre el Niágara, y admiré la labor de la dirección al ir contra las apariencias y cruzar biotipos y caracteres.

Con ¡Diga que usted está de acuerdo! Máquinafatzer, el Teatro Máquina, de Fortaleza, recrea la fábula brechtiana a partir de una dramaturgia escénica en la cual la repetición, siempre modificada en el punto de vista espacial, es una propuesta de distanciación crítica que examina la guerra, la violencia y sus efectos sobre el individuo, en medio de un clima de riesgo y tensión, en condiciones de encierro, y que añade una mirada a través del lente de género. La directora Fran Teixeira, con la tutoría del director argentino Guillermo Cacace conduce bien al equipo de actores noveles que integran Fabiano Veríssimo, Felipe de Paula, Márcio Medeiros, Levy Motta y Loreta Dialla. Impacta también la escenografía de Frederico Teixeira, al acotar el espacio del pequeño espacio de la cabaña, dúctil pero aislado.

Dejo para el final una de las puestas anfitrionas.

Basado en la novela corta El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez y en su universo literario, Claudio Lorenzo escribió el texto de El gallo y Luis Alberto Alonso construye un ámbito de memoria y presente; utopía y hambre; razón, locura y pasión en medio de dos áreas destinadas a los espectadores. Entre ellos, dos seres que sobreviven en condición extrema, ponen toda su esperanza en un gallo de pelea, proyección afectiva del hijo muerto, y detonante de una interminable espera. Claudia Di Moura y Lucio Tranchesi bordan una relación intensa y angustiosa de tedio y resiliencia. El director concibe el espacio como una gallera modular y laberíntica en la que los dos se resisten a su suerte, secundados por la banda sonora que reverdece tiempos de lucha, como aquellos en que el hijo fue desaparecido, en hermoso empaste audiovisual.

Soy una espectadora curiosa, que disfruta la intensidad de cada festival como oportunidad para apresar el amplio espectro de formas que anima al teatro actual, y cada vez más me convenzo que junto con la posibilidad de compartir una muestra más o menos equilibrada de expresiones artísticas en la platea, cada evento es privilegiada ocasión para conocer colegas en el convivio que transcurre dentro y fuera de las salas, en intervalos entre funciones, en charlas formales e informales, trayectos motorizados o a pie, y desayunos y almuerzos con sobremesas que se empatan con la escala siguiente.

Bahía y el FILTE fueron generosos en propiciar verdaderos encuentros y un clima cálido de confraternidad. Presenté la revista Conjunto y traje conmigo memorias gratas, nuevos amigos, libros, direcciones y referencias. Y, como siempre, cargué buenos proyectos para seguir adelante.

Aprendí sobre María Escudero y la vida cotidiana del Libre Teatro Libre, gracias a la infatigable Silvia Villegas; de la enciclopedia teatral y mediática que carga en sus vivencias Aimar Labaki, y del teatro y el carácter cordobés con Marcelo Castillo y Daniela Bossio. Conocí la pasión meyerholdiana de Maria Thais y las exploraciones procesuales de Rita Aquino y Felipe de Assis. Reencontré a Santiago Serrano, evocamos la EITALC y le vi apreciar la lectura bahiana de su obra. Pude actualizarme sobre el teatro de Fortaleza, la ciudad que hace más de dos décadas me abrió las puertas del Brasil; volver a admirar el Romeo y Julieta boliviano de Diego Aramburo y Camila Rocha, y al joven enajenado de Nuremberg de Santiago Sanguinetti, y reconocer la impronta artística y la capacidad de aglutinar fuerzas a su alrededor de mi compatriota Luis Alonso.

Por si fuera poco, anduve por la azulejada casa de Jorge Amado en Rio Vermelho; recorrí con Andrea Silva los pasillos del Mercado Modelo, otrora mercado de esclavos, para hurgar en otra cara de la ciudad. Y me adentré en el Pelourinho, que me recordó a la vez a La Habana Vieja y a Trinidad, para ubicarme en la perspectiva de Bruno Barreto y otra vez mirar, desde mi recuerdo, a Sonia Braga, José Wilker y Mauro Mendonça bajando la cuesta a la Iglesia de Nuestra Señora do Rosario dos Pretos, en la escena final de Doña Flor y sus dos maridos.