Como en una cinta cinematográfica recuerdo los años de trabajo junto a Fina y Cintio. Me resulta difícil referirme a Fina sin Cintio, y viceversa. Coincidimos en el departamento Colección Cubana desde el año 1962, y después yo sería la jefa del mismo hasta 1979. De manera que cuando el director Sidroc Ramos me nombró, me convertí en jefa de quienes no necesitaban jefaturas; fui jefa de intelectuales inmensos que iluminaron la Biblioteca Nacional con sus bellísimas iniciativas y obras literarias que desde entonces prestigian la cultura cubana de hoy y de siempre.

Por suerte, a pesar de mi juventud, los respeté, los aprecié y los apoyé en medio de complejas circunstancias. En aquellos años, Fina y Cintio desplegaron una actividad gigantesca; basta recordar más de 20 conferencias y las jornadas martianas, además del inmenso servicio prestado a los Seminarios Juveniles Martianos y, muy especialmente, la participación de ambos en la Mesa Redonda de la Universidad de la Sorbona, en París, y en el Coloquio de Burdeos.  

Imagen: La Jiribilla

Sin embargo, de todos esos años viene a mi mente la forja de la Sala Martí, inaugurada por un anciano venerable, el Dr. Manuel Pedro González, el 28 de enero de 1968. Fue “un domingo de mucha luz”, como titula Fina a uno de sus más bellos ensayos. Ocurrida a las diez de la mañana, aquella fue una inauguración conmovedora por la devoción que se percibía en el Salón de Actos de la Biblioteca, en esa ocasión casi vacío.

En su discurso inaugural, el Dr. Manuel Pedro González expresó que la Sala era el más grande monumento a Martí hasta esa fecha. Luego transcurrieron algunos años y aquí es donde recuerdo a Fina sin Cintio, aunque con Cintio cerca, siempre ensimismado en sus investigaciones, porque era Fina quien dirigía las visitas en la Sala Martí y ministraba la prédica martiana a niños y jóvenes de todas las edades. Fina crecía ante quienes la escuchaban, y mientras hablaba se transformaba. Sus clases resultaban una cátedra de ética, como su vida misma. Para Fina ser martiano —y así se lo escuché en ocasiones— era ser bueno y útil por encima de intereses personales y brindar a todo ser humano el aprecio que merece.

Sin perder de vista objetivos históricos y literarios, Fina ejercía desde entonces el código de ética totalmente contrario al utilitarismo. La Sala fue un verdadero santuario en el cual Fina, con sus magistrales visitas dirigidas, predicó el misterio del pensamiento del Apóstol. En aquel espacio se respiraba un ambiente de respeto tal, que era como si allí hubiese estado Martí sentado en el sofá que ocupaba un lateral.

Vuelvo a Fina y a Cintio, a Cintio y a Fina, porque ambos crearon aquel monumento que se llamó Sala Martí y que se convirtió en 1977 en el Centro de Estudios Martianos, institución que por su producción intelectual y por su recepción martiana es hoy una de las más prestigiosas instituciones de Cuba.

En la Sala Martí las altas estanterías abiertas (los usuarios accedían a ella directamente), fabricadas por las sabias y humildes manos de Aurelio Cortés, quien trabajó como voluntario para la Biblioteca Nacional durante años, resguardaban organizadamente la bibliografía activa y pasiva de José Martí. Una bibliografía complementaria acercaba al estudioso al modernismo, al arte universal y a la historia y literatura de España y Estados Unidos, entre otras temáticas.

“Ambos crearon aquel monumento que se llamó Sala Martí y que se convirtió en 1977 en el Centro de Estudios Martianos”. Foto: Tomada de Internet

La Sala fue amueblada con útiles usados de la Biblioteca Nacional, y en sus paredes fueron colocadas fotocopias del Manifiesto de Montecristi y de Martí en Jamaica, entre otros cuadros. En una de sus vitrinas se apreciaban los libros leídos por José Martí, donados a la Sala por el Dr. Julio Le Riverend; estos habían pertenecido a Emilio Roig de Leuchsenring. Con orgullo y veneración se organizaron y guardaron en sobres de manila los manuscritos que de Martí poseía la Biblioteca Nacional, y se mostraban los impecables y artesanales álbumes de fotos que atesoraba la Sala en aquel entonces. Los álbumes fueron hechos a mano por mi hermana Josefina.

Más tarde allí fueron creciendo los catálogos del primer volumen de la edición crítica de las Obras Completas de José Martí, por iniciativa de Cintio y la estrecha colaboración de Fina. Fueron años de gloria para todos los que disfrutamos de la fundación de aquel monumento vivo a Martí. En aquella Sala sentíamos al Apóstol en la palabra de Fina y de Cintio, quienes atendían con el mismo respeto y cariño al Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García —quien los visitaba con frecuencia—, y a cualquier otra persona por muy humilde que esta fuera.

Esta imagen de Fina en la Sala Martí enriquece la imagen de la mejor poetisa del siglo XX cubano. Pero Fina no solo fue fundadora y guía excepcional de la Sala, su obra descrita y sistematizada en su bibliografía —la cual compilamos mi hermana Josefina y yo, y fue publicada en la Revista de la Biblioteca Nacional en el año 2003— da fe de su obra inmensa. No olvidemos que en aquellos años 60 y 70, durante su estancia en el departamento de Colección Cubana de la Biblioteca Nacional, escribe y publica con Cintio Vitier Temas martianos, en 1969, y en 1970 sus Visitaciones y Hablar de la poesía, y en la Revista de la Biblioteca Nacional sus Estudios Delmontinos, en 1969, y Bécquer o la leve bruma, en 1971, sin olvidar sus ensayos sobre Manuel de Zequeira y Arango en 1970 y sobre Sor Juana Inés de la Cruz, este último publicado en la revista puertorriqueña Sin Nombre, en 1976. En 1978 aparecen sus Páginas escogidas.

De su poesía da a conocer Créditos de Charlot en La Gaceta de Cuba, en 1978, y en otras publicaciones nacionales y extranjeras surgen En la muerte de Che Guevara y A los héroes de la resistencia en el llano, en 1971. En 1972 aparecen sus poemas “A Bola de Nieve” y “A Rita” en la revista Unión. Muy especialmente recuerdo sus investigaciones “Flor oculta de poesía cubana” (1977) y sobre la obra de Juana Borrero, en 1978, con Cintio Vitier.

Ya en 1977 el Dr. Armando Hart crea el Centro de Estudios Martianos en la propia Biblioteca y ellos se trasladan allí. Este permanecería en la actual galería El Reino de este Mundo hasta 1982, fecha en que se mudan a la casa de Teté Bance, viuda de Martí (hijo), donde permanece hasta nuestros días.

Antes de los 70 y después de esta fecha da fe de su obra inmensa la bibliografía a la que me referí antes, publicada en la Revista de la Biblioteca Nacional en 2003, en el número dedicado a Fina por sus 80 años. Un número precioso donde aparece su ensayo en torno a un cuento y a una novela de Gabriel García Márquez, insuperable estudio y crítica sobre El amor en los tiempos del cólera. A continuación Cintio se refiere a la poesía de Fina desde su antología Diez poetas cubanos (1948); Monseñor Carlos Manuel de Céspedes utiliza un verso de Fina para su texto “Su suavidad de hierro indoblegable”, dedicado a Cuba, que por concentración de esencias vale para definir a Fina; un testimonio de Rafael Cepeda y el prólogo de Jorge Luis Arcos a la antología poética que mereciera en 2002; Roberto Méndez en su texto “Las nupcias del ojo y lo mirado” se acerca a las preocupaciones teóricas de la plástica y a las referencias a artistas y sus obras, de las que se apropia Fina en su poesía y prosa, desde su juventud hasta su plenitud, y otros textos de Rafael Almanza, Carmen Suárez León, Mercedes Santos Moray, Mayerín Bello, Ivettte Fuentes, Elina Miranda Cancela, Caridad Atencio, Ana Cairo, Susana Cella, Abel Cotelo y Adolfo Ham. Los poemas de Clara Gómez de Molina, Miguelina Ponte y Darío García Luzón hacen de este no solo un número antológico, sino un homenaje perdurable a quien iluminó la Biblioteca Nacional durante los 15 años en que trabajó en ella y para ella.

“Honraron a Cuba con talento, decencia, prestigio, sabiduría, nobleza y disciplina”.

Es innegable que ambos incorporaron a sus propias naturalezas la vida y la obra de José Martí. La coherencia de ideas, la fuerza moral y la exégesis martiana fueron constantes en sus creaciones literarias y ante los embates de la vida.

Los recordaremos siempre en nuestra institución, la Biblioteca Nacional, sirviendo a todos los lectores, como los incansables investigadores de Colección Cubana, donde realizaron la inmensa labor que se describe y sistematiza en sus bibliografías, especialmente en el período 1969-1977.

Como es difícil hablar de Fina sin Cintio, y viceversa, debemos rendir homenaje perdurable a quienes honraron a Cuba con talento, decencia, prestigio, sabiduría, nobleza y disciplina: única aristocracia verdadera. Así recordaremos a Fina y a Cintio en la Biblioteca.

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