El tiempo atravesado por el espacio, con una furia que lo hace detener. En eso pienso, cuando me asomo a lo más cuidado de numerosas páginas donde “el no existente que parece existente deja” y “el existente que no existente parece busca”.[1] En la poesía de Fina García Marruz el mundo entrañable de los encuentros contrasta con la crudeza y frialdad constantes de la vida. Allí la conmiseración es penetración, juicio y sensibilidad telúrica. Solo ella ve la puerta obstinada por donde pasan el flujo y la ausencia. Alguien desde sus páginas se levanta y me dice: “De la encarnizada lucha de la memoria y la realidad eres solo el culpable, el que carga los restos ateridos, acaso impersonales”. En sus páginas experimentamos la extrañeza de la fugacidad del tiempo y el testimonio del asombro más prístino, a través de una visión arrasada, una visión sin vuelta que ve el movimiento invisible del tiempo y así, como un teatro, llena de escenas los ojos traspuestos por la mente. La mente se coloca en lo que todos saben, y nadie dice. La poeta prefiere la metafísica del transcurrir, aun cuando no ha sucedido.

“La poeta prefiere la metafísica del transcurrir, aun cuando no ha sucedido”.

A Fina, como a su verso, “la luz que la abandona la dibuja un momento”[2] y esculpe su poesía. La autora, tan imbuida de la caducidad de las cosas y sus fantasmas, halla en ella su propia libertad, la libertad, como centro que emana. “Pero su lucidez se halla a la altura de su pena, y su tenacidad a la de su desesperación”.[3] A qué sostenerla, si capta los instantes de la imposible edad. Es curioso en su caso que varios de sus versos puedan describir o resumir los rasgos esenciales de su poesía. Pues de su poética aprendemos que “el joven pasa o muere”,[4] que “No te guarda la muerte ni la vida”[5] y la misma da testimonio de que “poco a poco el mundo se vuelve impenetrable”.[6]

“Tiene su poesía la voluntad de los frescos, de las naturalezas muertas, el momento en que intuyes que el cristal está hecho de agua”. Foto: Tomada de Ecured

Los registros violentos que alberga el tiempo son pensados al unísono. Se destierran las barreras. Nos entrega Noticias de Memorias. Se respira la crueldad de los días soberanos y una exquisita nostalgia objetiva. Es fascinante la crudeza con que “habla” del sentido común. Vuelve a decirnos: donde todo se contradice, allí permanecemos. Son argumentos en contra o a favor que anuncian lo real del absurdo. Se unen la vehemencia y la paz. Sabe que el tiempo es la forma magna del movimiento, y el “movimiento es la figura del amor incapaz de detenerse sobre un ser en particular y pasando rápidamente de uno a otro. Aunque el olvido, que así lo condiciona, no es más que un subterfugio de la memoria”.[7] La ausencia, que todo lo arrasa es pulsada por un afán de absoluto que cada poeta lleva dentro, absoluto de armonías, pues sabe que “el tiempo no es más que un infinito vacío”.[8] Tiene su poesía la voluntad de los frescos, de las naturalezas muertas, el momento en que intuyes que el cristal está hecho de agua.


Notas:

[1] Yalal Addin Rumi

[2] Verso de su poema “Retrato de una virgen”.

[3]  René Char: “Mais su lucidité est á la mesurade son chagrim et sa ténacité á celle son désespair”.

[4] Verso de su poema “Joven con Dama Gris”

[5]  Verso de su poema “Tus pequeñas pisadas en la arena”

[6]  Verso de su poema “Visitaciones”.

[7] George Bataille. El año solar

[8]  George Bataille. Sacrificios

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