Cuando el 8 de marzo de 1944 leía Cintio Vitier, ante un público que imaginaremos escaso por la índole del tema que se trataba, el texto que denominó Experiencia de la poesía, se iniciaba una rica y cuantiosa obra ensayística. En aquellas primeras páginas de este joven de veintidós años que ya había dado a conocer dos cuadernos de poesía (Poemas, 1938, y Sedienta cita, 1943), percibimos la extraordinaria fuerza de un diálogo auténticamente espiritual. Se nos evidencia en esas reflexiones el profundo compromiso ontológico, la búsqueda de la integración de un destino. Es el recuento de la batalla del poeta con sus palabras para alcanzar el cuerpo de la realidad. Desde este ensayo era fundamental para Vitier explicarse y explicarnos su propia vida como un diálogo de lo inminente y lo trascendente. Así se adentra en los textos que fueron decisivos en la integración de su centro creador, de su propia identidad.

Portada de la segunda parte de Obras 1. Poética, con prólogo de Enrique Saínz. Foto: Tomada de Trabajadores

El más profundo yo del poeta, el que organiza la mirada ante las cosas como entidades en sí y como símbolos de una verdad absoluta, tuvo en Juan Ramón Jiménez su primer gran maestro, cuyas lecciones constituyeron muy pronto una deleitable experiencia del más alto linaje. Las preocupaciones desde entonces, sustentadas en el deslumbrante magisterio juanrramoniano y en otras lecturas de la más rica tradición secular y contemporánea —Garcilaso, Bécquer, Darío—, podrían resumirse en una vivencia anterior al encuentro de esas obras y a la posesión de sus hallazgos supremos, en una vivencia íntima y desgarradora que al poeta se le había vuelto una obsesión de superior jerarquía: el “destierro de sí mismo”,[1] dualidad de su propio ser “desdoblado, escindido”.[2] Ese conflicto era la fuerza dinamizante de la escritura, la que entonces venía a constituirse en otro tema capital desde tan temprano. En los dos cuadernos que hemos mencionado hay una tensión entre el paisaje y los recuerdos y, por otra parte, la palabra en busca de una conciliación que se resuelve al fin en un sosiego que no puede desentenderse del todo de ciertos presagios oscuros. Se trataba de lo que el propio autor llamó “el misterioso diálogo de la historia y el alma”. Si bien la historia no había penetrado las inquietudes del joven creador, aún en tanto asimilación de un acontecer que va a integrarse en un modo de asumir el destino, el ser propio, sí están presentes en esos poemas y en esta conferencia una lúcida avidez de pertenencia y un desasosiego oscuro que más tarde se revelaría como hambre de justicia, anhelo supremo de hallar un sentido totalizador, fusión de palabra y realidad, yo y los otros. Se imponía antes el encuentro consigo mismo, la reintegración de la unidad perdida.

“El más profundo yo del poeta, el que organiza la mirada ante las cosas como entidades en sí y como símbolos de una verdad absoluta, tuvo en Juan Ramón Jiménez su primer gran maestro”.

La impronta de Juan Ramón Jiménez y el inicio del decursar de Vitier por los penumbrosos caminos de la realidad, el inicio, diríamos, de una conciencia, comprende que ha de organizar sus miradas, pero aún no sabe cómo. Puede afirmarse que el magisterio del gran andaluz significó para el anhelante y desconcertado joven la posibilidad de reconocerse a sí mismo y la alegría del hallazgo de extraordinarias percepciones de la realidad como presencia, como entidad suficiente. Además, en esa lectura había un descubrimiento mayor: la separación, la distancia de su obra como otra respecto de la suya propia, por lo que se hacía imprescindible asumir, de esa escritura ajena, el destino único e irrenunciable al que cada creador está llamado por sus circunstancias históricas y la acumulación de su memoria. Vitier supo desde esos primeros instantes el júbilo que le trajo La segunda antología poética (1898–1918) (1922), en la que vio una dichosa armonía de la realidad con un sobresentido de otra dimensión, el regusto de sus búsquedas e inquietudes, el desamparo ante sus circunstancias. Sabía que esos textos eran el comienzo de un movimiento íntimo hacia lo que él llamó “la propia intem perie”.[3]


Notas:
[1] Experiencia de la poesía, p.29. Las citas corresponden a las páginas de Cintio Vitier: Obras 1. Poética, Editorial Letras Cubanas, 1997.
[2] Ídem.
[3] Ob. cit., p. 28.