Fusión de Almas (Producciones Colibrí, 2019) parte de una premisa sencilla: acercarnos al legado musical del continente americano, a partir del arreglo de obras nacionalistas de estilo romántico. El resultado supera con creces toda expectativa, lo cual dice mucho, tratándose de un fonograma protagonizado por dos de los músicos más reconocidos del panorama jazzístico nacional: Rolando Luna (piano) y Gastón Joya (bajo). Ellos proponen el redescubrimiento de una herencia que defienden como propia y, para ello, se valen del amplio arsenal creativo construido a lo largo de su carrera en escenarios cubanos e internacionales.

Rolando Luna y Gastón Joya seleccionaron varios compositores clásicos que reflejaron en su obra los sonidos de la música popular o tradicional. Imagen: La Jiribilla

Estamos ante un disco que seduce desde la primera nota. El oyente, hipnotizado por su minimalismo y su poética evocadora, se convierte rápidamente en cómplice de un viaje íntimo y emotivo por los paisajes sonoros del nacionalismo musical latinoamericano. Este rejuego entre presente y pasado se sirve del jazz para mostrar las múltiples conexiones culturales entre los países que integran la América nuestra. Para ello, Rolando Luna y Gastón Joya seleccionaron varios compositores clásicos que reflejaron en su obra los sonidos de la música popular o tradicional: Ernesto Nazareth en Brasil, Julián Aguirre y Alberto Ginastera desde Argentina y Manuel Saumell, Ignacio Cervantes y Amadeo Roldán, en representación de Cuba.

Estos autores, que vivieron el paso del siglo XIX al XX —debatiéndose entre las postrimerías del romanticismo y el advenimiento de las vanguardias musicales—, encontraron en el lenguaje de la microforma pianística el vehículo ideal para canalizar sus preocupaciones nacionalistas. Para ellos, el romanticismo decimonónico sirvió de terreno común en el desarrollo de expresiones estilizadas de la música nacional, que luego marcaron el imaginario colectivo del continente. Roldán y Ginastera pertenecen a una generación ligeramente posterior, pero también signada por inquietudes folklóricas. Y justo la inclusión de la “Danza del tambor” de Roldán como cierre del disco Fusión de almas ejemplifica la evolución del lenguaje compositivo de los creadores latinoamericanos, en su búsqueda por reflejar de manera más genuina los sonidos de la música popular o folklórica.  

Los seis compositores mencionados se convirtieron, por azar, en objeto del nuevo disco de Rolando Luna y Gastón Joya; la selección fue resultado de un ejercicio harto conocido para el intérprete en activo: la escucha compartida de una carpeta de música facilitada por un colega o amigo. Los jazzistas descubrieron la música de Nazareth y Aguirre en el transcurso de una gira. Del acercamiento a estas obras de increíble riqueza, que además revelaban puntos en común con el repertorio danzístico nacional (del cual Saumell y Cervantes son los grandes paradigmas), surge la idea de versionar, de manera conjunta, algunas de las piezas para el formato de piano y contrabajo. Así se comenzó a tejer un diálogo cultural que propone múltiples “fusiones”: la unión de dos músicos y amigos que se conocen profundamente después de tocar juntos durante años; la interconexión de dos épocas —el pasado que inspira y el presente que se renueva—; y, al fin, la comunión de dos universos que suelen ser presentados como antagónicos: la música de concierto o académica y la música popular.

Luna y Joya no se propusieron un disco convencional de jazz. Su intención fue recrear el espíritu y estilo de cada obra sin alterar su identidad, y sí, valiéndose de los recursos creativos e interpretativos a mano. Cada improvisación enlaza de manera orgánica con el material original de la pieza, aprovechando entonaciones y patrones rítmicos originales. La creatividad y el alcance de la propuesta hacen posible una escucha altamente emotiva, que ofrece múltiples planos de interpretación. El conocimiento previo de los repertorios versionados permite establecer una conexión afectiva inmediata, a partir de asociaciones significantes con estos referentes sonoros, aunque no es un requisito imprescindible para disfrutar del fonograma.

“Luna y Joya no se propusieron un disco convencional de jazz”.

El viaje se inicia con la danza de Cervantes que da título al álbum: “Fusión de almas”. Piano y contrabajo se unen en un diálogo sutil, que sabe explotar el lirismo de la melodía y los vaivenes del bajo de la pieza original. La armonía se enriquece con atinadas digresiones que nos sitúan en el universo jazzístico, sin alejarnos demasiado de las progresiones de la danza decimonónica. Le sigue “Danza de la moza” de Ginastera, que aprovecha de forma inteligente el contrapunteo rítmico propio del folklor argentino, presentado con gusto y picardía.

“Cuentos a Ninión” de Julián Aguirre aparece como tercer track del fonograma, un canto nostálgico que incorpora el empleo del arco para dar calidez a la melodía desarrollada por el bajo.

Como centro del disco aparecen tres piezas de Ernesto Nazareth, este pianista brasileño que supo conjugar a Chopin con la música del choro brasileño: “Polka Cavaquinho”, “Vals” y “Odeón”.Regresa Cervantes con “Invitación”,conectando al oyente cubano con un repertorio que le es familiar; tal vez, por esta razón, los músicos decidieron mantener una versión lo menos alejada posible del original, sin incorporar improvisaciones. Saumell es presentado en el próximo track a partir de la contraposición de dos de sus contradanzas: “Los ojos de Pepa” y el “Pañuelo de Pepa”; para la ocasión combinan los temas y las secciones de ambas piezas. 

El tópico del lamento del gaucho argentino aparece con “Aires argentinos”, el arreglo más nostálgico y reflexivo del disco, donde se recrean ambientessonoros que indican un último reposo antes del cierre eminente. La insigne“Danza del tambor” concluye de manera enérgica y enfática este recorrido musical.

La curaduría del disco es uno de sus principales atractivos. Las versiones fueron colocadas para compensar la escucha, alternando caracteres y tempos, al punto de convertir la audición integral del mismo en una experiencia amena y emotiva. Nada satura, no hay estridencias ni excesos. Se trata de la relación íntima entre dos instrumentos que explotan su potencial tímbrico sin necesidad de alarde: el piano, con un toque nítido, perlado que nos recuerda a la tradición de herencia chopiniana; el bajo, desde la calidez de su sonido, que explota en los momentos de lirismo. El magistral trabajo de sonido, a cargo de Orestes Águila, resalta la relación cameral entre los instrumentos, con un trabajo de mezcla que permite apreciar los detalles del juego continuo entre bajo y piano.

Fusión de almas es de esas propuestas llamadas a perdurar. Ha llegado para quedar inscrita en la discografía cubana como resultado de una camaradería interpretativa, manifiesta en cada uno de sus exquisitos arreglos musicales. Rolando Luna y Gastón Joya apuestan por reivindicar un repertorio de transcendencia continental a partir de interconexiones estéticas y espirituales, regresándonos con cada danza, contradanza y tango a las raíces de nuestra identidad compartida.

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