Georges Céspedes: la mayor intimidad

Pedro Ángel
11/2/2016

La danza habanera
Soberbia ha sido la demostración de fuerza brindada por la danza cubana en varias sedes teatrales habaneras a lo largo de tres fines de semana, cuando acaban de presentarse cuatro agrupaciones, con sus repertorios al día, sus modos característicos de hacer y un número apreciable de estrenos que pudieron ser degustados por el público capitalino.

Es cosa sabida que la capital cubana cuenta con un número estimable de grupos danzarios, dueños de una muy digna categoría artística y que se desplazan en diversas direcciones creativas en medio del piélago de la vida artística habanera.

Pero, a la vez, La Habana sufre carencias en cuanto al soporte que los edificios teatrales puedan otorgar a la abundante producción escénica propia y la, hasta ahora, menor que nos visita. Los espacios escénicos son menos de los que requiere la ciudad y en ciertos casos su estado es tal que se aproxima a los límites de la precariedad.

Butacas a punto de fenecer, sistemas de audio o luces in artículo mortis, cortinas con un talante lastimoso a más de tablacillos endurecidos u otros aspectos que impiden el pleno desenvolvimiento de la entrega artística.

Pero a pesar de todo, la danza cubana crece y alcanza un nivel no visto ni a finales de los 80, antes que nos golpeara el período especial.

La idea ha sido muy repetida por este cronista en los últimos tiempos tanto en clases, conferencias o en estas páginas. Sin embargo, no estoy convencido de que haya entre los habaneros plena conciencia de la existencia de este tesoro y de su enorme valor.

Quienes han tenido la oportunidad de saborear las presentaciones y los estrenos de Danza Contemporánea de Cuba en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, comentadas en estas páginas; las entregas  de Mal Paso, la agrupación que acaudilla Osnel Delgado; las siempre acertadas visiones de Retazos y su directora, Isabel Bustos; y las más recientes entregas de Los hijos del director, la compañía fundada y conducida por George Céspedes, podrán constatar las aseveraciones del que suscribe en cuanto al altísimo nivel de la danza habanera en el momento actual.

Innermost
Bajo este título, apareció en las tablas del teatro Mella, el nuevo espectáculo (estreno mundial) que cubriría toda la función de Los hijos del director, la muy joven agrupación que dirige George Céspedes. Fue una pena que prensa y crítica especializada pudieran obtener tan poca información previa sobe la pieza que se abría ante el público. Un primer enigma resultaba el título: ¿neologismo arbitrario o juego sobre términos conocidos? ¿acertijo o trabalenguas? Pronto una de nuestras jóvenes colegas discernió que de la raíz inglesa inner podrían llegar significados tales como innato, íntimo, interno o recóndito; y que Innermost podría entenderse como mayor intimidad, lo más recóndito y otros similares. Y aquí nos encontramos con la huella del coreógrafo en su gusto por términos tales como ha mostrado en su obra precedente.

La presencia en la escena de los bailarines uniformados con la I del título en la espalda, sin programas de mano que aproximen las posibilidades de lectura no nos dice de antemano si nos encontramos ante las relaciones en los marcos de una prisión, los muros de una ciudad, los estudios de un reality show o el interior de una nave espacial. Muchas o una las posibilidades de comprensión, han de concluir en los vínculos de un grupo humano que convive dentro de determinados límites.

La banda sonora —incluidos silencios— marca los tiempos de la obra que se dejan observar en cuatro tempos: grave, vivace, adagietto y presto ma non troppo, según aprecia este cronista, con la reinserción coincidente del final o epílogo sobre el marco del inicio mismo. Innermost es obra donde la música porta protagonismo y, por momento, parece devorarlo todo. Es lamentable que los equipos de audio del Mella no siempre dieran feliz respuesta a las exigencias sonoras de la obra.

Los dos primeros tiempos nos muestran a un Céspedes a quien ya hemos conocidos en los escenarios habaneros.

El tercer tiempo, silencio y adagietto, con capacidad de otorgar un giro categórico a la tarea emprendida. Los juegos con pelota, muchos de piso, nos remontan en más de una ocasión a visiones de la antigüedad. El titán Atlas se deja ver universo a la espalda ante nuestros ojos ¿será verdad? Tras el tempo los ánimos parecen sedarse en la sala para dar paso a un presto ma non troppo que se traduce en energía, en gestos conocidos o no, en lucha que enfrenta rivales, géneros o entes coincidentes con una vitalidad digna de elogio. Solo bailarines muy bien preparados podrían acometerle con éxito.

Bien por Innermost, bien por Céspedes y Los hijos del director; una evidencia más del alto nivel al que asiste la danza cubana.