Gracias a La Gaceta

Laidi Fernández de Juan
28/4/2017

Me incorporo al homenaje que con tanta justicia se le rinde a La Gaceta, y confío en que mi breve texto pueda ser incluido en el Dossier que prepara La Jiribilla. Inevitablemente, debo caer en el “Mimiyoismo” del cual todos solemos burlarnos. No encuentro otra manera de decir lo que esa inquieta revista me ha regalado. Aunque siempre supe de su existencia, y artistas entrañables para mí publicaban con cierta frecuencia en ella, no fue hasta el año 1997 en que recibí, gracias a ella (y por consiguiente, gracias a Norberto y a su equipo, del que hablaré más adelante), cuando pude constatar la enorme importancia que implica aparecer en las páginas gacetianas.


Portada del número Mayo-Junio de 2015

Apenas tres años antes yo había empezado a escribir “de verdad”, de modo que mantenía lo que se considera “perfil bajo”, sin pretensiones de ninguna clase. Me asombró recibir una llamada de permiso para que apareciera publicada mi narración “Clemencia bajo el sol”, hasta entonces inédita. No recuerdo si fue Arturo o el propio Codina quien me llamó, pero sí me acuerdo de la humildad del pedido. Yo, por supuesto, acepté encantada de la vida. Si ese gesto ha sido inolvidable para mí, como lo fue el hecho de ver impreso ese cuento por primera vez, igualmente impactante fue la consecuencia de dicha publicación. Pocos meses después de que ese número de La Gaceta saliera a la luz, me visitó un teatrista para proponerme llevar a escena el cuento, nada más y nada menos que interpretado por la fabulosa actriz Asenneh Rodríguez. Hoy ambos han fallecido, y no alcancé a demostrarles mi gratitud con suficiente vehemencia, lo cual lamento. Supongo que estuve paralizada mucho tiempo, sin creer que uno de mis sueños (escribir para el Teatro) fuera realidad. Esa es mi primera gran deuda con La Gaceta. Asenneh sacudía el ejemplar de la revista donde había conocido “Clemencia…”, y me decía: “Este monólogo es mío, soy yo”, ante mi cara de pasmo absoluto. Verla actuar en la sala El Sótano, ella sola, soberbia, convincente como fue siempre, no hubiera sido posible sin La Gaceta.

Presentar La Gaceta de Cuba se ha convertido, más allá de un honor, en una especie de examen. El tribunal que decide la calificación, es mucho más extenso de lo que pudiera pensarse.

Luego viene un salto gigante en el tiempo: años durante los cuales seguía de cerca cada entrega de la revista y asistía a la mayor cantidad posible de lanzamientos, que son anunciados y recibidos como una fiesta. Gracias a ello conocí muchos textos novedosos, apasionados, y supe de la llamada “diáspora”, sobre todo a partir de un artículo iluminador de Ambrosio Fornet. Una tarde del año 2013, se presentó Norberto en mi casa, para, con su encanto habitual, ofrecerme la tarea de presentar el número de diciembre. Era la primera vez que alguien me pedía ser la encargada del lanzamiento de una revista, por lo que aduje cuantas razones se me ocurrieron, en un intento por librarme de tamaña responsabilidad. Fue inútil. Y lo que es más grave: las palabras que dije en la Sala Villena disgustaron mucho al director y, por consiguiente, a todo el equipo de La Gaceta, cuyos integrantes dejaron de saludarme o me miraban de reojo. Creo que solo miembros de mi familia y Graziella Pogolotti asintieron mientras yo leía mi presentación. Si alguna vez tuve cierta descreencia acerca de lo que se ha dado en llamar “sentido de pertenencia”, dejé de dudar cuando Norberto me citó, semanas más tarde, en su oficina, y me cantó las cuarenta. Entre otras razones, me advirtió que dejaría de llamarme “Mamichuli”, porque se sentía profundamente molesto. Nunca vi a nadie tan ofendido en el plano personal como aquella vez. Comprobé que el éxito de cualquier empeño radica en asumirlo como íntimo, como parte de uno mismo. En aquella ocasión, Norberto y yo terminamos abrazados, reconciliándonos como viejos amores.

En marzo de 2016, a casi tres años de aquel desaguisado, se me dio la oportunidad de repetir la experiencia, y empecé con las siguientes palabras: “Presentar La Gaceta de Cuba se ha convertido, más allá de un honor, en una especie de examen. El tribunal que decide la calificación, encabezado, por supuesto, por los aguerridos Norberto Codina y Vivian Lechuga, es mucho más extenso de lo que pudiera pensarse. Cuando la persona encargada de lanzar la revista finaliza su exposición, sabe que dos juicios le esperan: uno inmediato, proveniente del equipo gacetiano, y otro que poco a poco le hará el público. Creo que esta es la revista cubana cuyo lanzamiento suscita mayor expectativa. Esto multiplica el compromiso de quien se sienta al lado del Director y frente al grupo de amigos, artistas y colaboradores que asisten a la evaluación. Me encuentro en la curiosa postura de una segunda oportunidad, que viene a ser como un renganche, o como dicen los jóvenes hoy: Una “Re”. Espero que esta vez pueda subir la nota que obtuve en la primera convocatoria o examen Ordinario”. Por fortuna, fui aprobada en esta segunda vez, y así quedó zanjado el asunto.

Le debo a La Gaceta mucho más de lo que pálidas anécdotas pueden recoger. Si omito el “Mimiyoismo”, tendría que argumentar lo que seguramente otros(as) colegas dirán: la actualidad de los textos que publica esta revista, el interés que suscita, la novedosa información que aporta, la falta de prejuicios de cualquier naturaleza y etc. Felicito al equipo de La Gaceta en su cumpleaños, le agradezco al director las enseñanzas que me ha regalado, y casi en susurros, añado: “Norberto, usted sabe que puede contar conmigo. Lo abraza, una de sus Mamichulis”.