Gracias, Rey

Alejandro González Bermúdez
20/4/2017

Refiriéndose a la obra poética de Nicanor Parra, en cuanto a lo que dice el chileno en sus versos que no valiera la pena ser ducho —aparentemente por ser dicho, aparentemente por su “ligereza”, por su escaso significado—, un estudioso afirmaba: “Es que en su palabra diaria iba envuelta una trascendencia de vida y muerte que eleva el hecho singular y trivial a categoría necesaria y universal”.

Esta consideración me hace asociarla, por mucho, con la mayoría de los hechos que aparecen en Año sabático, el premio Emilio Ballagas 2015 que acaba de ser publicado por la Editorial Ácana. Pudieran ser ejemplos de lo anterior los siguientes versos:

“Cuando llega el fin de mes/ Y el cajero está fuera de servicio” o “Salgo al mercado en busca de calabazas de organopónicos”. Es que ante la atmósfera de lo cotidiano que recurrentemente ha caracterizado parte importante de la obra de Reynaldo García Blanco en cada uno de sus libros —ese “dar cuenta” o, para decirlo de otro modo, reflejar los más comunes actos de nuestra vida diaria—, no es posible quedar aletargado; se sabe que detrás de tanta idea común espera la trascendencia: “Sin lugar a dudas esta eres tú en los años 50. / Es decir, en otra vida”.

Y no es que a él no le ocurra como a Gelman, quien solía decir que la palabra poética le era esquiva, huidiza. Todo lo contrario. Primero habría que precisar cuál no es la palabra poética para este hombre que se considera “un simple hacedor de palabras”, “Fina fineza de usted señora poesía”. Y andaba fina la poesía en aquella premiación, donde el jurado, según el acta, consideraba distinguir el poemario “por su capacidad comunicativa, la coherencia interna del cuaderno, y la sugerencia y plasticidad de sus imágenes”. Entonces le llamé y le di la buena nueva. Aunque para el poeta los premios tienen una importancia económica y efímera, lo mismo el Ballagas que el más reciente Casa que ha merecido, no deja de admitir que esos reconocimientos permiten la visibilización ya casi única por estos tiempos al publicarse la obra.

Poeta espirituano, devenido santiaguero hace más de 25 años por esos avatares del destino, ha afirmado que siempre está escribiendo el mismo texto. Los que conocemos un poco su obra pudiéramos dar fe. Este “detalle”, sin embargo, no quiere decir que de un libro a otro estemos leyendo lo mismo con lo mismo. Estamos, eso sí, reencontrándonos permanentemente con sus más claras preocupaciones, motivaciones y esperanzas; con sus variopintas ironías, con sus inevitables sarcasmos, y hasta con sus frecuentes notas de humor; y todo, a su vez, partiendo de la cotidianidad más abrumadora del cubano en esta recurrente insularidad, siempre desde miradas y contextos diferentes, y siempre con elegancia en el dominio de sus capitales estéticos. El asunto está en cómo traslada esta relación en expresión lírica. “Era miércoles. Y vimos como diez veces La vida sigue igual.

Rey comienza a escribir estos poemas hace poco más de cuatro años en un momento de transición profesional y —yo no lo dudo— existencial. Se toma un año para convertir la inmediatez de sus días más cambiantes en sucesos poéticos, no solo su propia vivencia espiritual, también esos temblores que permanentemente sacuden al país, a esas segundas y terceras patrias que llevamos dentro en todas sus aristas. No es necesario aguzar demasiado los sentidos para percatarse de ello porque el lenguaje lo pone, obviamente, en función de su ejercicio. Véanse si no textos como: “Ayer jugué al 45”, “Mi salario es de doscientos soles” o “Te acuerdas cuando las cervezas costaban 60 centavos y no había tanto calor”. Simples sugerencias personales. “Desde ayer cierta ausencia en la distribución de alimentos nos puede llevar/ A una tristeza circunstancial”.

En dos partes divide Rey este cuaderno: Septiembre/febrero y Marzo/agosto. No es casual que avanzando en sus páginas uno encuentre continuas referencias al pasado, me explico: los 80 y los 90. ¿Será verdad aquello de que en cualquier tiempo fue mejor? En aquella inolvidable gira que hicimos un grupo de poetas y trovadores por toda la Isla en el año 2003, hubo un texto de Reynaldo que se convirtió en bandera: “Nosotros, los del 62”. Para los de su generación, que es la mía, esos versos marcaron pautas, animaron huellas. Son aquellas mismas añoranzas y desgarramientos, aquellos brindis, sosiegos, los que va reencontrando el lector, a veces como un simple roce, una leve referencia, una sutil herida, a medida que avanza por los meses imaginarios de este año sabático, toma de pulso y de conciencia acerca de tantos destinos que el autor pone sobre el papel, con preferencia mayoritaria por la prosa para que el discurso acentúe mejor sus hilos conductores y narrativos.

Promotor cultural de la literatura y, en especial, de la poesía, Reynaldo García Blanco nos ofrece un cuaderno apartado de cualquier ligereza en el que, probablemente, el vendedor de lunes no sea el del paquete, ni sea tan imposible el nombre del traidor, y mucho menos definitivo el supuesto cansancio con que cierra el libro entre sorbos de té con bergamota y pajaritas de origami.

Pensando en ciertas coincidencias voy a tomarme también un año como este; voy a montarme en sus tranvías, intentar hacer un revólver, buscar un refugio a Elena y ver si el país se hunde o resucita… tal vez hasta me compre un piano. Lo demás, es pura antropología. Gracias, Rey, por el privilegio.

Tomado de Ideas en feria.
(Transcripción Diana Ferreiro)