Gracias, Roberto

Norberto Codina
3/6/2020

A la memoria y la amistad generosa de RFR, al cumplirse noventa de su natalicio.
 

Lo primero fue descubrir una Casa… en mi ya remoto sexto grado, la bicoca de hace más de un anchuroso medio siglo, mi maestra de español nos motivó a un grupo de amigos a inscribirnos en la biblioteca juvenil “José Antonio Echevarría” de la Casa de las Américas, cuyo carnet conservé por años. Aunque yo disponía de una bien provista estantería propiedad de mi mejor amigo, Rafael Acosta de Arriba —imprescindible en mi cofradía infantil de lecturas y beisbol—, donde campeaban Salgari y Verne, y la nutrida colección juvenil argentina Robin Hood, ir a la biblioteca era otra aventura que empezaba cuando comparecíamos en estampida en reñida competencia corriendo por el malecón, frenábamos justo en la puerta del santuario de libreros —por aquel entonces al fondo del edificio principal—, y calados en sudor entrábamos hipnotizados a explorar en los anaqueles.

Así, sin tener conciencia, se nos fue revelando la Casa. Y con ella, entre otros develamientos posteriores, el nombre y la persona de Roberto Fernández Retamar, como alguien que al constituir por sí mismo una cátedra natural más allá del aula y la docencia al uso, tanto representó para mi generación independientemente de ser o no discípulos en el claustro académico. Esa influencia me llegó igual por los que fueron sus alumnos privilegiados, como mis colegas de años Bladimir Zamora Céspedes, Jesús J. Barquet o Arturo Arango, como por la lectura de innúmeros de sus textos diseminados en libros y revistas, o cuando compartió tempranamente en nuestras tertulias de la entonces Brigada Hermanos Saíz, que se reunía rompiendo los setenta en los predios de 17 y H.

Así, sin tener conciencia, se nos fue revelando la Casa. Y con ella, entre otros develamientos posteriores, el nombre y la persona de Roberto Fernández Retamar… Fotos: Internet

Algunos de los títulos que contribuyeron a mi formación como lector de poesía se deben a él, sugeridos en prólogos, charlas o selecciones ya sea sobre/de autores rusos o hispanoamericanos, en la órbita de su admirado Martínez Villena, o la antología Poesía joven de Cuba, que compiló en el seminal 1959 con el recordado Fayad Jamís, alguien con quien alguna vez se identificó, a su decir, como “Cástor y Pólux”.

Con el paso de los años, de lector y público —lo que nunca dejé de serlo—, pasé al plano de la amistad y compañero de aventuras editoriales. En el oficio de revistero, desde mi primer día en La Gaceta… hace treinta y dos largos años y hasta el final de su vida, me sentí reconocido y apoyado por él, sin que faltaran, como debe ser, un par de desencuentros, y lo cito a menudo cuando recuerdo que un editor se mide por las veces que dice “no”, no por las veces que dice “sí”, aunque la revista pretenda ser inclusiva. Esa amplitud, ese principio de acceso inclusivo, requiere por parte del editor una voluntad de escogencia.

Recuerdo como si fuera hoy cuando se enteró de mi iniciación como director de La Gaceta… Se asombró de que yo a mi edad tuviera esa responsabilidad, y le aclaré que a los 36 ya no se era tan joven, pero además él olvidaba que empezó al frente de Casa con 35 años. En ese momento me miró, y con un gesto entre la sorpresa, una leve vanidad y la nostalgia, asintió como descubriéndose así mismo.

Las anécdotas serían innumerables. Como cuando lo abordamos en la primavera de 1973 en los dominios universitarios con el libro más reciente de Pablo Neruda en mano —ejemplar que él aún no había visto aunque conocía de referencia—, teniendo a Bladimir como portavoz, para que nos hablara del peliagudo tema de su relación con el chileno, y como en esa ocasión, con tristeza y honestidad, se franqueó con los imberbes que éramos entonces; o las veces que aceptó mis invitaciones, ya fuera a mediados y fines de los setenta, a participar en algo que era le era tan cercano como los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos, a eventos literarios en los ochenta en la llamada Habana campo —donde me desempeñaba como asesor literario—, o en años posteriores a sucesivos encuentros de La Gaceta, con la que siempre se identificó. Hay otros recuerdos más entrañables, como el viaje que realicé a Caracas con él y Adelaida en el 2008, y los intensos y disfrutables días que compartimos; o cuando me tocó darle la triste nueva del fallecimiento de una vieja amiga; o como cuando en el último año de su vida, ya en silla de ruedas pero vital en su intelecto y afecto (“!Norbertón!”, se regocijaba en llamarme), me acompañó para mi agradecida sorpresa, como el más puntual de los asistentes, en la presentación de uno de mis libros.

Pero de todo prefiero recordar, y reproduzco, unas notas que por personales me son muy queridas. Se acaban de cumplir once años, fue el sábado 23 de mayo del 2009, de que tuvimos este intercambio ciber-espacial, a raíz de una lectura de poemas que, en espléndido contrapunto con las canciones de Silvio Rodríguez, realizó en una emotiva convocatoria celebrada en su Casa de las Américas. En el programa de mano, que conservo, se puede leer: “Concierto Homenaje a Haydée Santamaría. ‘Con las mismas manos’. Canciones y poemas. Silvio Rodríguez y Roberto Fernández Retamar. Casa de las Américas, Sala Che Guevara. Viernes 22 de mayo de 2009, 5:00 p.m”. Y reproduce el listado de los poemas y canciones antológicos que intercalarían: “Felices los normales”, “Ala de colibrí”, “El otro”, “Pequeña serenata diurna”, “Con las mismas manos”….y un largo etcétera canónico.

Retamar y Silvio en el concierto “Con las mismas manos”, en mayo de 2009, en Casa de las Américas.

Cuando, concluido el recital, coincidimos con Roberto que salía en su auto, quebranté mi proverbial timidez, y con algunos amigos le armamos un jolgorio para celebrarlo, lo que dio lugar al día siguiente al presente intercambio:

Querido Roberto, gracias por tu lectura de ayer. Y lo de “los fans adolescentes” que nos seguimos sintiendo en cada lectura tuya, no fue un mal chiste.

Durante más de cuarenta años te hemos acompañado, y la tarde de ayer logró la magia, o igual no había tal y era muy natural, de que entre tus poemas, tu voz de lector sabio y auténtico, y nuestra avidez de eternos jóvenes, nos sentimos como en aquellos primeros encuentros, o en aquella lectura que en enero del 73 (Lugar: Escuela Nacional de Arte. Evento: Segundo Seminario Juvenil de Estudios Martianos), compartimos cuatro jóvenes poetas (Alex Fleites, Bladimir Zamora, el novio de Adelaida, y este lector tuyo), y tú, con la edad que casi sumábamos entonces nosotros tres fuiste, el más entusiasta y ansioso, para regalarnos una lección de poesía, sencillez y juventud.

Un abrazo, y gracias reiteradas, Norberto
 

Muy querido Norberto:

Me alegró mucho nuestro fugaz encuentro de ayer, y me alegró todavía más tu mensaje de hoy. Como poeta que eres, sabes de sobra que un poema (una obra de arte en general) no concluye sino cuando encuentra su necesario receptor. Con gentes como tú, como ustedes, me siento realizado. Ayer, por esas razones, fui feliz.

Cálidos abrazos.

Roberto

En junio de 2015 me llamó, con el estilo cordial y caballeroso que le caracterizó, para proponerme presentar el número más reciente de su revista Casa. Hubo un contexto de disfrutable complicidad al respecto, que Laidi y Jorge Fornet conocen, y que tal vez cuente en otra ocasión. Pero lo que sí quisiera es concluir mi evocación al admirado amigo con la mismas palabras que terminé esa presentación, hace ya un lustro: “No puedo finalizar sin pasar por alto a alguien en esta sala, que desde hace justo medio siglo, cuando yo merodeaba por sus predios imberbe y sudoroso, dirige como editor consagrado esta revista, caballero que hoy cumple ochentaicinco años y ocho días, frase que aunque se diga rápido no escapa a su peso específico, y más sobre todo cuando se tiene toda una vida para contar, para querer y ser querido, y eternizar todo lo bueno que vale la pena que nos acompañe como razonables mortales… memoria generosa en hijas, nietos, alumnos, lectores, simples viandantes, conciudadanos, o sus amigos y el público que aquí esta tarde de junio se da cita.

Gracias Casa, gracias Roberto”.

El Vedado, 1 de junio de 2020.